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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El Consulado del Mar de Bilbao: un recuerdo necesario

El próximo día 22 de junio se cumplen quinientos años de la fecha en la que Doña Juana, llamada la loca, firmó la carta que dio respaldo al Consulado del Mar y Casa de Contratación de Bilbao, conocido como Consulado de Bilbao.

Esta carta venia a confirmar una realidad preexistente. Según indican papeles de los siglos XIII y XIV -algunos de ellos conservados en la Torre de Londres-, entre los vascos de la costa y los ingreses, se habían perfilado corporaciones y ligas comerciales que, andando el tiempo, se transformarían en cofradías y hermandades de mareantes.

El banderizo Lope García de Salazar advirtió en la lejana fecha en que escribió su crónica, que nuestros antepasados buscaron en el mar "el conducho para comer".

Sólo instruyendo puede generarse actividad susceptible de crear riqueza
La continuidad requiere de gentes con ideas y entusiasmo creador

No creo que la efeméride expresada dé origen a grandes festejos, más o menos populares. A lo largo del año, la celebración tendrá unos ámbitos más bien propios de sus actividades y de la historia de Bilbao, y ello, a pesar de que el Consulado tuvo un significado excepcional.

Sin el Consulado la historia de Bilbao y su interland, hubiera sido completamente distinta.

En general, la historia del Consulado ofrece una visión estática, limitada al hecho de haber creado unas Ordenanzas que, por su perfección, gozaron de un gran renombre y predicamento, hasta el punto de haber sido código mercantil de diecinueve países iberoamericanos y de Filipinas. Quizás el lamentable desconocimiento de nuestra propia historia sea la causa de esta visión.

El Consulado fue una institución vigorosa, llena de vida, que desplegó una actividad notable, hasta que el centralismo y el Código de Comercio de 1829 cercenaron su existencia.

Sus gestores no se limitaron a administrar la Ría; fueron más lejos. Dentro de la limitación de estas líneas, no renuncio a referirme a algunos aspectos de aquélla actividad, en la medida que representan muy bien lo avanzado del pensamiento y la visión de aquellos Priores y Cónsules que gobernaron la institución.

El Consulado comprendió que el futuro próspero pasaba por la formación de las gentes, a través del conocimiento. Sólo instruyendo puede generarse una actividad económica susceptible de crear riqueza y bienestar. Esta percepción de las cosas les impulsó a promocionar estudios y publicaciones destinados a fomentar los conocimientos técnicos: matemáticas y geometría, reglas de navegación, construcción de buques, etc., son materias de cuya enseñanza y difusión preocupó al Consulado, con gran empeño.

Junto con este impulso de la instrucción aparece otro factor importante: el reconocimiento social del trabajo. Un sentido social de la importancia del trabajo bien hecho, se extendió por todos los estamentos. El "trabajo bien hecho" -lan onari, en expresión euskerika, que la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, propagó ampliamente-, constituyó un valor asumido por la sociedad vasca en general y bilbaína en particular. ¡Cuántas veces hemos oído decir "tu, ten fundamento"!

Hay que añadir otra consideración, como factor del progreso: el reconocimiento de la licitud de los intereses como rendimiento del capital, en una época en la que, la Iglesia, seguía rechazando su legitimidad.

Todos estos factores fueron aglutinados con otros componentes característicos de la idiosincrasia vasca, objeto de una larga siembra que, no solamente favoreció a las clases más modestas, sino que también sirvió para crear una élite emprendedora, capaz de gestionar empresas comerciales, marítimas y financieras. Una élite que, a diferencia de otras aristocracias, también valoró el trabajo bien hecho, extendiendo su actividad empresarial en el seno de la Monarquía, y en el resto de Europa y América.

Aquél puñado de gentes emprendedoras, andando el tiempo, entre el final del siglo XIX y principios del XX, fundaron Bancos, Navieras, Compañías de Seguros, la primera Industria Química, Altos Hornos, Forjas y Talleres, Astilleros, etc.

Nada de esto hubiera sido posible si el espíritu del Consulado no hubiera ido impregnando a las sucesivas generaciones. Sólo el vigor de estas ideas explica el hecho de que, a pesar de la pequeñez demográfica de Bilbao y su entorno, surgiera ese puñado de grandes emprendedores.

Después de la crisis que acabó con nuestras estructuras industriales tradicionales, Bilbao ha iniciado un renacimiento mediante su propia reconversión. Un proceso que parece exitoso, y en el que el Guggenheim aparece como su icono. Como motor de arranque, está bien, pero la continuidad requiere también de gentes impregnadas de ideas y entusiasmo creador, al estilo del Consulado del Mar. De aquí el valor actual de los principios que impregnaron el Consulado. ¿Lo conseguiremos?

La otra cuestión a la que someramente quiero referirme se refiere a la administración de justicia, tema en el que las gentes del Consulado, también fueron pioneros.

Comprendiendo que las formas y tiempos de la justicia eran incompatibles con las necesidades del comercio y la navegación, el Consulado constituyó un Tribunal de Justicia destinado a resolver los pleitos entre mercaderes, para lo que disfrutó de plena jurisdicción. Su funcionamiento se basaba en el principio de que las diferencias se debían resolver "breve y sumariamente, la verdad salida y guardada por el estilo de mercaderes". Los abogados estaban excluidos y antes de admitir a trámite un pleito, el prior y Cónsules reunían a las partes, "oyéndolas verbalmente... procurarán atajar entre ellos el pleito y diferencias que tuvieren". Sólo si no hubiere avenencia, se podía ir al pleito. Así aparece la mediación como acto previo al pleito, para evitar éste.

Pues bien, han tenido que pasar quinientos años para que, superadas determinadas concepciones de los poderes del Estado, se hayan creado los Juzgados Mercantiles, especializados en las cuestiones de esta naturaleza.

También han tenido que pasar esos años, para que empiece a imponerse la práctica de la mediación, como forma de evitar los pleitos.

Al actuar de la forma expuesta, Prior y Cónsules demostraron tener un sentido común que, evidentemente, ha faltado a tantos teóricos del Estado y políticos, con afanes de estadistas.

Siguiendo el ejemplo del Consulado, la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Bilbao mantiene hoy una Corte de Arbitraje y Mediación con igual espíritu y propósitos que los expresados.

No se crea el lector que aquéllas gentes fueron unos meros pragmáticos. También supieron del valor de las ideas. Sorprenderá que en aquellos lejanos tiempos dejaran escrito: "los pueblos donde se da libertad son los que prevalecen".

¿Sabrá la ciudadanía de Bilbao recrear aquella personalidad y aquella forma de plantear el futuro?

Un pensamiento de Fernando de la Cuadra Salcedo, escrito hace años, me parece que sigue siendo una buena respuesta a esta pregunta. Después de glosar la personalidad del pueblo vasco terminó sus reflexiones con la siguiente: "Esto es algo de lo que hemos sido, pero tengo fe viva en nuestros futuros destinos, y sólo me inquieta en pensar que por falta de creencia en la propia personalidad, nos demos a imitar renacimientos... contrarios a nuestra manera".

Mitxel Unzueta es Presidente del Comité Permanente de la Corte de Arbitraje de la Cámara de Bilbao.

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