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Editorial:Editorial
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La crisis llega hasta Italia

Con Italia en el centro de la tormenta financiera, la crisis de la deuda pública de la eurozona ha entrado en una fase muy grave. La capacidad de gestión de las autoridades comunitarias y las de los principales países europeos sigue siendo igual de desastrosa que la evidenciada desde que se inició la crisis, hace año y medio. Comisión, Eurogrupo, BCE y Gobierno alemán se reparten las responsabilidades del mal gobierno comunitario. Cuando más necesarias eran las habilidades de los comisarios europeos y de los políticos, más incapacidad técnica y falta de iniciativa se advierten. El pronunciado repunte en la prima de riesgo de la deuda italiana, el contagio a no pocas de las que con ella comparten moneda y el desplome en la cotización bursátil de la casi totalidad de los bancos de la eurozona ha sido la escenificación de una situación peligrosa para la supervivencia del euro. Lo peor es que la principal consecuencia de esas continuas torpezas de unos y otros las está pagando el bienestar de los ciudadanos de los países de la eurozona.

La italiana es una economía de gran peso en Europa. Supone más del 17% del PIB comunitario, pertenece al G-7, es la tercera de mayor dimensión del área monetaria y mantiene el mayor stock de deuda pública viva de Europa. El mercado de bonos públicos italianos es uno de los cuatro mayores del mundo. Esta crisis revela que sirve de poco el que buena parte de esa deuda pública esté en manos de inversores domésticos. En realidad, son esos inversores italianos, mayoritariamente entidades financieras, los que ahora están en el centro de atención, sufriendo las consecuencias de una ampliada e intensificada aversión al riesgo en la eurozona. Como en otras economías afectadas por la crisis, las dudas sobre la solvencia italiana se vinculan cada vez más con las muy reducidas posibilidades de crecimiento y con la inestabilidad política. La economía italiana tiene el mayor volumen de economía sumergida de Europa (en dura competencia con Grecia), y entre 2000 y 2009 acredita un crecimiento acumulado de apenas el 2,5%, un mal precedente para vender deuda.

Porque sin crecimiento no se pagan las deudas. El acuerdo parlamentario para reducir gasto público y privatizar empresas por casi 80.000 millones de euros hasta 2014 indica buena voluntad, pero poco más. Los propósitos de austeridad no son suficientes para garantizar la atención del servicio de una deuda pública tan elevada. Es necesario que se generen ingresos públicos suficientes. No es el caso con una economía anémica.

Italia tiene otro rasgo preocupante: un Gobierno, el de Silvio Berlusconi, que está en franca retirada después de haber sembrado el caos político y económico. El primer ministro añade a su perfil grotesco el de haberse enfrentado al ministro de Finanzas que él mismo designó. Ni el conflicto interno ni la falta de iniciativa (Berlusconi, más preocupado por sus finanzas que por las públicas, desapareció de la escena política durante los peores momentos de los ataques a la deuda italiana) cotizan bien en unos mercados de bonos que llevan meses buscando refugios ultraseguros, aunque sea a costa de magros rendimientos, como los que están ofreciendo los títulos de deuda pública alemana. Para que Italia no agrave aún más la situación, la eurozona necesita hoy más y mejor gobierno.

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