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Reportaje:LAS REVOLUCIONES ÁRABES

La plaza de la Liberación

Todo parecía atado y bien atado hasta que llegaron las revoluciones árabes. El ciberespacio fue un instrumento decisivo, pero ¿cómo pasar del mundo virtual al real?

Como escribe con gracia un escritor y bloguero saudí, el vendaval de libertad que con mayor o menor fuerza sacude los países árabes, derriba uno tras otro a sus dictadores y arruina sus esperanzas de perpetuarse en el poder en forma de dinastías republicanas ha desconcertado a los Gobiernos de la Unión Europea hasta tal extremo que, según él, suplican a aquellos que sus revueltas guarden su turno y se sucedan con orden en vez del presente barullo que les trae de cabeza y no les da tiempo de reflexionar.

Pues, junto a la libertad de opinión y la recuperación de las palabras abolidas, la revolución provocada por el hartazgo de los pueblos de tanto desprecio, corrupción y endiosamiento de sus líderes ha originado asimismo gracias a Internet, Facebook, Twitter y Al Yazira una explosión de humor que se extiende del Golfo al Atlántico. Como los blogueros magrebíes, los egipcios difunden montajes de los ídolos caídos o que llevan camino de serlo en una serie de cuadros escénicos de alegre causticidad: el anciano monarca de Arabia Saudí con cuatro bebés cabezotas, Ben Alí sentado en sus rodillas, Mubarak arrimado a su vera, un Gadafi revoltoso jugando con un plumero, un Buteflika envejecido y enfermo; los gerontócratas de Túnez, Egipto y Libia pidiendo limosna; Gadafi dando el pecho a un grotesco Saif el Islam o vestido de bailarina para presentar su álbum de bunga bunga.

Junto a la recuperación de libertades abolidas, del Golfo al Atlántico ha explotado el humor sobre los viejos líderes
Las inmensas fotos de los sátrapas en Túnez o en la gran plaza cairota parecen indemnes al paso de los años
Un chico humilde señala el billete que sobresale de mi bolsillo. No quiere que alguien lo robe y me lleve mala impresión
Me muestran el lugar en que se diseñó la revuelta, con ordenadores en comunicación constante con las redes sociales
Los ataques de los salafistas a templos y ermitas sufíes constituyen un serio motivo de inquietud
Ni Egipto, ni ningún país árabe podrá avanzar hacia la democracia sin igualdad plena de los dos sexos

Los filmes montados por Al Yazira sobre el ascenso, esplendor y caída de los dictadores sorprenden al espectador no tanto por el envanecimiento sin límites de los personajes y clanes que los protagonizan como por su magnificencia caricaturesca: trajes oscuros de recargada elegancia, vistosas corbatas de seda, bandas de un rojo chillón cruzadas sobre el pecho, peluquín engominado, sonrisa perenne, un rostro petrificado al hilo del tiempo. Las promesas iniciales de apertura democrática, elecciones limpias y libertad de prensa se truecan pronto en culto al jefe, corrupción omnívora en provecho del clan, Estado policiaco diseñado para acallar cualquier expresión de disentimiento. Las inmensas fotos de los sátrapas en la avenida Burguiba de Túnez o en la gran plaza cairota parecen indemnes al paso de los años: son las de un bufonesco Dorian Gray.

La obsequiosidad y sonrisa beatífica de quienes les rodean se reflejan asimismo en las ovaciones y salvas de aplausos captadas en los telediarios. Quienes en estrecha y reñida competencia palmotean con fuerza y convicción parecen hacerlo para las cámaras de vigilancia que registran la intensidad y duración de su estrepitoso fervor, con el secreto temor a que quienes manifiesten menos entusiasmo sean delatados por ellas y se conviertan en sospechosos de tibieza, cuando no de desafección. Los servidores del régimen aguardan con ansia el instante en que el jefe consagrará al joven Gamal o a la expeluquera Trabelsi herederos de la nueva dinastía de impecables credenciales democráticas...

Todo parece atado y bien atado, pero las malditas revueltas populares del 17 de diciembre y del 25 de enero desvanecen cruelmente el sueño de una gloria perpetua.

¡Los aplaudiómetros no han servido de nada!

