_
_
_
_
_
LA COLUMNA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ni primarias, ni congreso

El error de los políticos -comentó hace años Felipe González- "consiste en pensar que lo que la gente percibe es lo que nosotros creemos que percibe, y la verdad es que a veces percibe cosas totalmente diferentes". Así es: los políticos socialistas piensan que la gente percibe el proceso de designación de su candidato a la presidencia del gobierno como si se tratara de unas primarias, pero lo que la gente percibe es que el candidato ya ha sido elegido en una reunión de secretarios generales de las federaciones del partido no prevista en los estatutos; que ha sido ratificado por un comité federal controlado por esos mismos secretarios generales; y, en fin, que buena falta hace seguir con esta representación de unas primarias de ficción para proclamar como si se hubiera tratado de unas primarias de verdad a quien los secretarios generales consideran el mejor de los candidatos (aunque siendo el único nunca se sabrá si es el mejor porque nadie es el mejor cuando es el único).

El error a que se refería Felipe González no consiste exactamente en pensar sino en actuar como si la gente percibiera lo que los políticos creen que percibe o, todavía más, lo que los políticos quieren que la gente perciba. Para evitar ese error, en el que se ha hundido el actual secretario general del PSOE, arrastrando en su caída a todo el partido, mejor habría sido comenzar la nueva etapa llamando a las cosas por su nombre. Aquí lo que ha pasado es que, obligado a renunciar a una tercera legislatura, el presidente del gobierno pretendió mantener el control de su sucesión y del partido conservando la secretaría general. Para eso, decidió que el candidato a la presidencia se eligiera en unas primarias. El espectáculo estaba garantizado: un veterano contra una joven, ambos con una cualidad común: ¡son miembros del mismo gobierno!

La joven candidata se lo creyó y peregrinó por diversas asociaciones para medir los apoyos, a la vez que montaba un equipo de asesores mediáticos que le prepararon su salida a la palestra a la manera Obama, enarbolando un manifiesto en el que yes, we can se transmutaba en un quiero, repetido con la rotunda cadencia de un tam-tam: quiero, quiero. Pero el querer duró lo que un suspiro: la ministra de Defensa, con su incomprensible rueda de prensa -incomprensible por la convocatoria misma, por su etéreo contenido y por el infantil lenguaje facial, mitad contrariado mitad compungido- y obligada a leer en tiempo pasado su manifiesto electoral con la cadencia de un lamento: quería, quería, se limitó a dar fe de que todo su bagaje consistía en una operación de mercadotecnia de un producto todavía inmaduro para competir en el mercado político.

La frívola ocurrencia de enfrentar al ministro del Interior con la ministra de Defensa en unas primarias habría dejado al Gobierno y al partido noqueados para los restos y se habría saldado con una pérdida de autoridad de todos los implicados. El desaguisado se ha evitado finalmente gracias a la decisión de Rubalcaba de no entrar en semejante competición con Chacón. A cambio, ha tenido que aceptar la ficción de las primarias y dejar para más adelante la solución de la doble crisis de identidad y de poder por la que atraviesa el PSOE, que solo se podrá solventar, la primera, con una redefinición de lo que significa ser socialdemócrata hoy y, la segunda, con un congreso en el que se reconstruya la unidad de liderazgo.

El problema es que esta doble crisis afecta al PSOE en una coyuntura de caída hacia la irrelevancia. El partido ha perdido electores a chorros y, con ellos, todo el poder institucional en el mismo momento en que, como gobierno, se encuentra sin rumbo ni dirección. Una caída de esta profundidad y de tanto alcance habría exigido, por el clamor de las bases o la presión de los cuadros, la convocatoria de un congreso. No ha sido así: las bases permanecen en silencio y los cuadros se han avenido a una fórmula de compromiso, un apaño que pospone la solución de la crisis de liderazgo hasta después de las elecciones y adelanta la redefinición de lo que hoy signifique ser socialdemócrata a una conferencia que habría necesitado un año de debates.

Así que, después de todo este lío, los socialistas se enfrentan al inmediato futuro con unas seudoprimarias a las que seguirá un seudocongreso. El resultado más probable para lo que queda de mandato será que la gente perciba al Gobierno como un enfermo terminal, mientras contempla cómo en el partido se toman posiciones y se afilan las navajas para la batalla decisiva.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_