Un 'dream-team' a los pies de Mahler
Leipzig reúne a algunas de las mejores orquestas y batutas mundiales en el centenario de la muerte del compositor - Chailly, Salonen, Gergiev y Luisi, entre los invitados
Un siglo después de su muerte, Leipzig se vuelca con la figura de Gustav Mahler resaltando la vinculación del compositor con la ciudad y organizando un Festival Internacional de casi dos semanas -hasta el próximo 29- en el que varias de las mejores orquestas del mundo interpretan la integral de sus sinfonías.
Una auténtica constelación de estrellas por la que desfilan desde la Filarmónica de Viena a la Concertgebouw de Ámsterdam, pasando por la Filarmónica de Nueva York, la Sinfónica de Londres y, en el ámbito alemán, la Staatskapelle de Dresde, la Orquesta de la Radio de Baviera o, como anfitriona, la Gewandhaus de Leipzig. Los maestros son también de relumbrón: Riccardo Chailly, Esa-Pekka Salonen, Valery Gergiev, Yannick Nézet- Séguin, Fabio Luisi... Todo una orgía sinfónica ricamente complementada por conferencias, exposiciones, películas, publicaciones o coloquios, lo que ha motivado un auténtico peregrinaje a Leipzig de aficionados de medio mundo.
Fabio Luisi: "Sus sinfonías son microcosmos de felicidad y dolor"
En Leipzig vivió Mahler desde finales de julio de 1886 hasta finales de mayo de 1888. Un contrato como segundo director musical en el Stadttheater facilitó su consolidación como director de orquesta y propició que surgiera definitivamente su vocación de compositor. En Leipzig compuso su Primera sinfonía y terminó la orquestación de Die drei Pintos, esa curiosa ópera de Carl Maria von Weber que se desarrolla entre Salamanca, Peñaranda y Madrid. Además, Gustav Mahler dirigió en Leipzig varias óperas de Wagner, pues no en vano allí nació el compositor alemán. Fue allí precisamente donde volvió a enfrentarse a Il trovatore, de Verdi (la primera ópera que había dirigido, con tan solo 21 años), y donde conoció a personalidades como Arthur Nikisch, Chaikovski, Richard Strauss, Cosima Wagner o Anton Rubinstein. Aunque después volvería -varias de sus sinfonías se editaron por primera vez allí-, el impacto de los 22 meses que vivió de forma continuada en Leipzig fue fundamental. Así lo ha recogido un excelente libro editado por Claudius Böhm en Kamprad, en el que colaboran, entre otros, Sonja Riedel, Constantin Floros o Henry Louis de La Grange.
Impregnarse de música por todos los rincones de la ciudad de Leipzig no es complicado. Allí vivieron Bach, Mendelssohn o Schumann, además de Mahler o Wagner. De Leipzig es también la mítica orquesta de la Gewandhaus, de más de 200 años de existencia, con "una cultura del sonido", como dice su actual director Riccardo Chailly, "que la hace única". Lo cierto es que el maestro italiano tiene mucho que ver con la organización de este festival mahleriano. Ya en 1995, cuando era director musical de la orquesta del Concertgebouw, movió los hilos en Ámsterdam de una convocatoria semejante, que recordaba, 75 años después, otro Festival Mahler celebrado allí a la medida del legendario Mengelberg. En Ámsterdam, hace 16 años, estuvieron Haitink, Abbado, Rattle, Muti y, por supuesto Chailly, que es el único que repite ahora. Tal vez esa pasión por Gustav Mahler le ha llevado a poner en su despacho tres fotografías de Nikisch, Furtwängler y Bruno Walter. Toda una declaración de principios.
¿Qué tiene Mahler para que provoque semejante fascinación? Fabio Luisi, principal director invitado del Metropolitan de Nueva York y próximo director de la Ópera de Zurich, afirmaba horas antes de ponerse al frente de la Concertgebouw : "Mahler es la intensidad en música. Sus sinfonías son como microcosmos que fusionan la felicidad y el dolor, la nostalgia y la tristeza, la alegría y la duda".
La importancia de Mahler en la salida hacia nuevas estéticas, sin renunciar a las emociones, está fuera de dudas. Con el paso del tiempo su valoración artística se acentúa. Los conceptos interpretativos que mejor se ajustan a su discurso son más discutibles. En Leipzig he escuchado defensas encendidas de la manera de hacer Mahler de los directores más opuestos. La verdad no es única, afortunadamente.
En los seis primeros conciertos del Festival de Leipzig, Riccardo Chailly transmitió una profunda emoción, una gran espiritualidad, al frente de la Gewandhaus en la Segunda, intensificada tal vez al coincidir la ejecución con la fecha del aniversario y en parte también por el toque afectivo de las cantantes Sarah Connolly y Christiane Oelze.
Esa-Pekka Salonen realizó una lectura analítica, precisa, de corte objetivo y sonoridad compacta en la Tercera, al frente de la Staatskapelle de Dresde; el canadiense Yannick Nézet-Séguin planteó una versión vibrante y pletórica de vitalidad con la orquesta de la Radio de Baviera en la Séptima, siendo aclamado hasta el delirio; Jun Märkl expuso con la orquesta de la MDR una lectura clarificadora de la inacabada Décima en la versión completada de Deryck Cooke; Fabio Luisi intensificó con la Concertgebouw el registro dramático de Totenfeier y la componente poética-reflexiva de La canción de la tierra, con la eficaz ayuda de los cantantes Anna Larsson y Robert Dean Smith; Valery Gergiev, en fin, fue de gran originalidad tímbrica, con la Sinfónica de Londres en la Primera y de un estatismo casi contemplativo en el adagio de la Décima.
Esta explosión de mahlermanía se cerrará el próximo fin de semana con la Novena y con tres sesiones de Riccardo Chailly y la Gewandhaus dedicadas a la Octava. Como contrapunto, la vecina Ópera de Leipzig, en su temporada del cincuentenario, realizó el pasado viernes el estreno europeo de la ópera para niños La princesa árabe, del compositor bilbaíno Juan Crisóstomo de Arriaga, anteriormente programada en Ramala por la Fundación Said-Barenboim y su orquesta judío-palestina.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.