* * *

Recuerdo la reflexión del novelista Alaa al Aswany publicada en estas páginas en plena revuelta egipcia:

"Un régimen tiránico puede privar al pueblo de libertad y, a cambio de ello, ofrecerle una vida aceptable. Un régimen democrático puede ser incapaz de acabar con la pobreza, pero la gente disfruta de libertad y dignidad. El régimen egipcio ha quitado todo a sus ciudadanos, incluidas la libertad y dignidad, y no ha cubierto sus necesidades básicas".

Dichas palabras explican la tensión extrema que se había fraguado en el interior de los manifestantes congregados en la plaza de la Liberación (Tahrir) hasta su estallido del pasado 25 de enero durante los 18 días que precedieron a la caída de Mubarak, y cuya capacidad de presión sobre el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que asume hoy el poder de hecho no ha disminuido un ápice. La huida apresurada del dictador el 11 de febrero dejaba también incólume la estructura jerárquica del Partido Nacional Democrático en el que se apoyaba y sus temibles servicios secretos. El Gobierno provisional de Ahmed Shafik, cuya desdeñosa entrevista televisiva con el autor de El edificio Yacobian le desacreditó definitivamente como posible piloto de la transición democrática que exigían los manifestantes de la plaza, cayó al día siguiente en el muladar de la historia. El nuevo primer ministro Essam Sharaf acudió entonces al encuentro de la multitud de ciudadanos reunidos en el epicentro del seísmo revolucionario para afirmar que su verdadera legitimidad procedía de ellos y que no traicionaría sus demandas de libertad, democracia y justicia social.

Algo nunca visto desde las grandes revueltas cairotas de 1919, 1952 y 1977: los manifestantes que se congregaban en la plaza de la Liberación procedían lo mismo de los barrios pobres de la capital -Imbada, Shobra, Bulak, apiñados en viviendas míseras, a menudo sin alcantarillado, agua ni electricidad- que de las zonas acomodadas de Zamalek, Dokki o Heliópolis, cuya juventud de diplomados en paro tampoco soportaba el régimen que se eternizaba en el poder y que gracias a Internet, Facebook, Twitter y los teléfonos móviles informaban al mundo de cuanto ocurría y galvanizaban el descontento del conjunto de la sociedad.

Durante los 18 días que precedieron al derrocamiento de Mubarak, mientras escuchaba a través de Al Yazira las declaraciones de los jóvenes de la Coalición del 25 de Enero o del Movimiento Todos Somos Jalid Sayid -el muchacho de Alejandría que grabó el vídeo del soborno a unos policías, lo colgó en la Red y a causa de ello fue salvajemente torturado y asesinado, aunque, con el cinismo común a todas las dictaduras, un comunicado oficial atribuyó su muerte a una alta dosis de droga-, imaginaba la asfixia a la que habían vivido sometidos y sus ansias de libertad:

"Vivíamos con la efigie del tirano de la mañana a la noche -siempre impecable, siempre sonriente- en los inmensos retratos plantados en avenidas y calles principales, en ministerios y oficinas públicas, en restaurantes, peluquerías y bazares, incluso en quioscos y tenduchos de mala muerte. Se perpetuaba, no envejecía. Lo encontrabas sin falta en los periódicos, televisiones y semanarios. Pensábamos que nos sobreviviría".

"Al final se colaba en los sueños, permanecía grabado en la retina, como cuando cierras los ojos ante una luz demasiado intensa. Aún ahora nos cuesta desprendernos de él. Nacimos después de que accediera al poder. Nos preguntábamos si algún día nos dejaría de finitivamente en paz".

* * *

Mi utopía de hace más de treinta años plasmó durante 18 días en la visión de la otra gran plaza que contemplaba en Marraquech en la pantalla del televisor:

"Ágora, representación teatral, punto de convergencia: espacio abierto y plural, vasto ejido de ideas... Contacto inmediato entre desconocidos, olvido de las coacciones sociales, identificación en la plegaria y la risa, suspensión temporal de jerarquías, gozosa igualdad de los cuerpos".

Licenciados en paro, profesionales, obreros, comerciantes, familias en pleno, jóvenes, viejos, mujeres veladas o con el cabello suelto, funcionarios, profesores, analfabetos, musulmanes, cristianos, ateos, interponían sus cuerpos como escudos contra balazos o botes de humo, afrontaban las incursiones de jinetes y camelleros, el ruido amenazante de los helicópteros no les amedrentaba, sabían que el futuro les pertenecía, que aquello era la oportunidad de su vida y debían resistir, que todo se jugaba allí y no había término medio, o bien el faraón, o bien ellos.

