¿Elecciones de segundo orden?
La Ciencia Política llama elecciones de segundo orden a aquellas que tienen una importancia secundaria para la ciudadanía y los partidos. Suelen registrar una mayor abstención y sus campañas se vacían del objetivo primario de la elección, siendo ocasión para debatir cuestiones que hacen referencia a las elecciones de primer orden. Las elecciones europeas son el mejor ejemplo: los electores se sienten menos atraídos a las urnas y los temas de política nacional se sobreponen al debate europeo.
También las elecciones municipales y forales suelen recibir esta poco agradecida distinción. Cuando se dice que son la primera vuelta de las generales del año que viene, o la segunda vuelta de las autonómicas de 2009, se rebaja su condición a elecciones de segundo orden. Lo importante no es cómo serán las políticas municipales o el gobierno de la Diputación, sino cuestiones alejadas de la responsabilidad de ediles o junteros. Así, no es extraño que el último sociómetro nos diga que menos de una cuarta parte de la población considera importantes las elecciones forales o que un tercio piensa que la responsabilidad principal en materia de impuestos recae sobre el Gobierno vasco.
Hago votos para que se atienda el panorama sombrío de la crisis
El caso es que desde esa condición de segundo orden, las elecciones municipales y forales en Euskadi han tenido muchas veces un valor político de primer orden. Para la historia queda la proclamación de la II República en Eibar tras unas elecciones municipales. En el ciclo político que abrió Lizarra, las elecciones municipales de 1999 fueron el contexto del inicio de la coalición electoral de PNV y EA, solidificando una rígida política de pactos que aseguraba relevancia institucional a EA pero que contribuyó también a su difuminación electoral definitiva.
Las municipales de 2003 fueron las primeras en las que Batasuna tuvo que hacer frente a la anulación de sus listas, al tiempo que confirmaron la incorporación de EB al pacto de hierro de PNV y EA, el recurrente tripartito que, con la ilegalización de Batasuna, se instaló en la ilusión de la mayoría absoluta.
Por fin, fueron las últimas municipales de 2007 las que sepultaron ese tripartito y no las autonómicas de 2009 como a veces se cree. No solo no se reeditó la coalición electoral de PNV y EA, sino que EA arrebató a PNV alguna alcaldía colaborando con ANV. Allí estaban las señales del presente y el tripartito no era ya uno sino trino -desafinado- como evidenció la campaña electoral de 2009.
En las próximas elecciones locales y forales del 22-M en el País Vasco hay quien quiere ver una vuelta a 1999 y la reedición del ciclo político de los últimos años, con la diferencia -esperemos- de la desaparición de ETA. Por el contrario, opino que estas elecciones periclitarán definitivamente ese ciclo y confirmarán el progresivo centrocampismo en el que se va adentrando la política vasca. Esto obligará a los partidos a afinar más porque la dinámica del juego no estará asegurada de antemano.
Veremos. De momento hago votos porque más allá de su valor político a futuro, en estas elecciones se atienda también a las necesidades del presente, a las dificultades financieras de las instituciones locales, a la falta de mecanismos preventivos contra la corrupción o al papel de Diputaciones y Ayuntamientos para enfrentar el panorama sombrío de una crisis que sigue atenazando las expectativas de futuro de buena parte de la ciudadanía. De otro modo, muchos nos dejarán solos la noche electoral.
Alfredo Retortillo es profesor de Ciencia Política de la UPV-EHU
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