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Austeridad y coherencia

Rosa Cullell

Vivió 93 años que, incluso para las épocas actuales de longevidad (la esperanza de vida de las españolas es de 83), son muchos. Era de conservar, zurcir y aprovechar los restos del asado para las croquetas. Tras su fallecimiento y a pesar de creer conocerla, su armario me llamó la atención. Una prenda en cada percha, los zapatos con formas de madera en el interior y sus famosos trajes de chaqueta, los del modisto, ajenos a las modas y en perfecto estado de revista. Como se mantenía en su peso, le servían los mismos vestidos de fiesta durante décadas; los alternaba y repetía en bodas de hijos y sobrinos. Siempre tan elegante. Llegó un día en que Satur (la tercera chica de una familia muy numerosa) no volvió al sastre. Decía: "tengo de todo y bueno, no me hace falta más". Así, como su armario, era la casa de mis suegros en Pamplona. Los muebles se limpiaban y abrillantaban con mimo pensando que durarían para siempre. Y duraron. Qué decirles de la comida. Aún hoy soy incapaz de comprender cómo se las apañaba para preparar menús de cinco estrellas para 15 comensales con la pensión de viudedad y los intereses de la cartilla. Ni el jugo de los espárragos se tiraba; lo echaba al caldo.

La austeridad es una manera de vivir. España lleva viviendo muchos años por encima de sus posibilidades

Recordé a mi suegra durante las jornadas económicas de Sitges, en donde como cada año se han reunido empresarios, economistas, consejeros y ministros, además de asistentes en busca de contactos de futuro (ahora solo se cotizan los del PP y de CiU). La palabra estrella ha sido AUSTERIDAD. En mayúsculas y recibida, a cada mención, con contundentes cabezadas. La suya, sin embargo, no es la austeridad de mi suegra. Ella era, como indica el mismísimo diccionario de la RAE, "severa, rigurosamente ajustada a las normas de la moral; sobria, sencilla, sin ninguna clase de alardes". Y, como añade el gran Julio Casares: "de acrisolada honradez". En las reuniones del Círculo de Economía se congregaron este año muchos señores (¿qué les ha pasado a las mujeres de este país?) y a su discurso, que presumo honrado y necesario, se le podría exigir algo más de coherencia.

A los medianos pequeños y medianos empresarios catalanes, que siguen luchando por encontrar crédito bajo las piedras, no me atrevo a exigirles nada. Suficiente tienen con la subida de tipos y la caída del consumo interno; muchos, encima, consiguen exportar y equilibrar sus cuentas. Sí creo que deberían dar ejemplo los directivos y consejeros de bancos o grandes empresas, con sueldos de siete cifras que han seguido subiendo a pesar de la nueva Gran Recesión. Y de nuestros representantes políticos cabe esperar planificación y un discurso que no varíe en el último momento cuando solo queda rezar a Santa Rita, patrona de los imposibles, esperar a que la locomotora alemana tire de nosotros y recortar a diestro y siniestro.

En Sitges, Mariano Rajoy destacó la necesidad de austeridad para cumplir las exigencias europeas de déficit y criticó los excesos en Castilla-La Mancha. Curiosamente, sigue apoyando a Camps, imputado entre otras cuestiones por estrenar traje (gratis) cada semana, y ni siquiera menciona los excesos de gasto público de la Comunidad Valenciana. Mientras un partido gana, no hay problema con los desajustes presupuestarios. Lo malo es cuando llega el siguiente y se encuentra con que la cuenta de tesorería más que una hoja de Excel es un agujero negro. De los excesos del tripartito se queja ahora el Gobierno de CiU, aunque en la oposición no reclamaba recortes, ni proponía la reducción de la función pública. Y el ministro socialista Miguel Sebastián, en el tramo final de la legislatura de Zapatero, pone de relieve que esto de ahorrar "va en serio". Habrían podido empezar antes, absteniéndose de repartir cheques.

La austeridad no es una cuestión de ideología; es una manera de vivir. España (también la Cataluña de CiU y la del tripartito) lleva demasiado tiempo viviendo por encima de sus posibilidades. Nuestra tasa de ahorro hace años que es negativa. No han sido solo los políticos, sino la sociedad entera, la que se ha acostumbrado a vivir al día, a usar y tirar. Pero esta sociedad kleenex se ha acabado. No vale pedir austeridad al vecino y en tu casa seguir gastando.

Rosa Cullell es periodista.

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