» En la plaza

En las jornadas que precedieron a mi llegada a El Cairo el domingo 10 de abril, los cambios en la estructura del poder se sucedieron a un ritmo constante: detención del odiado exministro del Interior Habib el Adly el 17 de febrero; del magnate del acero Ahmed Ezz, encarnación con Gamal Mubarak de la cleptocracia y del fraude electoral; caída del primer ministro Ahmed Shafik el 3 de marzo; destitución y procesamiento de varios exmiembros del Gobierno y de la cúpula del partido presidencial, cuyo edificio chamuscado en la cornisa del Nilo, a poca distancia del Museo Egipcio, es hoy el símbolo vivo de la revolución. La limpieza de corruptos se extendió a los dirigentes de los medios informativos públicos y de la prensa oficial que intentaron ocultar en vano las imágenes de la revuelta filmadas en directo y de atribuir la agitación a provocadores pagados por Irán y Hezbolá; al barón del Partido Nacional Democrático que organizó la correría de jinetes y camelleros desde el puente del Nilo hasta la playa captada por todas las televisiones del mundo; a los sindicatos, bancos y ministerios cuyos directores y responsables fueron barridos por su propio personal. La tentativa de quemar los archivos comprometedores en diversas comisarías de policía provocó el asalto a las mismas y se saldó con la muerte de varios manifestantes.

Conscientes de que solo la presión de la calle puede impulsar el cambio, los movimientos y agrupaciones surgidos a partir del 25 de enero reclaman la liberación de todos los presos políticos y de quienes fueron detenidos durante la revuelta, en especial la de Michaël Nabil, el internauta que había divulgado en su web los nombres de los responsables de los abusos cometidos por los militares en El Cairo, Suez y Alejandría.

El referendo constitucional del 19 de marzo, apoyado por los Hermanos Musulmanes con el claro propósito de lavar su imagen extremista, pero criticado no solo por los movimientos de los jóvenes, sino también por los candidatos presidenciales Mohamed el Baradei, premio Nobel de la Paz, y por Ayman Nur, firme opositor laico a la dictadura de Mubarak y encarcelado por ello, fue aprobado por el 77% de los electores, aunque únicamente votó el 44% del censo. Considerado por muchos como un paso en la buena dirección, no satisfizo en absoluto las aspiraciones de la clase política ni de los millones de manifestantes de Al Tahrir. Sin dejar de expresar su solidaridad con los militares y reclutas de la policía presentes en el lugar, reclamaban a gritos el arresto, enjuiciamiento y congelación de las cuentas de Mubarak y su familia, así como los de los componentes del llamado Eje del Mal: Zakaría Azmi, exjefe de su Estado Mayor; Fathi Sorour, el portavoz parlamentario del partido presidencial, y del secretario general del mismo, Safwat el Sherif.

Las declaraciones de Hosni Mubarak transmitidas el jueves 7 de abril por el canal Al Arabiya desde su jaula dorada de Sharm el Sheik, en las que denegaba todas las acusaciones de corrupción y malversación de fondos y amenazaba querellarse con los "calumniadores", prendieron fuego a la mecha de la indignación popular. El día 8, bautizado como el Viernes de la Purificación, la plaza explotó. Como en las jornadas gloriosas de la revolución, la multitud que la abarrotaba exigió la detención de Mubarak y su clan familiar. A pesar del toque de queda impuesto por la cúpula militar de dos a cinco de la madrugada, varios millares de acampados en la plaza permanecieron en ella. El Ejército cargó contra quienes desafiaban la prohibición de permanecer en Tahrir con disparos al aire, hubo 70 heridos y el balazo de un francotirador apostado en una azotea acabó con la vida de un manifestante. El primer ministro Essam Charaf ordenó una investigación de lo acaecido -muchos testigos afirman que el objetivo del desalojo era detener a los oficiales que se habían unido a la multitud-, pero la coalición de los jóvenes decidió mantener la protesta y convocó otra gran manifestación para el viernes 15 de abril.

