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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De la plaza de Tahrir a Sol

Enrique Gil Calvo

El recientemente fallecido Charles Tilly era sin duda el sociólogo político y sociólogo histórico más célebre de Estados Unidos, como discípulo continuador del gran Barrington Moore Jr. y jefe de filas de las diversas escuelas de sociología encabezadas por discípulos suyos como Sidney Tarrow que se dedican a la investigación de la acción colectiva, terreno que abrió con su seminal From Mobilization to Revolution (1978). Pero sin abandonar su prioritaria dedicación al estudio del conflicto político (los repertorios de la contienda, por citar palabras clave acuñadas por su fértil imaginación), últimamente había centrado su interés en los procesos de democratización, tanto históricos como contemporáneos. Unos procesos caracterizados por la incertidumbre y la contingencia, sólo analizables con perspectiva relacional o interactiva, y que tanto pueden avanzar hacia la protección de los derechos ciudadanos como retroceder hacia la desdemocratización o derivar hacia otros procesos revolucionarios con perspectivas de abierta guerra civil. Es lo que estamos viendo ante nuestros ojos con la sorprendente primavera árabe que acaba de iniciarse y que hubiera hecho las delicias tanto científicas como políticas de Chuck Tilly. A título póstumo acaban de aparecer entre nosotros las traducciones de dos de sus últimas obras, que representan un claro giro en sus estudios sobre la democratización. Y un giro por cuanto centran su atención investigadora en lo que pasa por ser uno de los tópicos más importantes, si es que no el principal, de la sociología política contemporánea: el concepto de capital social entendido no como stock (depósito acumulado de asociaciones voluntarias) sino como flujo (redes o relaciones interactivas de confianza mutua). Como se sabe, este concepto inventado por Coleman y Bourdieu fue popularizado por Robert Putnam, que bajo el patrocinio de Francis Fukuyama (en su obra Trust: confianza) lo elevó a la categoría de fuente generadora tanto del civismo democrático como de la prosperidad económica. Pero la literatura especializada distingue dos modalidades de capital social: el universalista o positivo, que favorece la estabilización de la democracia, frente al particularista o negativo que la bloquea y pervierte, como ocurre con las redes clientelares, mafiosas o criminales. Pues bien, Charles Tilly le da la vuelta a todo este tipo de argumentación. Y aunque también hace de las redes de confianza el principal motor de la democratización, no por eso las considera una suerte de cemento consensual y cohesivo, como suelen hacer los expertos académicos, sino por el contrario un fermento contencioso de resistencia contra la dominación y de abierta reivindicación colectiva. De ahí que no distinga entre redes positivas y negativas (o antisistema), como hacen los especialistas conservadores, sino entre redes segregadas, de defensa contra la dominación, y redes integradas, una vez que conquistan el derecho a ser incluidas en los acuerdos de distribución del poder. Y es esta perspectiva relacional y contenciosa de las redes de confianza la que mejor puede ser aplicada para explicar tanto la primavera árabe como la reciente primavera española (movilización del 15 de mayo por la "DemocraciaRealYa" y acampada de los indignados en la Puerta del Sol), puesto que ambas primaveras han emergido precisamente como redes de confianza democratizadora.

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