Genuino rock americano
Dos caminos musicales con direcciones opuestas se abrieron en el verano de 1981. El 1 de agosto, la cadena MTV inició sus retransmisiones con su primer videoclip, curiosamente llamado Video killed the radio star (El vídeo mató a la estrella de la radio), del grupo británico The Buggles, abanderados del nuevo romanticismo en esa insípida pasta de pop de sintetizadores. Un mes antes, se ponía en circulación el primer sencillo de R.E.M, por entonces una pandilla de chavales que tocaba en institutos de Athens. Mientras las grandes discográficas primaban la estética sobre el contenido, R.E.M. abría una vía de escape para los oyentes dando pistoletazo de salida a lo que se dio en llamar nuevo rock americano.
Conocidos como "la nueva ola de bandas americanas de guitarras" o agrupados bajo términos como cow punks, roots rock o desert rock por las revistas especializadas, el nuevo rock americano fue el movimiento que se creó en Estados Unidos a la sombra de la gran fachada de los ochenta, cuando las baterías eran terroríficas, el sintetizador era el rey del estudio y las tecnologías y MTV parecían que iban a salvar la música. Una escena analizada al detalle y cierta dosis de pasión por el crítico musical Carlos Rego en su libro Nuevo rock americano. Luces y sombras de un espejismo. El autor cuenta cómo el movimiento, que se concentró en apenas cuatro años aunque su onda expansiva llega hasta nuestros días, surgió como respuesta al ambiente musical de la época, donde todavía pervivían dinosaurios del rock sinfónico, algún trasnochado hippy y, sobre todo, se ensalzaba a lo moderno que acaparaba portadas y espacios televisivos. En esos años, lo genuino estaba arrinconado y las guitarras, piedra angular de la música popular, en desuso.
Sin embargo, este movimiento no-escena, como afirmaban sus protagonistas, nunca fue algo organizado. Como el rock and roll primigenio, nació de forma espontánea. Los grupos en Estados Unidos empezaron a despreciar el sonido que los rodeaba y dirigían su interés a los sesenta, a géneros que habían desaparecido de la historia oficial como el folk rock, el country rock, la psicodelia más visceral o el garage. El nuevo rock americano, que tuvo una calurosa acogida en Reino Unido y en España, llegó a reducidos círculos, era una etiqueta para aglutinar esa variedad de estilos, hermanados por un certero modo de rastrear la trastienda de la sociedad estadounidense y recuperar las gloriosas guitarras. Como afirmaba Sid Griffin, miembro de Long Ryders, era, en realidad, "una relación más social que musical". Las bandas compartían conciertos, sellos discográficos e incluso barbacoas pero, bajo el espíritu de "hazlo tú mismo", cada una tenía su procedencia y características.
En Los Ángeles, las nuevas formaciones se resistían al sonido Laurel Canyon, representado por Jackson Browne y Joni Mitchell. Influidos por el punk, Green on Red, Three O'Clock, Long Ryders, Dream Syndicate o Rain Parade insuflaban velocidad y fiereza a las composiciones de marcada identidad folk-rock. En el Sur, se alzó R.E.M., que con sus melodías limpias terminarían fichados por un gran sello y convertidos en pasto de MTV, pero también aparecieron Let's Active, Guadalcanal Diary y Jason and The Scorchers, verdaderos cowboys de la electricidad. Las raíces rockabilly se hallaban en The Blasters y las fronterizas en Los Lobos. Incluso Milwaukee, una ciudad alejada en Wisconsin, vio nacer a Violent Femmes. Decenas de bandas siguieron a estos precursores, que redescubrieron la llama del rock a su manera y lo reinterpretaron con energía. Pero, sobre todo, entendían que el rock no era solo un producto de consumo: era también una actitud. La meta no pasaba por la calculadora ni estaba en la lista de éxitos. La meta pasaba por la guitarra y estaba en sentirse persona con algo que decir, en dirección a la verdadera naturaleza de la música popular. Bien lo explicaba Phil Alvin, de The Blasters, en 1985: "No tengo nada contra esos grupos de electro pop, pero si dejas que esa música te invada es como si te convirtieras en un edificio de oficina, anónimo, sin rostro".
Nuevo rock americano. Años 80. Luces y sombras de un espejismo. Milenio. Lleida, 2010. 174 páginas. 18 euros.
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