* * *

El lunes 11, la plaza sigue ocupada por centenares de jóvenes y sus accesos permanecen cortados por alambres de espino. Al asomarme a ella reconozco inmediatamente cuanto vi en la televisión catarí: el monigote ahorcado con la figura de Mubarak, los restos calcinados del autobús al que los manifestantes volcaron y prendieron fuego. Numerosos vendedores ambulantes ofrecen una vastísima gama de productos: refrescos, habas guisadas, bocadillos, pegatinas, medallas conmemorativas del 25 de enero y de la bandera de los rebeldes libios, camisetas estampadas con las fotos de los mártires y caricaturas de los dictadores árabes. El espacio comprendido entre el chaflán de Talaat el Harb y la calle del Nilo, enfocado siempre durante la revuelta por los canales informativos de todas las televisiones del mundo, acoge a grupos de jóvenes que discuten apasionadamente. Reconozco el Kentucky Fried Chicken, ahora cubierto de proclamas revolucionarias; el viejo café Wadi al Nil, con sus impasibles fumadores de narguile; la ajada oficina de Iberia. Compro algunos recuerdos, y al meter el cambio en el bolsillo superior de la chaqueta no advierto que un billete de diez libras sobresale de él. Un muchacho de aspecto humilde me lo señala con el dedo. Creo que me pide dinero, pero mi acompañante aclara el equívoco: el joven dice que lo oculte, no sea que alguien lo robe y me lleve una mala impresión de la conquistada libertad de la plaza. "Aquí somos todos honrados y dignos", agrega.

En el arranque de Talaat el Harb más de un centenar de personas discuten a viva voz: los comerciantes del lugar exigen a los manifestantes que acaben de una vez con la acampada, los clientes habituales y los turistas han desertado de la zona, y no ganan para comer. Sigo por la que fue la calle más elegante de El Cairo en la época del protectorado británico y el reinado de Faruk: allí están el café Groppi, mi vieja querencia del Riche, el edificio Yakubián, el robusto quiosquero de la esquina de Hoda Sharawi a pocos metros del restorán Felfela. Cuando vuelvo sobre mis pasos, hay una pelea: alguien acusa a un joven de ser un chivato de la policía política.

El martes 12, un puñado de manifestantes protestan por la decisión de la cúpula militar de abrir la plaza al tráfico. Horas después los reclutas de la policía y los guardias con boinas rojas quitan las alambradas de espino y canalizan el río de automóviles por el espacio caótico de Tahrir. Corre la noticia de que el primer ministro va a anunciar decisiones importantes. Los coordinadores de la Coalición del 25 de Enero han decidido, no obstante, mantener la convocatoria del viernes 15 hasta que el Gobierno provisional y el Ejército satisfagan sus demandas.

El día siguiente, centenares de reclutas y de jóvenes manifestantes barren las aceras y pintan sus bordillos de negro y blanco. El civismo de la población cairota en situaciones de emergencia sorprende a los más escépticos. Estaba en la capital el día del apagón que sumió en la oscuridad a todo Egipto y caminé desde la avenida Adly Pashá -me hallaba en la entonces minúscula sede del Cervantes, situada frente a la sinagoga- hasta mi hotel en Zamalek sin más luz que la de los faros de los automóviles y, contrariamente a lo que acaeció en Nueva York en 1977, no hubo agresiones, pillajes ni incendios. Un sentimiento colectivo de dignidad prevaleció sobre la tentación de aprovechar la circunstancia fortuita, sin ninguna causa social ni política, para apropiarse de cuanto veda a los desfavorecidos la inicua estructura social del país.

* * *

La misma noche, el embajador de España, Fidel Sendagorta, me ha organizado un encuentro con los jóvenes de la Coalición del 25 de Enero en la sede de la Academia Democrática Egipcia en Dokki. Un comunicado del Gobierno provisional acaba de anunciar la detención del dictador y de sus dos hijos. "Explosión de júbilo por la prisión preventiva de Mubarak", titulará El Ahram. En mi opinión -compartida por los chabab (jóvenes)-, se trata de un paso decisivo en el proceso de transición bajo la custodia del Ejército. Ya no hay posible vuelta atrás, ni mubaraquismo sin Mubarak. Pese a sus reservas respecto de los militares, los organizadores de la coalición tienen bien claro que solo la convivencia con estos puede llevar la revolución a buen puerto.

