Último deseo del cineasta rebelde
Hollywood se reconcilia con Nicholas Ray - Se completa su filme inacabado y Al Pacino lo encarnará en la pantalla
Si algo caracteriza a la juventud es su ansiosa búsqueda de una identidad. Y si existió un cineasta que supo entrever que en cualquier joven se esconde un héroe trágico ese fue Nicholas Ray. Se cumple el centenario del nacimiento del director de En un lugar solitario, Johnny Guitar o Rebelde sin causa (murió en 1979 a los 77 años de un cáncer de pulmón) y el Festival de Venecia será el primero en rendirle homenaje con el estreno mundial de su última película, We can't go home again (Nunca volveremos a casa), completada y restaurada.
Rodada a principios de los años setenta con sus alumnos del Harpur College de Binghampton y eternamente inacabada, la nueva versión incluye gran parte del metraje original gracias al trabajo de su viuda, Susan Ray. Ella también ha dirigido el documental Don't expect too much (No esperes demasiado), una indagación en aquel último trabajo a través de sus protagonistas y de documentos desconocidos del archivo del cineasta. Todo el material viajará después a festivales de todo el mundo (de Nueva York a Río de Janeiro y Tokio) para recuperar la provocadora aventura final de uno de los grandes rebeldes de Hollywood (quizá el más desarraigado y radical de todos) que por fin vuelve al lugar del que jamás debió ser desterrado: el cine. Por si fuera poco, Al Pacino interpretará en una película de Philip Kauffman, al anciano y errante director.
Se cumplen los 100 años del nacimiento del director de 'Rebelde sin causa'
"La suya era una manera dolorosa de vivir", recuerda su viuda, Susan Ray
"Nick entró en la recta final de su alcoholismo cuando rodó We can't go home again y quizá por eso yo siempre vi la magia y el amor que puso en ella, la enorme vitalidad que emana", explica desde su casa de Nueva York Susan Ray. "Muchas veces me he preguntado cuánto había en la película del poso de su adicción, pero lo que he aprendido haciendo el documental es que él tenía muy claro lo que quería". We can't go home again es una película experimental, rodada en todo tipo de formatos, en la que el propio cineasta es un personaje: Nick, un viejo y famoso director de Hollywood que imparte clases de cine en una universidad. En permanente caza de sí mismo, el viejo director reclutará a sus discípulos, en los que ve reflejados su propia búsqueda y sus anhelos, pero a los que finalmente, como en la fábula del escorpión y la rana, traicionará. En una entrevista de 1974, Ray explicaba así su papel en el filme: "Interpreto a un traidor, típico de mi generación. Ello procede de un sentimiento de culpa. Mi generación ha sido la de mayores traidores entre todas las generaciones que he conocido. Traiciones como pedirle a tu hijo que salte a tus brazos y, luego, retirárselos".
La película arranca en el juicio de los Ocho de Chicago y los tumultos de la Convención Demócrata de 1968. Ray usó varios formatos (super-8, 16 milímetros y los primeros de vídeo) para luego proyectarlos en una sola pantalla que grababa con una cámara de 35 milímetros. El resultado es un mosaico de imágenes múltiples en los que la acción central aparece rodeada de contrapuntos. "Se basa en la idea de que una cinta de celuloide no reconoce los límites del tiempo y el espacio sino solo las limitaciones de la imaginación del hombre", decía él.
"Conectó de manera muy honda con sus alumnos, le gustaba de verdad la relación maestro-discípulo. No les imponía su autoridad", cuenta Susan Ray. "Uno de sus estudiantes me dijo una vez que había comido un día con él, cuando ya estaba bien y sobrio, y que le había dicho que la enseñanza le hacía feliz. Y yo lo creo. Creo que siempre conectó muy bien con los jóvenes porque, como ellos, era alguien que no tenía respuestas. Sentía amor por los conflictos de la gente joven".
La unión entre We can't go home again y Rebelde sin causa -en sus palabras, la historia de un chico que desea vivir durante 24 horas sin estar confuso- resulta evidente. Ray incluso llegó a decir que se trataba del Rebelde sin causa de la generación del 68. Rodaban improvisando, confesándose ante la cámara. Las clases de cine incluían la lectura de El mito de Sísifo, de Camus, y los ensayos sobre la risa de Henri Bergson. Probablemente, Ray llevó a sus alumnos sus propias vivencias en el teatro marginal de izquierdas neoyorquino y, sobre todo, su experiencia comunitaria en la casa Taliesin de Frank Lloyd Wright. Aquella comuna creativa del padre de los arquitectos americanos -que ejercía de guía espiritual e intelectual de sus alumnos- fue fundamental en el aprendizaje artístico del futuro cineasta.
"Nick creó una familia con el equipo de la película, igual que había hecho con Rebelde años antes", explica Susan Ray. El cineasta conoció a su cuarta y última mujer, mucho más joven que él, precisamente en el lugar donde arranca el filme. "Él estaba rodando el juicio de los Ocho de Chicago y yo iba cada día allí porque trabajaba como documentalista y tenía que transcribir las sesiones. Estuvimos 10 años juntos, aunque nos separamos por temporadas, y eso nos vino bien. Él era difícil pero yo tampoco era fácil".
Al preguntarle por la etapa española de Ray (en Madrid rodó su último filme para Hollywood, 55 días en Pekín, una película que le enfrentó una vez más al abuso de poder de los estudios) su viuda asegura que guardaba un grato recuerdo de la ciudad: "Estuvimos juntos en España, de paso al Festival de San Sebastián, y quiso que pasáramos por Madrid para mostrarme con orgullo sus lugares favoritos. La manera en la que me enseñó el Prado marcó uno de los momentos más hermosos de nuestra relación". "Fue un hombre adelantado a su tiempo. Reconozco sus faltas como humano pero su visión era extraordinaria", añade. "Lo que pasa es que la suya es una manera dolorosa de vivir. Ver la vida por delante, ver dónde está fallando todo esto es solitario, frustrante y debe ser muy doloroso".
El fracaso acompañó hasta la muerte a Nicholas Ray. Codirigió con Wim Wenders su propia agonía en Relámpago sobre el agua, pero el exhibicionismo (esta vez, de su cáncer terminal) aunque no era nuevo, resultó moralmente impúdico. Con Ray reducido a cenizas, el equipo salió dividido de todo aquello, algunos llamaban a Wenders artista. Otros, carnicero. Al menos, el errante director por fin descansaba.
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