_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Voy a pasármelo bien

Mi memoria de verbena no existe. Al nacer en ciudad, hija de padres y abuelos de ciudad, y etcétera, y etcétera, mis veranos carecían de pueblo, por lo que mis recuerdos de farolillos y pasodobles se limitan a la televisión y a la copia que asolará mi barrio y nuestro sueño de aquí a unas semanas. En las fiestas retumban Paquito el chocolatero y los éxitos de ayer, hoy y siempre, un Voy a pasármelo bien remedado -con energía y muchos brillos- por la orquesta de turno; y las fiestas encierran coches de tope y señores juzgando, en lugar de la obra que corresponda (¿cómo se entretienen en época de crisis?), el montaje del escenario. Así las imagino yo: con sus carteles anunciando la programación, con su speaker en las actividades de convivencia, con su comilona gratis de lo que surja. Lo pienso y lamento esas generaciones anteriores criadas en la capital de la provincia, y extraño sin haberlas vivido, y necesito transplantar mi árbol genealógico.

La tragedia estalla cuando el dinero impide celebrar las fiestas en honor de la patrona

El presupuesto municipal de Los Santos de la Humosa, de tanta deuda y -señala el nuevo alcalde, acusan los vecinos- mala gestión, alcanza justo para pagar la luz, la recogida de basura y otras deudas hasta los casi dos millones de euros. Sin embargo, la tragedia estalla y el coro griego entona su lamento, entre La mayonesa y El tiburón, cuando el dinero impide celebrar las fiestas en honor de la patrona: ahí, en la condición volátil de nuestros placeres, que se esfuman al mismo tiempo que los ceros, late nuestro punto débil. ¿Calles sucias? Nos tapamos la nariz, y punto. Pero una juerga de menos duele distinto, ataca a la memoria y a la tradición, nos golpea en la boca del estómago, cual cena pesada o copa de garrafón. Ante esto, no ante la comida de más o el alcohol de menos, sino ante el peligro de extinción de sus días de fiesta, los vecinos de Los Santos de la Humosa se han organizado en una comisión que solicitará a cada hogar un impuesto verbenero-revolucionario para sufragar los gastos. Y, lo que creo más destacable, varias asociaciones del pueblo se encargarán de gestionar actividades que enriquezcan la oferta, algunas nuevas, otras recuperadas. Esta unión transformada en fuerza me parece hermosa, emocionante; si quienes mandan no llegan o no pueden, quienes les eligen sí.

No obstante, algo me chirría, algo me extraña. Ese dinero del bolsillo de los vecinos, entre la voluntad y la cifra fija, más imagino que alguna partida mínima reservada por el Ayuntamiento, servirá para contratar dos corridas de toros. Entre otras iniciativas, sí, pero es la única que -orgullo mediante- se reseña. Lo anunciaba el teniente de alcalde en estas páginas con la alegría de quien suelta una bomba informativa, a la altura de un concierto de Julio Iglesias o una obra de teatro protagonizada por un secundario televisivo. Cada uno sitúa sus prioridades allá donde se le antoje: en las prestaciones esenciales, en los festejos, en las actividades deportivas, en las citas culturales o en la nada absoluta, aunque posiciones como la de los vecinos de Los Santos de la Humosa me despiertan las preguntas y la curiosidad. ¿Qué nos importa realmente? ¿Qué afecta al día a día? ¿Recaudar dinero, por ejemplo, para asegurar la calefacción del colegio, como temía una madre en el reportaje que firmaba María Hervás? ¿O para pagar con esa cantidad dos corridas de toros, con el mensaje de pan, circo y tortura que este gesto implica, tanto por parte de quien propone, como por parte de quien consiente?

Carezco de memoria de fiesta patronal. Si acaso enlaza con las megalómanas celebraciones del sur, donde todo se impregna de luz, color, rebujito y gasto excesivo, y me cuesta entender su importancia en la vida cotidiana del pueblo, en los recuerdos de quienes se marcharon a vivir fuera, porque no se registra en mi ADN. En mi diccionario significa charlas, bebidas, risas, trajes de domingo en jueves: sin más. Puede que no comprenda el ir más allá de este tipo de celebraciones, su papel necesario para unir a los vecinos y mantener un hilo entre unos y otros, más allá de generaciones e ideologías. Sí festejo, igual que ellos, su capacidad de reacción, su buena voluntad para restituir entre todos lo que la falta de liquidez les arrebataría, ese ofrecimiento de afrontar e impulsar lo que se olvidaría en el aire; pero que los vecinos vacíen sus bolsillos -con gran esfuerzo, supongo- para sufragar gastos de la fiesta del pueblo, y se encuentren con propuestas de come y calla y trágate tus principios como dos corridas de toros, y las toleren, pues no. Beban para olvidar el horror económico. Beban para abrazar al de la casa de enfrente, a quien ni siquiera soportan esta noche. Beban para pasárselo bien. Y entre hielo y hielo, por favor, no olviden según qué cosas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_