Me acomodo en una mesa rectangular con seis jóvenes y dos muchachas entre veinte y treinta años. Tras un intercambio de saludos, Husam Eldin al Esraa, Abdel Fataf Rashed y Ahmed Ghoniem responden a mis preguntas. Acaban de desconvocar la gran manifestación del viernes 15 dado que el Gobierno ha satisfecho su principal demanda: el arresto de Mubarak y sus hijos por orden de la Fiscalía, acusados de corrupción y abuso de poder. Entre las candidaturas presidenciales aireadas por la prensa de Amr Musa, secretario general de la Liga Árabe, El Baradei y Ayman Nur, rechazan la del primero, "pues fue un hombre de Mubarak", y no piensan oponerse, mas tampoco apoyar a sus competidores. A mi pregunta sobre sus prioridades en el proceso de transición en curso señalan: la liberación de todos los presos políticos, bloqueo de las cuentas del dictador y su entorno, disolución del mal llamado Partido Nacional Democrático en el poder, acabar con la pirámide de corrupción creada por Sadat y Mubarak, educar a la población mediante el diálogo con el Ejército para que vuelva pacíficamente a los cuarteles después de las elecciones. Bajo Mubarak, me dicen, las universidades eran una fábrica de diplomados en paro, no un centro de formación cultural y científica.

(Según las encuestas del Instituto Internacional de la Paz neoyorquino -IPI en siglas inglesas-, la mayoría de los votantes en las elecciones presidenciales lo harían por Amr Musa, muy por encima de sus rivales. Respecto a las intenciones de voto en las legislativas, el partido liberal Wafd -la Delegación, llamada así por la que fue enviada a Londres en 1919 después de la violenta revuelta independentista contra Inglaterra reprimida a sangre y fuego por los ocupantes-, alcanzaría sorprendentemente el primer puesto, seguido por el de los Hermanos Musulmanes, los naseristas y el comunista Tagamú. Existen aún otra cuarentena de partidos, pero, como dice con humor un amigo, "algunos de ellos caben en un taxi").

Concluida la charla, los jóvenes me muestran las oficinas del dúplex en las que se diseñó la estrategia de la revuelta: docenas de ordenadores en comunicación constante con las redes sociales de Twitter y Facebook, los micrófonos a través de los cuales se transmitían las consignas del día y se fijaban los puntos de concentración en todos los barrios y arrabales de El Cairo... "¿Cuándo alquilaron el local?", les pregunto. "Dos meses antes del 25 de enero", responden. "Sentíamos que la situación había llegado al borde del estallido y la revuelta tunecina nos convenció de que teníamos razón".

Curiosamente, la historia se repite. Tres días después fui al café restaurante Riche, en donde solía cenar un cuarto de siglo atrás. Recuerdo todavía a sus camareros de película, entre los que un saidi (del Alto Egipto) entrado en años alejaba suavemente con un varal a los gatos que se apiñaban junto a las mesas de un extremo a otro del local, pero sin expulsarlos jamás, pues su ganapán iba ligado al merodeo de aquellos entre las piernas de los clientes. Ahora el restaurante ha cerrado, pero el café acoge a una de esas tertulias político-literarias a las que los cairotas son tan aficionados. Por indicación del director del Instituto Cervantes, bajo al elegante bar del sótano en donde se exhibe la vieja imprenta con la que difundieron sus manifiestos el grupo de Oficiales Libres artífices del golpe de Estado del 23 de julio de 1952 que derrocó al rey Faruk. La bella pared de madera del bar gira sobre sus goznes y oculta un habitáculo que sirvió de escondrijo a los conspiradores.

Ese día 17, ya en el aeropuerto, me entero de que el Tribunal Supremo ha ordenado la disolución del partido oficial de Mubarak y la confiscación de sus bienes.

» Los retos de la democracia egipcia

Imponer una dictadura resulta a menudo fácil: basta encabezar un golpe militar, decir "quien manda aquí soy yo" y formular vagas promesas de cambio. La democracia, al revés, requiere aventurarse por un camino muy largo en el que se acumulan toda clase de obstáculos. La historia de España desde las Cortes de Cádiz hasta la Constitución de 1978 es un buen ejemplo de ello, y la de Egipto de la época de Mehmet Alí a la caída del último rais no lo es menos.

