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Rigola se despide con un estupendo juego pirandelliano

Del último montaje de Àlex Rigola al frente del Teatre Lliure, The end, narco-mex-spaguetti-western teatral, "written and directed by Sergio Rigole", nos esperábamos una gamberrada. Y lo es, desde luego, pero también es un sorprendente juego pirandelliano en el que Rigola de repente se descubre como prometedor autor teatral.

Con la cifra del recorte presupuestario -15,6%,- impresa sobre el telón en humeantes números del Oeste, el mismo Rigola presentó la velada tras un entusiasta aplauso de todos los presentes: "Podíamos haber hecho una fiesta, o editar un libro, que es un recuerdo bien bonito, pero hemos decidido celebrar esta despedida desde el escenario". Pidió a quienes se sintieran aludidos que no se ofendieran, "no es mala baba sino mucho cariño" y aclaró que lo que íbamos a ver sería un fin de curso del que llevaban hechos una decena de ensayos. En The End pasa de todo y lo que empieza como una historia de narcotraficantes en la frontera de Tejas con México se transforma en la obra escrita por un director que aparece infiltrado entre los killers de Benítez -el capo de la mafia, y que no es otro que Andreu Benito-; mientras el director en cuestión viene a ser Rigola interpretado por un graciosísimo Marc Rodríguez, que da la talla pero en miniatura vestido como suele vestirse él (camiseta negra, pantalones pitillo negros y gafas de pasta), todo ello con un montón de referencias sobre el teatro en general y el nuestro en particular. Pirandello y Woody Allen nos vienen a la mente, tan logrado es el planteamiento de The End. Después la cosa se descontrola pero lo hace con gracia, con mucha ironía y con un montón de alusiones para todos los gustos, como la de la "tendencia Mascarell", que es la de ahorrar al máximo en escenografía. Un cactus al que los álter ego de Rigola intentan que "actúe" bien, una ranchera, un buitre que da puñaladas traperas, personajes de Toy Story y un rebaño de ovejas de verdad completan este estupendo montaje, no exento de reflexión y sinceridad, que dedica también un pequeño homenaje a los directores internacionales programados a lo largo de estos ocho años. Fin de una etapa, pues, para Àlex Rigola e inicio de otra que bien podría ser, visto lo visto, como dramaturgo.

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