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Reportaje:

Lo que la vida esconde

El actor Guillaume Canet defiende en 'Pequeñas mentiras sin importancia', su tercera película como director, la necesidad de disfrutar del día a día

Rocío García

En Francia, la expresión petits mouchoirs se utiliza para enfrentar a los niños con un juego, un engaño. Cuando uno no quiere ver una cosa pone encima un pequeño pañuelo y así cree que realmente no se ve y no existe. Pues esa sensación es la que ha vivido, ya de adulto, Guillaume Canet, de 37 años, hombre atractivo, actor de moda que no decía a nada que no -enlazando proyecto tras proyecto-, hasta que decidió levantar el pañuelito de su vida y dejar de esconder todas las cosas que había debajo de la alfombra y que ya no podía dejar de ignorar.

Y esa confesión que hace el actor y director francés delante de un grupo de periodistas en París, con motivo de los encuentros de Unifrance, la ha trasladado, título incluido en Francia, a su tercer largometraje como realizador, que se estrena hoy en España con el nombre de Pequeñas mentiras sin importancia.

"El mundo va tan rápido que uno no tiene tiempo de vivir las cosas"
"Al final del largometraje lloré, Nunca lo había hecho antes"
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Los amigos de Guillaume

Fue a raíz de la pérdida de un amigo muy querido, explica Canet, cuando empezó a escribir esta película, una historia coral que reúne a algunos de los mejores intérpretes del cine francés como Marion Cotillard (oscar por su papel en La vie en rose), Jean Dujardin (reciente premio en Cannes como mejor actor por El artista), además de Benoît Magimel, François Cluzet o Gilles Lelouche. Pequeñas mentiras sin importancia narra las vacaciones de verano de un grupo de amigos que no quiere romper la tradición de reunirse cada año, a pesar de que uno de ellos ha sufrido un accidente y se encuentra hospitalizado en París. Todo son mentirijillas y apariencias entre ellos hasta que estalla la verdad de sus relaciones y comportamientos. ¿Llevo la vida que quiero? ¿Estoy con los amigos que quiero estar? Estas son las preguntas que se hizo Guillaume Canet y que se respondió a sí mismo, en una especie de catarsis personal, a través de su tercer largometraje como director, que ha cosechado un tremendo éxito en Francia con más de cinco millones de espectadores.

"Es sin duda mi filme más personal. Estaba pasando momentos muy difíciles en mi vida, en los que me di cuenta de que no había tomado buenas decisiones ni elecciones. Me había desperdigado mucho en mi trabajo, lo hacía todo sin parar y me había perdido muchas cosas, incluso amigos. El mundo va tan rápido que uno no tiene tiempo realmente de vivir las cosas y digerirlas, todo tiene que ser inmediato, parece que no pudiéramos detenernos y así no podemos disfrutar de las pequeñas cosas que nos aporta la vida. Pensé que ese sentimiento lo podía compartir con el público, hablar de lo importante de la amistad y del amor, de decir a la gente que uno quiere que la quiere antes de que sea demasiado tarde". Se ha puesto algo sentimental Canet, pero lo hace con una sinceridad y una tranquilidad que apabulla, también con una bonita sonrisa en el rostro.

Y siguen las confesiones. Está convencido de que con este filme ha cerrado una herida íntima. "Al final de la película lloré. Y nunca había llorado antes porque crecí en una familia muy estricta en la que uno tenía que ser muy fuerte y no dejaban llorar. Pues ya sé llorar. Ahora sí puedo llorar".

Aunque no parece decidido Canet a dejar a un lado su carrera como actor y luchará por compatibilizarla con la de realizador, el cineasta tiene claro que la interpretación la tiene algo abandonada, porque ahora sí trata de elegir bien y, dice, no siempre es fácil. "Ahora no tengo que estar esperando a que suene el teléfono para hacer una película; ahora la puedo hacer yo mismo, escribirla, prepararla. Me encantaría seguir compatibilizando las dos cosas, aunque si tuviera que elegir sin dudarlo me inclinaría por la dirección". A toda esta reflexión se añade que el propio Canet no se siente completo como actor. Es más, no se considera un buen intérprete. "Sé lo que digo. Me parece que soy mejor director que actor. Cuando dirijo una película, y sé que solo llevo tres [las anteriores fueron el drama Mon idole y el soberbio thriller Ne le dis à personne], nada me puede parar, nada es más importante de lo que hago en ese momento". Quizás por eso va a seguir el consejo de su amigo Jean Rochefort: "Nunca te compres una parrilla para hacer el asado". "Si uno se compra la parrilla significa que tiene una casa de campo, y si tiene una casa de campo es que hay que pagar una hipoteca, y para pagar esa hipoteca tendrás que aceptar hacer cualquier película por dinero. Como director quiero estar seguro de que va a ser así siempre, de que solo voy a realizar una película cuando de verdad tenga algo que decir". Lo dice alguien que llegó a trabajar al lado de Leonardo DiCaprio en La playa.

Parece que decididamente algo ha cambiado a mejor en la vida de Canet. No solo su reciente paternidad con su pareja Marion Cotillard, sino también la realización de un sueño infantil: el de volar. Tan es así que en el maletero del coche lleva un ala delta y cuando se encuentra en dificultades se dirige al campo más cercano de París y vuela, vuela alto.

Guillaume Canet charla en el rodaje con Marion Cotillard. Con camisa blanca, François Cluzet, y con camisa negra, Benoît Magimel.
Guillaume Canet charla en el rodaje con Marion Cotillard. Con camisa blanca, François Cluzet, y con camisa negra, Benoît Magimel.

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