Toros, ¿cultura o política?

Podría decirse que la decisión del Gobierno de trasladar las competencias en materia taurina de la cartera de Interior a la de Cultura es una manera encubierta de subvencionar la llamada fiesta, además de un desesperado intento por blindar las corridas de toros contra la fuerte oposición que les espera en los próximos años por parte de una sociedad cada vez más concienciada con los derechos de los animales.

Que a una tradición de una parte de la sociedad se le considere cultura por el hecho de ser parte de su forma de vida es igual de reprobable que si se tratara de equiparar costumbres bárbaras de algunas tribus de Oceanía con la pasión del pueblo austriaco por la música clásica. Las reivindicaciones de traslado de competencias entre ministerios llevada a cabo por aficionados a la fiesta, que sostienen que es patrimonio artístico porque ha quedado reflejada en la literatura, pintura y música, tratan de pasar por alto lo que realmente de trascendente ocurre en un coso taurino, ignorando así el engaño, la tortura y la muerte de un ser vivo. Si Cultura protege y fomenta las corridas de toros con determinados criterios arbitrarios, alguien habrá de protegernos de este Ministerio de Cultura.