La obsesión por la gestión
Terminó la campaña y pasó el día de reflexión. Si nos atenemos a lo que ha sido estrictamente la campaña electoral -más adelante podemos hablar de otras cosas-, poco hemos tenido que reflexionar. Seguramente mañana tendremos más motivos de reflexión a la vista de los resultados, alianzas, pactos y ententes poselectorales.
Y digo esto porque la campaña me ha resultado un tanto aburrida, salvo las intervenciones al principio de Mayor Oreja, Alcaraz , titulares de periódicos e imputaciones de lesa patriae o de alta traición al Tribunal Constitucional, que han tenido su chispa; el resto ha resultado una campaña mediocre. Hasta Bildu, quizá forzado por las circunstancias, ha presentado un perfil muy bajo. El propio Miguel Buen lo decía el otro día en las páginas de este diario.
Se formarán corporaciones verdaderamente plurales, pero no alterarán el statu quo sustancialmente
Quizá resulte otra forma de entender la política con apuestas propias y no meras gestiones
Salvo excepciones, que por motivos obvios me abstengo de mencionar, la palabra clave o la más repetida en las intervenciones de los candidatos ha sido "gestión". ¿Qué debemos entender, qué quiere decir esta obsesión por la "gestión"?
Hoy es domingo. Hasta esta noche no sabremos los resultados de las elecciones municipales y forales, pero si hacemos caso a las encuestas y a mi propio olfato, el mapa resultante de estos comicios dará como resultado un espectro que contemplará cuatro fuerzas políticas predominantes con variantes en territorios, ciudades y capitales y la posición testimonial de otros grupos.
Primera conclusión, por tanto: por primera vez en mucho tiempo se conformarán corporaciones verdaderamente plurales, pues podrán acceder a las mismas todas las sensibilidades políticas, lo que por sí mismo ya no es poco. Segunda conclusión: en términos generales, estas elecciones no alterarán sustancialmente el statu quo -sí en el caso de municipios y algún territorio-.
Vamos a fijarnos en la tradicional matriz en la que situamos a las sensibilidades políticas vascas. Desde el punto de vista de la llamada cuestión nacional, la mayoría de la sociedad opta por una continuidad más o menos amable de la situación actual. Lo mismo ocurre si el punto de vista que utilizamos es la transformación social, estructural y superestructural.
Y aquí es donde vuelve a cobrar su sentido la palabra "gestión". Gestionar se define como administrar, concepto que lleva en sí mismo la continuidad. A mitad del pasado mandato de las corporaciones, el panorama cambió radicalmente. La crisis se abatió con toda su crudeza, subieron las cifras del desempleo, las de cierre de negocios y empresas y, lo peor de todo, las de pobreza y necesidad. Desde entonces, las Diputaciones se han limitado a gestionar la crisis, a poner parches y a sujetarse a lo que viene impuesto desde fuera, desde el Reino, desde Europa o desde los mercados. Se han sujetado a una postura meramente posibilista y se han rendido, renunciando a ejercer otras políticas que transformen el escenario, limitándose a esperar a que la tempestad amaine, si es que amaina por sí sola y sin preocuparse por las consecuencias que deje, en forma de diferencias sociales, de empobrecimiento del patrimonio público, en beneficio del negocio privado o de pérdida de derechos de los trabajadores.
La colaboración en esta labor de los partidos constitucionalistas con el autonomista ha sido estrecha y perfectamente ajustada. En el ámbito fiscal, de gasto público, en materia presupuestaria y de grandes infraestructuras, el acuerdo ha sido continuo. Lo mismo cabe decir en cuanto a la construcción nacional; parafraseando al juntero -hasta hoy y supongo que mañana- Ander Rodríguez: la diferencia entre el PSOE y el PNV es una placa en la Diputación Foral de Guipúzcoa.
A la vista de lo anterior, parece que no podemos esperar un cambio de rumbo, en lo político y en lo económico que reclaman cada vez más sectores sociales, a medida que la crisis profundiza y que se está poniendo de manifiesto estos días en las plazas y en las calles. No son demandas nuevas ni sorprendentes. Se hallan en los programas de partidos que concurren a estas elecciones, no en los del espectro mayoritario de los tres partidos, que no entienden estas demandas, que les superan porque consideran, como dice Eduardo Rodrigalvárez en su magnífica columna del viernes pasado -enhorabuena-, que la democracia se acaba en el voto, que además los derechos sociales no forman parte de la democracia, o lo que es lo mismo, que puede existir democracia de verdad entre desahucios, entre la pobreza y la exclusión
Quizá en Guipúzcoa la situación sea distinta. Es probable que las fuerzas que, frente a gestión, apuestan por la política y por las políticas, tengan un valor determinante, un peso especifico. Quizá hasta constituyan la minoría mayoritaria. ¿Se permitirá un Gobierno de la lista más votada apoyada en la geometría variable, o se escenificará con luces y taquígrafos el acuerdo que existe entre las otras tres fuerzas y en este último caso prescindirán de los valores y criterios que se contienen en el programa más votado?
Este escenario, perfectamente legal -otra cosa es la legitimidad- parece el más probable que resulte. Pero quizá este escenario sea la antesala de otra forma de entender la política, más próxima y de la que cabe esperar soluciones, apuestas decididas propias y soberanas, nuevas políticas y no meras gestiones, tanto en lo social, como en lo político. Y esta forma de entender la política parece que llega más pronto que tarde, como se abrirán las grandes alamedas.
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