Hace solo unas décadas, los pesimistas comparábamos nuestra historia con el Bolero de Ravel, y algunos egipcios escépticos asumen también dicha comparación. Todo les evoca un déjà vu: toque de queda, gases lacrimógenos, fuego real. Cuando el ya tambaleante Mubarak, en su segundo discurso del pasado mes de febrero, apelaba al sentimentalismo patriótico egipcio al recordar su hoja de servicios al país y su deseo de morir y ser enterrado en su sagrado suelo, tenía en la mente sin duda el que pronunció Gamal Abdel Nasser tras su humillante derrota en la Guerra de los Seis Días. El héroe de la lucha antiimperialista, con su orgullo herido, anunciaba su dimisión al pueblo, y este, conmovido por el gesto, le reiteró la confianza entre vítores, sollozos y lágrimas. Pero la variación sinfónica de la música no surtió efecto. Mubarak no tenía el carisma de Nasser, había perdido el contacto con la realidad y era detestado por el pueblo.

* * *

En el diálogo público que mantuve con el novelista Alaa al Aswany cité las palabras que pone en boca de uno de sus personajes, símbolo de la corrupción sin límites que caracteriza la era de Mubarak: "Hay pueblos que se alzan y rebelan, pero el egipcio baja siempre la cabeza para comer su pedazo de pan. De todos los pueblos del mundo, el egipcio es el más fácil de gobernar". ¿Qué pasó para que levantara la cabeza y gritara "lárgate" al déspota el día 25 de enero?, pregunté. Vivía humillado, sin futuro alguno, y Mubarak y los suyos no le daban siquiera este trozo de pan, repuso el autor de El edificio Yakubian.

El ciberespacio, pensé tras mi entrevista con los jóvenes de la Coalición del 25 de Enero, fue un instrumento decisivo en la caída del déspota, mas ¿cómo pasar del mundo virtual al real? La tarea a la que se enfrenta la nueva clase política egipcia, dispersa en multitud de partidos desconocidos aún por la mayor parte de la población, es titánica, y muchos nubarrones se acumulan ya en el horizonte. Inquietudes y preguntas: ¿cabe fiarse del Ejército al que pertenecieron Sadat y Mubarak? Si la actual situación se descontrola y se le escapa de las manos, ¿recurrirá al consabido estado de emergencia "para restablecer el orden"? ¿Cuál va a ser el papel de los Hermanos Musulmanes durante los próximos meses y después de las elecciones de septiembre? ¿Cómo sacar a flote la economía egipcia, duramente castigada por los acontecimientos, y ofrecer los servicios sociales y educativos que reclama el pueblo? ¿De qué modo se podrá devolver la confianza a este en un sistema en el que la promoción social y económica no se basa en la formación profesional y el conocimiento, sino en el enchufismo y las buenas conexiones con los mandamases de una Administración que no ha cambiado desde su cáustico retrato por Naguib Mahfuz y otros novelistas de la pasada centuria?

Es más fácil proclamar la democracia que deshacerse del lastre de la antaño todopoderosa policía política y del fanatismo oscurantista de los grupos radicales. La disolución de los servicios secretos dirigidos por Omar Suleimán ha dejado en la calle a millares de agentes que, sumados a los baltaguiyín o matones, intentan sembrar el caos y avientan el fuego de una guerra civil. El incendio intencionado de la iglesia copta situada al pie del barranco del Muqattam, junto a mi querida Ciudad de los Muertos, quería provocar el enfrentamiento entre musulmanes y cristianos, y lleva el sello inconfundible de la antigua policía política y de los delincuentes soltados por ella durante el fragor de la revuelta. La respuesta del Ejército, cuyos reclutas reedificaron el templo en un mes, es una muestra alentadora, no obstante, del espíritu cívico del que se enorgullece la juventud egipcia sedienta de unos valores democráticos de validez universal.

* * *

La agrupación de los Hermanos Musulmanes -creada en los años veinte del pasado siglo y cuyo fundador, Hassan el Banna, fue ejecutado en 1948 por orden del rey Faruk- sufrió, pese al cambio de régimen, el acoso implacable de Nasser y de su sucesor Sadat. Unos oficiales del Ejército seguidores de su rama más radical asesinaron al último durante un desfile militar el 6 de octubre de 1981 -atentado del que su heredero, Hosni Mubarak, escapó milagrosamente: ¡las malas lenguas sostienen que estaba al corriente de la tentativa de magnicidio y abandonó la tribuna de honor momentos antes de los disparos!-, y la hermandad permaneció desde entonces al margen de la ley, aunque mantuvo una fuerte presencia en la sociedad, especialmente entre los más indigentes, merced a sus vastas redes caritativas. Si bien apostó por participar en el trucado juego electoral de Mubarak con presuntos candidatos independientes, se mantuvo en un limbo legal, estrechamente vigilado por los esbirros del régimen.

