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Columna
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El año terrible

Les sugiero que hurguemos ligeramente en la memoria colectiva para situarnos, verbigracia, en 2008. Ese año, segundo del mandato presidencial de José Montilla, cuando el PSOE de Rodríguez Zapatero revalidó su mayoría relativa negando enfáticamente que hubiese crisis alguna, ¿estaba tal vez la sanidad pública catalana en situación de colapso, con hospitales semicerrados, enfermos agonizando por los pasillos, urgencias y centros de asistencia primaria permanentemente desbordados, una atención médica tercermundista...? En cuanto al sistema educativo, ¿acaso escuelas e institutos vivían en un ambiente de posguerra, con los alumnos tiritando de frío en invierno, en aulas atestadas y sin otro recurso didáctico que la tiza, mientras los docentes hacían bueno aquel viejo dicho de passar més gana que un mestre d'escola?

El ajuste no va a devolvernos a los años del racionamiento, las restricciones y el aceite de hígado de bacalao

Miremos ahora a las políticas sociales. En 2008, ¿se hallaba el Estado de bienestar en proceso de desmantelamiento? ¿Existía un clamor de denuncias ante la "contrarreforma social"? ¿Cundía entre los ciudadanos la sensación de estar asistiendo a una despiadada ofensiva neoliberal? Los parados -menos numerosos que ahora, desde luego-, ¿se hallaban abandonados a su suerte, sin políticas públicas de fomento del empleo? No, naturalmente; 2008 no fue -tomo prestado el título de un libro de poemas de Victor Hugo- "el año terrible", como tampoco lo fueron 2007 o 2009. Más bien, gobernada por un tripartito de izquierdas, la Generalitat tendía a aumentar por entonces el gasto en salud, educación y protección social.

Ahora bien, si en esos años tales partidas presupuestarias eran más bien expansivas y, encima, estaban impregnadas de valores progresistas, ¿cómo es posible que, tres años después, regresar a aquellos mismos niveles de gasto ponga en peligro la cohesión social de Cataluña, constituya un ataque intolerable a las clases trabajadoras, una salvaje agresión derechista...? Porque las cifras son inequívocas: en el proyecto de presupuestos de la Generalitat para 2011, el monto de las partidas destinadas a educación, salud o justicia se sitúa por encima del nivel de gasto de 2008, y las políticas y programas de protección social o fomento del empleo cuentan con más dinero del que tuvieron en 2009. En cuanto al presupuesto consolidado del sector público para 2011, este se halla -descontados los intereses de la deuda- al nivel de 2007. Todo ello sin que, en los últimos tres o cuatro años, Cataluña haya experimentado un incremento significativo de población.

Así, pues, ¿volver a los parámetros presupuestarios de 2007, 2008 o 2009 equivale a sumirnos en el apocalipsis que han descrito los sindicatos, ciertos partidos y una gran variedad de colectivos? Sí, claro que resultaba más cómodo el incremento indefinido de recursos y de plantillas...; ya lo decía mi abuela, sin ser economista: com més sucre, més dolç. Y también es verdad que ni en Cataluña ni en España habíamos alcanzado un Estado de bienestar a la escandinava..., tal vez porque tampoco pagamos impuestos -no las grandes fortunas, casi nadie- a la escandinava, ni tenemos su cultura cívica.

En todo caso no hay duda de que, durante los últimos ejercicios, el hundimiento de los ingresos de la Generalitat ha abierto una brecha insostenible entre estos y los gastos; como explicaba anteayer el exconsejero Antoni Castells en el Círculo de Economía, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora debemos aceptar que somos más pobres y aplicar -no nos queda otro remedio- una severa contención del gasto público. Bien entendido que el ajuste -los "recortes" o "tijeretazos", en lenguaje de pancarta y mitin- no va a devolvernos a los años del racionamiento, las restricciones y el aceite de hígado de bacalao.

Sin duda, la corrupción y ciertos privilegios abusivos de los políticos degradan la vida pública y alimentan la desafección de los ciudadanos, pero también la degrada la demagogia. Y con respecto a la reducción de un 10% del gasto en los presupuestos de 2011, la demagogia ha hecho verdaderos estragos.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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