El debate energético en Euskadi: Visión y estrategia a largo plazo
El reciente debate energético el 9 de junio en el pleno ordinario del Parlamento vasco, a iniciativa del grupo Aralar, estuvo, en mi opinión, bastante desenfocado. Demandar el cierre de las centrales nucleares y de carbón en España para favorecer el desarrollo de las energías renovables y avanzar, en consecuencia, hacia la autosuficiencia energética en Euskadi -como hizo ese grupo político- es tocar de oído, lo que casi siempre significa que uno, a pesar de la buena voluntad, acaba desafinando.
Un tema de esta complejidad requiere mucho más que unos efímeros titulares en los medios. Requiere, entre otras cosas, analizar el contexto internacional, realizar un diagnóstico estratégico de nuestro modelo y formular una visión y una estrategia viables, con las correspondientes políticas, instrumentos y acciones que identifiquen su posible trayectoria. Por cierto, en la propuesta no de ley presentada en el Parlamento vasco se repetía el error habitual de confundir el sistema energético con el subsistema eléctrico. La energía eléctrica representa únicamente el 26% del total de la energía final consumida en el País Vasco, mientras que, por ejemplo, los derivados del petróleo representan el 40%. El debate sobre el mix eléctrico y la necesaria progresión en su seno de las energías renovables es solamente una parte de un debate energético mucho más amplio, debate que efectivamente es urgente abordar en Euskadi.
Debemos repensar y reformular de raíz las políticas de movilidad
Las propuestas que se presentan a continuación quieren ser una pequeña aportación en esa dirección.
Primera. Este país necesita una visión y una estrategia energética a largo plazo, 2050, plenamente alineada con la de la Unión Europea, que siente las bases de una transición ordenada e inteligente hacia una economía desvinculada de los combustibles fósiles.
Dado el importante stock de capital incorporado en la red de infraestructuras energéticas y la necesidad de su adecuada amortización, así como la poderosa inercia del sistema, la experiencia histórica muestra que las transiciones energéticas precisan de décadas, incluso de generaciones, para llevarse a cabo. La transición energética por la que ha apostado la Unión Europea -ver sus recientes Hojas de Ruta 2050 sobre transporte, cambio climático y, próximamente, sobre energía- es hacia una economía muy baja en carbono, basada en la eficiencia ultraavanzada, las energías renovables con el gas como energía de transición, la integración en redes energéticas del espacio europeo, la generación distribuida y la gestión inteligente de la demanda.
En ese marco de referencia, la Estrategia Energética de Euskadi 3E-2020, de próxima aprobación por el Gobierno, habría de concebirse -junto con los proyectos normativos en curso sobre cambio climático, movilidad sostenible y eficiencia energética- como el primer building block de esa transición a largo plazo.
Segunda. El elemento estructural más relevante en el actual contexto energético internacional es el final del largo ciclo del petróleo barato. Desde hace más de una década, asistimos a una tendencia de fondo hacia un fuerte encarecimiento del precio del barril de crudo. Recientemente, Goldman Sachs, una de las instituciones más influyentes en los mercados diarios del sector, estimaba que el precio del barril en 2012 rondará los 140 dólares.
El precio del petróleo, más allá de vaivenes coyunturales, va a seguir encareciéndose en el medio y largo plazo y hay que preparar a nuestra economía para ese escenario. Por ello, este país se debería marcar como prioridad energética continuar avanzado hacia una fuerte desvinculación del uso de recursos petrolíferos. El sistema energético vasco ya se ha desvinculado en el pasado del carbón. Hace 30 años, representaba aproximadamente el 25% del consumo interior, mientras que hoy no llega al 3%. En el caso del petróleo, hace tres décadas representaba en torno al 60%, mientras que hoy día su presencia en el mix de energías primarias es 20 puntos menor. Profundizando en esa tendencia, en el año 2030 el petróleo no debería superar el 20% de la energía primaria consumida en Euskadi. Ese es el principal nudo gordiano que habríamos de soltar en las dos próximas décadas.
Hablar de petróleo significa, obviamente, hablar de movilidad y transporte. Debemos repensar y reformular de raíz desde los Ayuntamientos, las Diputaciones forales y el Gobierno las políticas de movilidad de las personas y el transporte de las mercancías. La apuesta estratégica por el transporte público, los modos ferroviarios, la movilidad eléctrica sobre una base renovable, la gestión de la demanda, cobran en ese contexto todo su significado.
Tercera. Las energías renovables han de ser otra opción estratégica. El gas debe ser la energía de transición que acompañe el despegue definitivo de las renovables en las próximas décadas. En el horizonte de 2050 la presencia del gas en el mix eléctrico y energético vasco debería ser, no obstante, marginal.
Respecto a las renovables hay que tener una perspectiva amplia y ambiciosa. Se trata de sustituir en Euskadi, en España y en el conjunto de la Unión Europea el sistema energético que mueve la totalidad de las fábricas, hospitales, desplazamientos, universidades, hogares,... Es decir, se trata de cambiar a lo largo de las próximas cuatro décadas la base energética que mueve una sociedad de 500 millones de personas.
Eso requiere un despliegue masivo de tecnologías renovables especialmente en aquellos lugares que cuentan con la mejor cantidad y calidad de recurso. Es la utilización a gran escala del viento en el Mar del Norte, la biomasa en los países escandinavos, el viento y sol en el Sur de Europa lo que generará el orden de magnitud necesario para que esa transición sea viable. Las futuras redes de transporte y distribución de energía eléctrica que integrarán el territorio comunitario tendrán la función primordial de llevar recurso eléctrico/energético renovable a los grandes centros urbanos e industriales de Europa, incluyendo a Euskadi. En una sociedad altamente industrializada y urbanizada como la vasca, con grandes requerimientos energéticos y muy escasos recursos propios, no es viable un planteamiento de autosuficiencia energética. Seremos un nodo en una red interconectada, inteligente y renovable.
Cuarta. El ahorro y la eficiencia energética son la otra gran asignatura pendiente. Mientras que la industria ha mejorado progresivamente sus niveles de eficiencia, los sectores del transporte, servicios y hogares presentan resultados mediocres en la pasada década. Estudios recientes del Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía (IDAE), dependiente del Ministerio de Industria, estiman que el potencial de ahorro en el transporte es del 26%, en los servicios del 14% y en el residencial el 9%.
El anuncio por parte del Gobierno vasco de una ley de ahorro y eficiencia es una buena señal en esa dirección. Esa ley, junto con la de cambio climático y la de movilidad sostenible, todas ellas de previsible aprobación en esta legislatura, han de sentar, junto con la mencionada Estrategia Energética 3E-2020, las bases del posicionamiento de este país en el lugar y actitud adecuados. A partir de ahí, será preciso desarrollar y desplegar en años sucesivos numerosas políticas económicas, fiscales, tecnológicas, de I+D+i. Habrá que tejer, asimismo, una estrecha red de colaboración y coordinación interinstitucional con las diputaciones forales, las capitales y Eudel, y desarrollar una importante concienciación y movilización social, pues es la ciudadanía la que finalmente tiene siempre la última palabra. El debate energético no ha hecho sino empezar.
Antxon Olabe es economista y socio de Naider.
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