En el curso de la revuelta del 25 de enero, sus simpatizantes participaron masivamente en la acampada de la plaza e hicieron suyas las consignas de libertad, dignidad y democracia de los jóvenes. Nadie gritó como en Argelia a comienzos de los noventa "la solución es el islam". El fracaso rotundo de la línea extremista en los demás países árabes y el desvarío yihadista del que se alimenta Al Qaeda les impuso un cambio de rumbo con un programa más moderado y pragmático. Sus actuales dirigentes no concurren a las elecciones presidenciales de septiembre ni postulan la creación de un Estado islámico regido por la sharia. Su nueva referencia es el partido de Erdogan en Turquía. No obstante eso, los partidos laicos mantienen sus reservas respecto de sus objetivos a largo plazo y sospechan de la existencia de una agencia oculta.

Si los Hermanos Musulmanes inquietan a un buen sector de la sociedad egipcia, el rigorismo de los salafistas suscita un franco rechazo. En el sugerente libro titulado El Cairo, la ciudad victoriosa -una radiografía panorámica de esta en la línea de las obras maestras de Richard Burton y de Edgard William Lane-, su autor, Max Rodenbeck, menciona la fetua de un imán que exigía la demolición de la Torre de El Cairo, cuya forma fálica podría excitar a las mujeres, y en mis paseos por Midan el Tahrir, la hija del gran hispanista Mahmud Makki evocó la reciente intervención televisiva de otro jurisconsulto con la brillante propuesta de cubrir la cabeza de las estatuas en bronce de los padres de la independencia egipcia con fundas de plástico que disimularan sus rasgos conforme a los preceptos de la ley islámica.

Pero si estas extravagancias incitan a la risa, los recientes ataques de los salafistas a templos y ermitas sufíes, cuyo ceremonial juzgan herético e impío, pese a que los seguidores de esta rama pacífica y abierta del islam suman más de veinte millones en Egipto, constituyen un serio motivo de inquietud. La discordia interreligiosa y un posible enfrentamiento sectario serían el caldo de cultivo propicio a la contrarrevolución, y ello explica la mediación apresurada de los propios Hermanos Musulmanes en un conflicto que amenaza la libertad política tan duramente conquistada.

* * *

Mientras hago las maletas, me pregunto cuál será el papel de la mujer en el nuevo escenario político creado por la revolución. Ninguna de ellas encabeza la candidatura de los partidos más conocidos, y las valientes feministas egipcias, en la vanguardia del mundo árabe, no ocupan aún el lugar que les corresponde pese a que sus hermanas aventajan en cantidad y calidad a los varones en numerosas profesiones y estudios universitarios. El viernes 15 de abril me había reunido con el doctor Mohamed Abuelata en el Centro Nacional de Traducción que él dirige, y me llevé la grata sorpresa de descubrir que quienes vierten al árabe diez obras mías no son traductores, sino traductoras, cuyo extraordinario nivel cultural e idiomático me maravilló. Durante la cena hablamos de los clásicos españoles y árabes, de Sahrazad y de su fecunda inventiva. Al despedirme de ellas, pensé en Rimbaud y su visión profética del final de la servidumbre femenina. Ni Egipto ni ningún país árabe podrán avanzar por el camino de la democracia sin la plena igualdad legal de los dos sexos, cuando las mujeres asuman su propio destino y tomen libremente la palabra.

Manifestantes anti Mubarak en la plaza de Tahrir (El Cairo) durante el rezo, el viernes  11 de febrero de 2011.
Manifestantes anti Mubarak en la plaza de Tahrir (El Cairo) durante el rezo, el viernes 11 de febrero de 2011.TARA TODRAS / WHITEHILL / AP
Manifestantes anti Mubarak durante una de las jornadas de protesta en la plaza Tahrir de El Cairo.
Manifestantes anti Mubarak durante una de las jornadas de protesta en la plaza Tahrir de El Cairo.EMILIO MORENATTI / AP

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