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Columna
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Rancia política

Resulta sorprendente que se convierta en noticia la renuncia de un político en el desempeño de su cargo más allá de dos legislaturas. En los momentos actuales, ocho años de cambios sociales, políticos y económicos equivalen a varias décadas del siglo pasado. En el trascurso de ese tiempo, no hay política que permanezca ni cuerpo que lo resista. Para bien o para mal, nos guste o no, a favor o en contra, pensar en un líder político para varias legislaturas es un atavismo, una reminiscencia del pasado, un deseo de lo que fue pero que ya no es posible en el presente.

Si pensamos en las circunstancia internacionales, en la economía, en el escenario interior de este país durante el año 2004, cuando Zapatero gana las elecciones generales por primera vez, veremos con claridad que estamos recordando un pasado muy lejano y bastante ajeno a nuestra situación de hoy en día. A eso habría que añadir los errores y los aciertos del gobernante, muchos y variados en ambos extremos, pero en cualquier caso pecados veniales en comparación con nuestros problemas actuales. Hace mucho tiempo, las disposiciones y características personales de un gobernante condicionaban casi la totalidad de la política. Hoy es un simple gestor de las circunstancias mundiales que superan sus posibilidades personales en muy poco tiempo. Aquellos que siguen obsesionados con la persona, con la búsqueda del gran hombre, con algún tipo de führer, es que ya no entienden nada de lo que está pasando.

Por eso el adversario ya no es el que está en contra, hay que verlo como el siguiente de la lista. Convertirlo en enemigo es un error y calificarlo de "mala persona", como acaba de ocurrir entre nosotros, es retroceder muchos pasos en la escala evolutiva del pensamiento político. En el entorno valenciano, seguimos pensando en muchas legislaturas, los alcaldes se eternizan, los personajes públicos van y vienen danzando en un salón privado que tiene reservado el derecho de admisión. Y mientras tanto cambia todo a nuestro alrededor, hasta el punto de que la mayor parte de nuestras instituciones ya no pueden cumplir su función porque están anticuadas o simplemente por cansancio del material humano. Políticos permanentes y cambios imparables constituyen una vieja fórmula que conduce casi siempre al suicidio social, tal y como lo estamos comprobando en las noticias internacionales de estos últimos meses. Algo que aquí no nos podemos permitir.

No hay teléfono móvil que dure cuatro años, ni programa de ordenador que no se renueve en dos o tres temporadas. Por supuesto que no me refiero al aparato en sí mismo sino a las funciones que cumple y a las nuevas necesidades sociales a las que tiene que adaptarse. Reciclar la política también es una necesidad y hasta una obligación que muchos se niegan a aceptar. Terminarán aislados y sin poder hablar por teléfono con nadie.

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