_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El crucifijo del policía

En el gimnasio al que acudo a diario, cuando las obligaciones profesionales lo permiten, coincido con una mujer musulmana, regordeta, ataviada con el pañuelo clásico que no se quita ni para romperse en el tamiz de las abdominales. Cuando acaba sus ejercicios (antes se castiga como yo en la bicicleta o en el esquí como le llamamos nosotros a ese potro infame de sudor), suele rezar descalza las oraciones que corresponden a su credo. Y luego se va a la ducha, supongo, porque no tengo acceso permitido al vestuario femenino, pero la veo salir lozana y resucitada, nunca mejor dicho. Enfrente de mi garaje, hay una mezquita, donde muchos jóvenes acuden a orar y suelo cruzarme con los imames de la mezquita, que por su aspecto me parecen europeos, eso sí con más barba que Demis Roussos cuando cantaba con Aphrodite?s Child. A mí, el mundo religioso me espanta, pero lo respeto.

Ni los unos ni los otros han alterado mi vida. Están ahí, como las montañas, como los supermercados, como los aparcamientos de bicicletas, como la vida misma y ya ni me fijo en ellos, por distintos. Son iguales. Y de pronto ¡zás!, llega el PP valenciano y me golpea la mirada y el alma. Yo que creía haber superado todos mis viejos miedos, aquellos que me hacían temer de la policía, de la guardia civil, por razones históricas obvias, de los curas, del Opus Dei, de los políticos tan profesionales, y me topo con Juan Cotino, expolicía, exdelegado del Gobierno, miembro del Opus Dei, inaugurando las cortes valencias con un crucifijo en la mesa del Parlamento. ¿Quién surgía en esa provocación?: el expolicía de aquellos tiempos, el opusdeista de estos tiempos, el amigo y correligionario de Camps, chulesco y abreviado, el delegado del gobierno reconvertido en delegado agradecido de Camps...? Seguramente, a Juan Cotino le parece muy mal el pañuelo musulmán, pero no por el pañuelo, sino porque es musulmán y le quita correligionarios a su causa. Seguramente Cotino sabía que haría daño blandiendo su crucifijo por el Parlament cual perfume del pasado. ¿Ha pensado Cotino qué ocurriría si alguien hubiera jurado su cargo con una foto del Che Guevara, de Messi, de Faemino y Cansado o sencillamente de José Saramago? ¿Hubiera detenido a su autor, ¿o si lo hubiera hecho con una foto de mi compañera de gimnasio? Prefiero no pensarlo

Claro que todo hubiera sido más sencillo si el Gobierno de Zapatero hubiera aprobado la ley de laicidad. Pero tuvo miedo al pecado. Por Caifás o por Nefás, la Iglesia da mucho yuyu. Y así es difícil ser socialista. O progresista. O liberal. O librepensador

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_