_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nuestro amigo Bachar

Un descubrimiento reciente en Twitter es la cuenta falsa de Henry Kissinger (@Henry_Kissinger). No pretende engañar a nadie, pues deja bien claro desde el principio que se trata de una imitación, pero está tan bien hecha que ha logrado 11.495 seguidores. Es como si el padre del hiperrealismo en política exterior hubiera decidido de repente decir lo que de verdad piensa, ilustrando en 140 caracteres la hipocresía que históricamente ha dominado la diplomacia occidental hacia Oriente Próximo y el norte de África. Dos ejemplos: "Obama se plantea echar a El Asad de su lista de amigos en Facebook: le he dicho que no conviene sobrerreaccionar" o "las prohibiciones de viajar a los dictadores árabes amenazan con arruinar mi fiesta de cumpleaños".

El Asad ha construido su impunidad convirtiéndose en el obstáculo para la paz de la región

Todo ello viene a cuento de Siria y Bachar el Asad. Cuando introducimos en la ecuación lo que ha sido la política occidental hacia Siria, los sonrojantes apoyos concedidos a Ben Ali y Mubarak en Túnez y Egipto parecen peccata minuta. Cierto que estos reprimían con dureza y robaban a mansalva, pero el currículo represor de los Asad es mucho más impresionante. Papá Asad, con 30 años de Gobierno tras un golpe de Estado en 1970, ya batió todos los récords cuando en 1982 aplastó la insurrección de Hama dejando tras de sí 20.000 muertos. Tras su desaparición en 2000, el hijo Bachar ha convertido la represión y el latrocinio en una empresa familiar: el hermano menor, Maher, controla la guardia presidencial, responsable de la represión brutal que se estima que ha causado 400 muertos en los últimos días; el cuñado Asef es el jefe de la inteligencia militar y el primo hermano Rami controla el 60% de la economía del país con sus empresas y turbios negocios.

Que Bachar se saliera con la suya en el frente doméstico podría ser comprensible si, como Mubarak o Ben Ali, al menos hubiera sido un buen aliado de europeos o estadounidenses. Pero El Asad ha sido una china de increíbles proporciones en el zapato occidental. Véase, por un lado, su papel desestabilizador en Líbano, con las sospechas sobre el papel de sus servicios secretos en los asesinatos en 2005 del ex primer ministro libanés Rafik Hariri y de Samir Kasir (autor de De la desgracia de ser árabe o Primavera en Damasco), que se convirtió desde su columna en el diario Al Nahar en el azote de la ocupación siria. Ténganse también presentes sus conexiones con Irán y Hezbolá. Y no se olvide su intento de construir un reactor nuclear con fines militares, que fue discretamente bombardeado por los israelíes en septiembre de 2007 sin que el Gobierno sirio ni siquiera lo reconociera públicamente ni protestara, lo que sin duda constituyó la mejor prueba de sus verdaderas intenciones.

Lo llamativo es que Bachar ha construido su impunidad sobre el supuesto contrario que Ben Ali, Mubarak o los demás autócratas de la zona: convirtiéndose precisamente en el obstáculo más formidable para la paz en toda la región. Cuando llegó al poder en el año 2000, muchos pensaron que ese joven oftalmólogo educado en Reino Unido sería inofensivo. Pero, haciendo honor a su profesión, tuvo una gran visión: dado que el mercado de dictadores árabes estaba saturado de serviles colaboradores de Estados Unidos, el valor añadido había que buscarlo en la diferenciación del producto final. Dicho de otra forma, El Asad entendió correctamente que el poder en Oriente Próximo lo tiene quien tiene la llave de la paz en el conflicto palestino-israelí, y que esa llave no la tienen los militares egipcios que hicieron y mantienen la paz con Israel, los israelíes de bien como el asesinado Isaac Rabin o los palestinos sensatos como el presidente Mahmud Abbas, sino los más radicales e intransigentes, es decir, la extrema derecha israelí, Hamás, Hezbolá e Irán.

Así que durante la última década, el Gobierno sirio se ha dedicado a amagar constantemente con un acuerdo de paz con Israel con el fin de lograr, uno, el cortejo de todos las diplomacias occidentales, incluyendo la española, deseosas de atribuirse el papel de mediador de éxito en la solución del conflicto, y dos, a cambio, la impunidad total para reprimir internamente, con el argumento, todavía oído estos días, de que la caída de la dinastía El Asad llevaría a la guerra civil en un país sumamente fragmentado entre etnias y grupos tradicionalmente rivales. Hoy viernes, los ministros de Exteriores de la UE debaten las sanciones al régimen de El Asad, así que tienen una excelente oportunidad de hacerse revisar la vista: el oftalmólogo de Damasco se lo ha puesto enormemente fácil. jitorreblanca@ecfr.eu

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_