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Reportaje:turismo

Guerra al 'souvenir' hortera

Los alcaldes de Pisa, Florencia y Siena se alían contra los recuerdos de mal gusto

Donde no pudo la historia, ha podido lo hortera. Durante siglos se hicieron la guerra para dominar las colinas toscanas. Hoy Florencia, Siena y Pisa se alían contra un temible enemigo común: los calzoncillos trash. "Nos enfrentamos a un problema de mal gusto", afirma Marco Filippeschi, alcalde de Pisa, que lanzó la cruzada. Enseguida recibió el apoyo de los regidores de las otras dos joyas de la Toscana.

El casus belli que desencadenó la batalla contra los recuerdos de gusto dudoso son unos calzoncillos que en la parte delantera llevan impresa la torre de Pisa. En otra versión, el uso del monumento como símbolo fálico es aún más explícito: la torre torcida se afloja cada vez más hasta doblarse sobre sí misma. Una variante made in Italy que ironiza sobre la virilidad de quien recibe el detalle. Precio, siete euros.

Unos calzoncillos con la torre de Pisa como símbolo fálico desataron el conflicto

La prenda cuestionada apareció en la Piazza dei Miracoli, el recinto de mármol blanco que abarca la catedral y el baptisterio de Pisa, a finales de julio. Allí tres millones de visitantes adquieren cada año la entrada para ver todo el conjunto. La primera en torcer la nariz fue la curia de la ciudad toscana, que gestiona el conjunto. "La torre inclinada no solo queda cerca de nuestra principal iglesia, sino que es su campanario. Es un lugar sagrado, no hay sitio para tolerancias", comenta el alcalde Filippeschi, que asumió como propia la denuncia del obispo.

Un reglamento municipal prohíbe a los vendedores ambulantes desde hace 10 años exponer objetos que puedan ofender sensibilidades religiosas o culturales. Bastó con recordárselo a la policía municipal para echar a los mercaderes del templo. O por lo menos, para infligir un castigo ejemplar a algunos puestos que vendían el símbolo ciudadano camuflado de falo. "Los controles de nuestros agentes son semanales. De momento han puesto cinco multas de 500 euros. No hemos encontrado más irregularidades", detalla Filippeschi. La mercancía solo puede ser incautada si el ambulante es reincidente.

La guerra contra la vulgaridad en formato turista atrajo a los representantes de más ciudades de la región, como Florencia y Siena. En los mercados de San Lorenzo o en la plaza del Campo, los puestos están repletos de delantales de plástico con el torso desnudo del David de Miguel Ángel impreso, o prendas íntimas con los genitales marmóreos del mismo joven con la honda. No hay límite al mal gusto: pequeños cuadros del panorama de Florencia enmarcado por delfines o imanes en forma de chancla pueden encontrarse en grandes cantidades a los pies del Ponte Vecchio.

"Algunos ofenden las creencias religiosas y culturales y podemos prohibirlos porque violan una norma regional. Contra otros, que simplemente son feos y solo ofenden el decoro estético en un casco antiguo tutelado por la Unesco, tenemos las manos atadas. Ninguna ley puede imponer el buen gusto", comenta Dario Nardella, vicealcalde de Florencia (centro-izquierda). "Podemos controlar la calidad de las mercancías que se venden en nuestro territorio. Nos estamos arreglando los tres alcaldes para que los souvenirs reflejen la artesanía local. Basta de camisetas de fútbol de materiales horribles o de estatuillas de Pinocho hechas en China", defiende Nardella.

Y la intervención en Florencia tiene enjundia: su centro histórico es el que tiene más densidad de vendedores ambulantes por kilómetro cuadrado de toda Italia. Son 1.500. Un pequeño ejército que promete velar armas si el Ayuntamiento actúa con mano demasiado dura. "Junto al buen gusto que predica, no le vendría mal al vicealcalde una pizca de sentido del humor", exclama un vendedor de San Lorenzo. "No hace falta que pongas mi nombre, llevo 25 años aquí en el mismo punto y no voy a cambiar", ríe. Pero enseguida se distrae. Engatusa a dos rubias con una ráfaga de cumplidos. Y les vende una bola del Duomo con nieve.

Calzoncillos con la torre de Pisa, en un puesto de la Piazza dei Miracoli.
Calzoncillos con la torre de Pisa, en un puesto de la Piazza dei Miracoli.FABIO MUZZI (AFP)

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