Brasa
Es admirable el celo no ya de Telemadrid, cadena dedicada a los asuntos del cielo y a cómo resguardar las infinitas y golosas inversiones terrenales que este posee en la tierra del permanente ataque de los infieles, sino de esa televisión española que pagan conjuntamente laicos y católicos, martilleando o complaciendo noche y día a sus espectadores con las andanzas de ese anciano en el que todo es blanco y mostrando el éxtasis que invade a sus huestes. Como a mi agnosticismo se la suda el trascendente acontecimiento y deseo preservar mi deficiente salud mental decido no volver a encender la tele (lo sensato sería apagarla a perpetuidad) hasta que se largue de Madrid el Mesías.
También me pregunto dónde andará estos días su supuesto enemigo Satanás. A lo peor se las ha ingeniado para crear esta insoportable ola de calor, para que los peregrinos sepan lo que es sacrificarse para estar cerquita del pastor de almas. El muy estratégico demonio decidió violar a la desamparada Rosemary y que esta pariera a su vástago sin ojos con motivo de la visita del Papa a Nueva York. Curiosamente, no veo ni escucho en la tele a Paloma Gómez Borrero, máxima autoridad en cuestiones del Averno y del papado, señora a la que se le apareció el Maligno con la apariencia de un pájaro negro, ofreciéndonos datos sobre el paradero actual del rey de las tinieblas. Imagino que no hemos coincidido, ya que no concibo que la piadosa señora se haya ido de irresponsables vacaciones a la playa cuando se ha producido una visita que recordarán los siglos.
Rajoy ha estado colegueando diez minutos con su Santidad y al final constata la inmensa emoción que le embarga por haber compartido con Benedicto tantas opiniones comunes sobre las personas y las cosas. Normal. Va a enterarse en el futuro de lo que es bueno el maldito radicalismo laico. Lo único que me conmueve es un chaval gravemente enfermo, al parecer desde su nacimiento, que le ha pedido al Papa que vaya al hospital para explicarle cómo es posible que Dios permita que los males se ceben con los inocentes. Asegura con un gesto que impone respeto, que si este no acudiera sentiría decepción. Pues eso, que su Santidad vuelva a contar lo de la fe, Job, los renglones torcidos y demás argumentos infalibles.
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