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Columna
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Abrazos

David Trueba

La política guarda similitudes con la fórmula 1, aunque el debate sobre el estado de la nación no atraiga ni tantos televidentes ni tantos patrocinios publicitarios. La publicidad atrapa a las personas relevantes que generan una simpatía. En esto los deportistas viven una edad de oro. Son populares, jóvenes, atléticos y además transmiten sensaciones indoloras, incoloras y transparentes, sin atisbos ideológicos ni perfiles problemáticos. Puede que muchos de ellos no sean ideales para mantener una conversación sobre la fenomenología de Hegel, pero para vender chicles, refrescos y ofertas bancarias hoy son imbatibles.

Por eso resultó estimulante que Duran i Lleida y Zapatero se permitieran un paréntesis para reivindicar su oficio, para abrazar la defensa de la Política, así con mayúsculas, según dijeron en el debate. En esta política acelerada para un mundo acelerado, la fórmula 1 también nos enseña que el piloto es importante, pero el coche es definitivo. Es posible que Zapatero conduzca un bólido que precisa entrada en talleres, para una revisión profunda, mucho más que un mero cambio de piloto, como creen algunos de sus socios. También es evidente que Rajoy está subido a un bólido que lo lleva primero a la meta sin que sepamos a ciencia cierta si tan siquiera conoce todos los botones que el tablero de mando pone a su alcance. Por si acaso no ha enseñado aún su hoja de ruta, no sea que eso le comprometa.

La política no disfruta de un circuito diseñado para el lucimiento, sino de un lodazal sembrado de baches. Por eso la gente reclama pilotos con reflejos mucho más que milagros. Pero si alguien necesita una imagen, mejor que mil palabras, para representar la urgencia de la política por revalorizarse, no tiene más que revisar la foto del presidente Camps felicitando a Alonso por su segundo puesto en el GP de Valencia. Ese abrazo se define en lenguaje corporal como el abrazo posesivo, donde uno se apodera del otro para fundirse con él, para confundirse y ser percibidos como lo mismo. Alonso, pese al traje ignífugo, intenta conservar la distancia sanitaria. Como diciendo, he aquí un patrocinador que no mola del todo. Ese desequilibrio resume la política moderna a ojos de la estima del consumidor.

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