Qué bonito es el Raval

En Barcelona, a las cuatro y media de la tarde, solo a los turistas se les ocurre tirarse a la calle. A los turistas y al candidato Ricard Gomà, dispuesto a acompañarnos en este paseo a deshora. Nos encontramos en el Pla de Palau, donde se reunían los antiguos mercaderes de la ciudad, personas venidas de cualquier parte para comerciar, vender y comprar. Para prosperar. Igual que ahora. Extraño lugar, sin embargo, para quedar con el alcaldable más progre, el de los verdes. Gomà también está dispuesto a vendernos su mensaje. Hace bien. ¿No quiere gobernar esta ciudad fenicia?
Los muros milenarios protegen del sol y hasta hace fresquito cuando llegamos al cruce de Canvis Vells y Canvis Nous. Con tanto hablar del futuro (Gomà va por primera vez de número uno y, claro, mira hacia adelante), nadie recuerda el pasado de esta maldita calle; aquí cayó una bomba, en la procesión de Corpus de 1896, y murieron 12 devotos. Durante mucho tiempo, al pasar por ella, las señoras barcelonesas de bien se santiguaban. Avanzamos por la plaza de Sant Jaume, rodeados de turistas en calzón corto y biquini. Ahí van, comiendo helados italianos, ajenos a la normativa sobre civismo que el candidato propone derogar. "No sirve para nada", asegura. Razón ya tiene. Los sin techo sestean en los portales sin miedo a la multa por incívicos.
El voto está en todas partes: ya no tiene nacionalidad, barrios ni clases
Nadie parece preocupado en esta tarde soleada. Que me perdonen los jinetes del apocalipsis, pero por el Raval se pasea la mar de bien. En cuanto nos alejamos de La Rambla de toda la vida, llena de tenderetes horribles y de terrazas carísimas, la vida vuelve a una tranquilidad de niños morenos con camiseta del Barça y niñas de melena rizada que juegan frente a la tienda (abierta en domingo) de sus padres. Y al llegar a la Rambla del Raval hasta los chiringuitos son mejores. Como el Mabrouka, donde la juventud de todas partes toma té a la menta y come krewats de pollo. El candidato se sienta en un banco. A su izquierda, tres paquistaníes; a la derecha, una señora del barrio de toda la vida le da conversación: "Menudo calor, verdad, joven". Sonríe Gomà, consciente de que el voto está en todas partes, de que ya no tiene barrios, ni nacionalidades, ni clases.
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