Piratería en buque tabloide
Conseguir una exclusiva costara lo que costara. Todo valía con tal de agarrar un buen titular
Una niña de 13 años es secuestrada. La familia vive días de angustia. Dos meses más tarde, algunos mensajes de su buzón de voz aparecen borrados, por lo que los familiares vuelven a albergar esperanzas de que esté viva. Pero no: lleva dos meses muerta. Es un investigador privado a sueldo del tabloide sensacionalista News of the World (NotW) el que ha interceptado su buzón de voz y está borrando los mensajes para que puedan entrar nuevos.
Fue lo que le ocurrió a la familia de Milly Dowler, la niña secuestrada y asesinada en 2002. Una de las 4.000 víctimas de la manera de funcionar de News of the World, el periódico más vendido en el Reino Unido hasta su abochornado cierre.
Conseguir una exclusiva cueste lo que cueste. Todo vale con tal de agarrar un buen titular. Periodistas o investigadores a sueldo untando a la policía para conseguir números de teléfono. Investigadores hackeando móviles de famosos, políticos, víctimas de crímenes o de cualquiera susceptible de ser colocado en portada junto a un titular de escándalo. Políticos asustados de que les saquen los trapos sucios o la amante en la campiña, temerosos de hacer algo que pueda contrariar a Murdoch o a sus medios. Esta es la peligrosa espiral que consiguió instaurar la prensa sensacionalista, la más vendida en el Reino Unido, enfangándose en una feroz competencia que abrió las puertas al vale todo.
Sean Hoare, el exreportero de News of the World que apareció muerto el pasado 18 de julio, se atrevió a levantar la manta y contó cómo funcionaban las cosas en NotW. Su director en aquellos días, Andy Coulson, defenestrado jefe de prensa de David Cameron, le animó a que interceptara buzones de voz, según The Guardian. Hoare, reportero de la farándula, contó cómo le animaban a que saliera por las noches con los famosos para ganarse su confianza, cómo el periódico le pagaba sus noches de cocaína y alcohol.
Los damnificados por las escuchas son unas 4.000 personas. El primero del que se supo fue el príncipe Guillermo. Con la publicación de una historia en 2005 sobre un tratamiento médico del príncipe por parte del periodista Clive Goodman, de NotW, se abrió el melón. Goodman y el investigador privado Glen Mulcaire acabarían enchironados en enero de 2007. Andy Coulson, entonces director de NotW, dimitió.
Pero el discurso oficial era que aquello respondía a una iniciativa aislada del reportero Goodman, no a una práctica generalizada. La actriz Sienna Miller, el actor Hugh Grant, el futbolista Wayne Rooney: la lista de los que pensaban que su buzón estaba siendo interceptado fue creciendo, empezaron a caer las demandas judiciales.
Una de ellas, sonada. Fue la de Gordon Taylor, cabeza de la Liga profesional de fútbol. El hijo del gran magnate, James Murdoch, autorizó el pago de 700.000 libras esterlinas [unos 800.000 euros] en un acuerdo entre las partes para evitar ir a juicio. El asunto de las escuchas empezaba a oler mal.
El trabajo de investigación de The Guardian, al que se sumó el de The New York Times, consiguió desmontar la trama. "El nexo que se halló entre los tabloides y la policía resultó ser increíblemente inusual", dice Dan Sabbagh, jefe de la sección de Medios y Tecnología de The Guardian. "Parecían periódicos casi paramilitares". Pagaban a la policía para conseguir información, la información era utilizada para derribar a políticos, el imperio del miedo estaba más que asentado.
Lo cual provocaba situaciones como la siguiente: en 2006, Brown recibía una llamada de Rebekah Brooks, mano derecha de Murdoch y entonces directora del sensacionalista The Sun. Le anunciaba que iban a publicar una información sobre la fibrosis quística que padecía su hijo recién nacido. Pues bien, a pesar de haber sufrido la dentellada de la prensa sensacionalista en sus carnes, Brown acudía en 2009 a la boda de Rebekah Brooks, ya entonces consejera delegada del imperio mediático. Tal era el poder que se le atribuía al grupo mediático para inclinar la balanza en unas elecciones.
La intervención de buzones de voz, según el reportero Hoare, estaba a la orden del día entre toda la prensa sensacionalista. De hecho, cuando interceptaban un buzón, borraban los mensajes de voz para que la competencia no los oyera. Esa es la cultura periodística a la que The Guardian acaba de lanzar su zarpazo.
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