Partido contra partido
Nada bueno puede esperarse entre octubre y marzo que viene, ni en el plano económico ni en el social. Esa esperanza hubiera sido el único motivo para no adelantar las elecciones y el presidente del Gobierno parece haber constatado, por fin, la realidad: incluso el ciclo que suele ser mejor para la economía española, el periodo marzo-septiembre, está siendo incapaz de animar el empleo. Ninguno de los otros argumentos para agotar la legislatura tenía el menor sentido: ni Alfredo Pérez Rubalcaba necesita tiempo para darse a conocer entre los ciudadanos ni su buena imagen puede mejorar a corto plazo, ni el Gobierno está en condiciones de sacar adelante unos Presupuestos tan restrictivos como se ha comprometido ya, ante los mercados y ante medio mundo.
Las elecciones darán paso a un Gobierno más fuerte que el actual, ya agónico
Es cierto que las elecciones no solucionarán los problemas pero es posible que, al menos, generen expectativas y, en cualquier caso, darán paso a un nuevo Gobierno, más fuerte que el actual, en estado agónico desde las elecciones municipales y autonómicas.
Es posible que el PP, que ha reclamado el adelanto de las elecciones, esté lamentando en estos momentos la decisión de Zapatero. El escenario no se va a parecer en nada al de las elecciones de 1996, cuando los socialistas entregaron a los populares una sociedad que empezaba a salir de la crisis del 94-95 y que daba señales de recuperación. En este caso queda, como poco, un año y medio de comer tierra y unos Presupuestos infernales a los que tendrán que hacer frente, gane quien gane el 20 de noviembre. (La elección de fecha no puede ser más desagradable y solo queda rogar que no se deba a ridículos cálculos electorales o provocaciones infantiles).
Por mucho que los medios y los propios partidos intenten presentar las elecciones como una confrontación entre dos candidatos presidenciales, la realidad es que, en España, en noviembre, lo que se enfrentan son dos partidos, el PSOE y el PP. Y ahí está el principal problema de los socialistas porque mientras que el electorado del PP sigue siendo fiel, el del PSOE está desorientado por una gestión que no ha comprendido ni nadie ha explicado. Toda una generación de jóvenes dirigentes socialistas, que han actuado como si fuera imposible fracasar, se encuentra ahora ante un examen difícil, a salvo de acontecimientos inesperados, sobre todo porque el viraje de 180 grados que realizó Zapatero en mayo de 2010 ha dejado al partido sin la estructura territorial de la que había podido disponer hasta ahora.
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