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Columna
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¿Hacen falta los partidos?

¡Quién lo iba a decir! Dos hombres de 94 años se han convertido en la luz que ilumina a cientos de miles de indignados que han tomado las plazas y calles de España.

Uno de ellos es berlinés de nacimiento y francés de adopción. Su nombre es Stèphane Hessel. A pesar de su larga y brillante carrera diplomática, y de haber sido uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Hessel será recordado por ser el autor de ¡Indignaos!

El segundo es José Luis Sampedro. Catedrático de Estructura Económica jubilado, se le puede ver paseando por la malagueña Cala de Mijas, donde reside buena parte del año. Allí escribió el prólogo del librito de Hessel. Allí redactó también el capítulo que abre el libro colectivo Reacciona, una continuación ampliada de las ideas madre de ¡Indignaos!

Estos dos venerables nonagenarios han contribuido con sus escritos al nacimiento de uno de los movimientos sociales más impresionantes surgidos en las últimas décadas en España. Ambos llaman a la insurrección pacífica frente a la agresión de los mercados contra los ciudadanos.

Desde el primer momento, el 15-M demostró que seguía al pie de la letra la consigna estampada en la portada del libro de Hessel: "Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica". Y añade Sampedro en su prólogo: "Indignaos, sin violencia".

La irrupción del 15-M sorprendió a los partidos tradicionales en vísperas de las elecciones municipales y autonómicas. La derecha, de manera especial algunos de sus cronistas más reaccionarios, atacaron con insultos y mentiras a los indignados que ocupaban las plazas de España. Algunos afirmaron que tenían vinculaciones con ETA. El cerco al Parlamento catalán fue utilizado para acusar falsamente al 15-M de ser un movimiento violento. Las masivas y festivas manifestaciones del pasado domingo demostraron todo lo contrario: que son un movimiento pacífico, en línea con el pensamiento de Hessel y Sampedro.

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En poco más de un mes, el 15-M ha saltado de las calles y plazas al Congreso. El martes se aprobaba por unanimidad una moción que insta a los diputados a "profundizar en la democracia y la participación política". Dirigentes socialistas reconocían que habían iniciado contactos con miembros del 15-M.

Los indignados han ganado una importante batalla: obligar a los partidos políticos a reflexionar sobre la calidad de la democracia española. Que no es poco. Es posible que, al menos la izquierda, entienda al fin las profundas razones del cabreo de buena parte de la sociedad española.

Es cierto, como ha dicho el presidente Griñán, que en democracia lo que no gusta se cambia con los votos. Pero antes hay que convencer a la gente de la necesidad de ir a votar. Hay que agitar las conciencias. Hacer ver al ciudadano que la política, con mayúsculas, es una necesidad y una actividad noble. Y que no vale todo con tal de llegar al poder. Que hay principios. Y que el ciudadano se merece que sus gobernantes le expliquen por qué a veces esos principios son traicionados. Por ejemplo, cuando se gobierna al dictado de los mercados y de los tecnócratas de Bruselas y se dan hachazos al Estado de Bienestar sin tocarle un pelo a los que más tienen.

La parte más sensata de 15-M, que es la inmensa mayoría, no quiere destruir el sistema. Pretende limpiarlo, regenerarlo. Y "regenerar no significa acabar con los partidos políticos", como dijo Francis Jurado, portavoz de la plataforma Democracia Real ya, en La Tertulia de Canal Sur Televisión.

Los partidos son necesarios en toda democracia. Pero unos partidos transparentes, democráticos, pegados a la calle y libre de arribistas y corruptos.

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