La última conversación
La otra tarde mantuve mi última conversación con Seve. Quedamos en volver a vernos en 15 días, pero él, sobre todo él, sabía que eso no iba a ocurrir. Había repasado, una a una, las muchas anécdotas que habíamos vivido en los últimos tres años. Me sorprendió que recordara detalles que nunca imaginé que hubieran sido objeto de su interés. Se acordaba de todas mis banales preocupaciones, todas por las que me había preguntado con interés verdadero, ahora lo sé, durante este tiempo. Y es que conmigo fue un hombre sencillo que devolvía mis preguntas médicas con la ironía del que ha vivido 10 vidas en una.
Curiosamente, terminaba regañándome por mi alimentación desordenada, las demasiadas horas de trabajo y el poco ejercicio. Pero siempre, siempre que nos veíamos, me costaba mucho trabajo conseguir que me contara sus síntomas. Nunca conseguí obtener una queja, ni un gesto de desesperación, ni una protesta por los efectos de la quimioterapia, o por la duración de las resonancias. Siempre estaba bien y todo le parecía correcto. Pero aquella tarde clavó sus ojos en los míos y con varias pausas serenas me ordenó que cuidara de mi hija recién nacida. "Los hijos", dijo, "te van a dar alegrías que compensarán y superarán cualquier otra cosa en la vida. No olvides", continuó, "que solos venimos y solos nos vamos, pero en el camino, lo único que tienes es tu familia. Cuídala". Entonces, con su mano derecha cogió con firmeza la mía, me volvió a mirar a los ojos... y apretó los labios asintiendo con la cabeza. Y cuando me soltó, me di la vuelta sin poder sostenerle la mirada y fui hacia la puerta.
"Solos venimos y nos vamos, pero en el camino está la familia. Cuídala", me dijo
Entonces no lo entendí, pero acababa de ver cómo el hombre y La Leyenda habían vencido a la enfermedad... y a la medicina, y a la estadística, y a todos nosotros.
La intensidad que brotaba de sus ojos, la fuerza con la que me apretó las manos cuando nos despedimos, eran el simple reflejo de que él había decidido que ya era el momento de jugar ese partido a un solo golpe. En los últimos años se había enfrentado a la radiología más sofisticada de nuestro país, a las cirugías más complicadas, a la quimioterapia más tóxica y a la radioterapia más potente. Y entonces, después de vencer en todos esos campos, otra vez, él decidió cuándo y dónde jugaba su último partido. Y yo tuve el privilegio de que aquella tarde de miércoles me enseñara la más grande lección de mi vida. Y por cierto que jugó... y ganó..., aunque todavía no lo podamos entender.
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