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Columna
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El bello verano

El verano siempre es inocente, infantil y bello hasta que comienza a ser trágico. El cielo y el infierno en una misma moneda. Empieza con las imágenes del verde esmeralda o azul turquesa del mar, con la cerveza helada que nos espera en el chiringuito después de una travesía cansina por la arena, con el dejarse llevar sin pensar en las preocupaciones de todos los días. Rayos dorados que nos entran por la cabeza y se van repartiendo por todo el cuerpo amansándonos como si estuviéramos en otro mundo mejor. El verano empieza con un viaje que nos entusiasma a algún lugar lejano, con las ganas de cambiar de paisaje y de acabar con la rutina y las obligaciones. También empieza con los recuerdos del cubo y la pala y el sol ondulando un precioso día de nuestra vida, que no deberíamos olvidar nunca, precisamente en los momentos en que nos ciega la miseria, la mediocridad y la crueldad. No hay mejor antídoto contra el veneno adulto que el mejor día de nuestra niñez, porque si la infancia nos regaló algún día así será para poder sacarlo del bolsillo en estos momentos en que estamos a punto de resbalar en la propia bilis. Unos cuantos días grandiosos y radiantes en el haber evitan que quieras amargarle la vida, o algo peor, a un semejante.

¿Qué infancia tuvo Breivik, el asesino de Oslo, para matar a tanta gente?

Algunos insisten en que los niños tienen que seguir estudiando un rato en vacaciones para no perder el hábito y que la vuelta al colegio no les descoloque. Hay que dejarles que aprendan otras cosas y de otra manera. También hay que saber ser libre, aburrirse y jugar como un loco. Lo mejor sería separarles un poco de las invasivas máquinas, y en lugar de intentar que estudien como si jugaran a los videojuegos, que vayan al cine de verano, que lean lo que les dé la gana, que dibujen, que inventen sus propios juegos, que creen esos días que les salvarán de la llamada madurez, que a veces no es nada más que un saco de frustraciones.

¿Qué infancia tuvo Breivik, el asesino de Oslo para matar a tanta gente? ¿De dónde salió tanto odio? ¿Cómo alguien tan joven podía ya aborrecer a tanta humanidad? A los inmigrantes, a los musulmanes, a los extranjeros, a los adolescentes convocados en la isla de Utoya por el Partido Laborista. Probablemente a los bajitos, a los rechonchos, a los que no tengan una piel blanco nuclear, a todos los que no sean exactamente como él. El odio es la droga más dura que existe, más que el amor, y encuentra refugio en grupos que tengan como principio básico odiar. Vamos a odiar a los negros, vamos a odiar a los judíos, a los homosexuales. El ario Anders Behzing Breivik estaba "enganchado" al odio como sus hermanos de la ultraderecha que recorre peligrosamente Europa. ¿Dónde está su mar de verano?

Esta es la cruz de la moneda de verano, que tendría que ser un paréntesis de silencio y de libertad, de pereza, una larga siesta como las de antes, en que solo pasaba lo que soñáramos que pasara, una tregua cósmica para descansar de nosotros mismos.

Como a mucha gente de aquellos largos veranos de la infancia, me ha quedado el gusto por los cines de verano. Y todos los años espero con cierta ilusión que abran el del parque de la Bombilla a pesar de las enormes colas que se montan para entrar. A todos nos apetece estar viendo una historia entre las estrellas, con la luna a un lado y el balanceo de las ramas de los árboles. A eso de las 11 de la noche comienza a hacer fresco y es muy agradable, porque parece que lo que ocurre en la pantalla está más vivo que en una sala de cine.

Desde luego no es recomendable para quienes necesitan concentrarse al máximo para ver una película porque hay gente que habla, que come, que bebe, que fuma o que se queda dormida. En el cine de verano se ve cine de una manera muy ligera, sin solemnidad, pero tiene algo especial cuando las caras de los actores te miran colgadas en la noche, en la noche auténtica.

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