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Reportaje:CHEQUEO AL ÚNICO PARQUE NACIONAL DE GALICIA

El equilibrio inestable de Ons

Los últimos habitantes de la isla aceptan el turismo pero temen la degradación

"Cuantos más turistas mejor, pero por unos pocos perdemos todo. Nunca ha habido tanta porquería como ahora". Habla Victoria, una de las seis personas que todavía vive en la isla de Ons durante todo el año. Lleva allí toda la vida y aunque tiene casa en Bueu solo va al continente cuando no le queda más remedio. Su frase ilustra el dilema ante el que se enfrenta la isla, paraíso natural frente a la ría de Pontevedra y una de las joyas del Parque Nacional Illas Atlánticas. El turismo estival supone un buen negocio para los restaurantes y navieras, vinculados a los antiguos habitantes de la isla y sus descendientes, pero amenaza el ecosistema único del archipiélago que forman Ons y el islote de Onza al sur.

Es jueves de agosto, hace sol, y el puesto de venta de pasajes de barco a la isla acaba de agotar los billetes en uno de los más de 20 barcos diarios que en estos meses parten de Bueu y Sanxenxo y por 15 euros dejan al visitante ante el muelle de la Praia das Dornas. En Ons no está implantado aún el sistema de cuotas que limita el número diario de visitantes que pueden acceder a la isla, pero el Plan Rector de Usos y de Gestión del Parque Nacional de las Illas Atlánticas que prepara la Consellería de Medio Rural ya contempla en su redacción preliminar la inclusión de un límite de 1.200 personas al día.

Al desembarcar en el muelle de la isla el visitante se da de bruces con su parte más transformada, con una cuesta de 20 metros, a cuyos lados se levantan los dos principales restaurantes. Casa Checho y Casa Acuña, uno frente al otro, están regentados por dos familias de la isla que alguna vez han tenido encontronazos por el reparto del negocio, que además de la restauración incluye el transporte y el alojamiento. "Son como los Montescos y los Capuletos, pero al final resulta que todos son primos", bromea un asiduo de Ons que lleva más de una década escapándose a la isla en cuanto tiene ocasión. La competencia se nota, y al patrón de uno de los barcos le falta tiempo para criticar a los rivales. "Ahora van más despacio, pero hasta hace poco iban y volvían desde Bueu en una hora. El oleaje que formaban era un peligro".

Cuatro rutas recorren la isla, pero el grueso de los turistas prefiere quedarse en las playas, algo menos abarrotadas que las de la ría de Pontevedra. La de Melide, al norte, fue nudista en tiempos pero ahora ya ha sido asimilada por el resto de bañistas. De esto se quejan algunos de los visitantes más veteranos, que temen que con los cambios que se han venido produciendo desde la incorporación del archipiélago al parque nacional se acabe terminando también con la peculiaridad de la zona de acampada en el Chan da Pólvora, situada en el centro de la isla, el único enclave en un parque nacional en Europa donde todavía sigue siendo gratis echar la tienda. Es en torno al cámping donde se acumula el mayor volumen de desperdicios, Latas, papeles y vasos desperdigados por el suelo, que el reducido personal del parque, con un solo vigilante por turno, no alcanza a evitar. "No damos abasto", admite una trabajadora, que lamenta el recorte en el número de empleados que se ha producido en 2010. Los problemas se extienden a la depuradora de aguas, construida hace pocos años pero que no da abasto en verano y que el parque planea trasladar, ante la oposición de grupos ecologistas.

Victoria se sienta en la pequeña terraza de su casa, un antiguo cortello que data de la época de sus bisabuelos y al que ella y su esposo Cesáreo, otro célebre habitante de la isla, dedicaron toda la vida "para tenerlo un poco decente". Devuelve el saludo a los conocidos que pasan por el camino y observa plácidamente a los descamisados y sudorosos turistas que pasan asiduamente camino del mirador do Fedorento, un agujero de fondo insondable en el extremo sur, al borde de la costa cortada a cuchillo. Durante años trabajó de cocinera y aún hoy prepara empanadas para los chavales de los campamentos de la Xunta que en verano pasan unos días en la isla. No quiere ni oír hablar de la posibilidad de dejar Ons para irse a vivir cerca de sus hijos, en Bueu. Ni siquiera en invierno. "Frío no pasamos, ponemos la cocina de hierro todo el día y se está bien. Y en los días que no llueve bajamos a coger marisco y volvemos con 30 kilos de pulpo", sonríe. Todo lo demás lo cultivan en la huerta. El maíz lo abandonó cuando dejó de criar cerdos, pero se aferra a sus gallinas. "Hace 30 años que no compro huevos. El calor los deshace, y si un día quiero hacer un pastel, ¿qué?", inquiere. Josefa vive loma arriba, junto al faro. Su marido, Emilio, es hermano de Cesáreo. Menos comprensiva ante cuestiones impertinentes, responde cuando se le pregunta por su estilo de vida, mientras cede la sartén a su hija, que está de visita: "¿Y antes como se vivía? Lo que pasa es que no había los vicios que hay ahora". Tampoco se opone al turismo, al que personalmente no le saca partido. "Daño no me hacen, filliño". María Jesús Acuña, que preside una de las asociaciones de vecinos y está metida de lleno en el negocio del turismo en la isla no se opone a que establezcan cuotas. "Por encima del negocio está la isla. Quiero que mis hijos puedan disfrutar de ella".

Mi casa no es mi casa

De una época en la que la islas eran bienes materiales con los que comerciaban nobles primero y burgueses después, la isla de Ons y el islote de Onza pasaron a manos del Estado en los cuarenta del siglo pasado, primero bajo control del ejército y después bajo varios regímenes hasta el actual parque nacional. Con asentamientos humanos que se remontan a la Edad de Bronce, Ons llegó a albergar a 500 vecinos, pero a partir de los sesenta la población descendió. Ahora solo quedan tres matrimonios viviendo permanentemente, pero hay 104 casas de antiguos habitantes y sus familias, según las cuentas de Acuña. Su estatus es precario, pues oficialmente no pertenecen a sus inquilinos y al estar incluidas en el parque nacional cualquier reforma no autorizada supone una infracción penal. En 2009 se derribaron por ello varias viviendas. Acuña señala que los responsables del parque están siendo menos severos últimamente, y de hecho muchas casas presentan arreglos recientes donde el pvc sustituye a lo tradicional.

La ley de 2001 que regula las concesiones en la isla no se desarrolló hasta finales de 2010, con un reglamento que señala que no podrán durar más de 75 años. Victoria y Josefa recelan de la fórmula, recurrida ante el Tribunal Superior. "Nos dicen 75 años, luego nos dirán 30 y luego nos las quitarán", teme Josefa, que se niega a firmar documento alguno. "Nosotros arreglamos la casa, hicimos el pozo... ¿Tú sabes cuánto puede llegar a valer esto? Si te lo digo no me crees", aduce Victoria. Una propuesta de BNG y PSOE en el Parlamento autónomo para desafectar las viviendas del dominio público fue rechazada la pasada primavera. El PP criticó el "oportunismo" ante las elecciones municipales e insistió en que aplicarla era jurídicamente inviable.

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