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Los primeros días del Gobierno de Mas estuvieron repletos de señales y signos que hacían pensar en un cierto diseño previo sobre el rumbo a seguir. El traslado del timón familiar al despacho del presidente materializaba esa suposición. Lo cierto es que en estos primeros 100 días no tenemos aún definido un rumbo. Y, honestamente, no creo que la culpa de ello la tenga en exclusiva el nuevo Ejecutivo. Solo hace falta contemplar lo que está sucediendo en España (renuncia de Zapatero incluida) y en toda Europa para percatarse de que las incertidumbres y las vacilaciones predominan sobre las certezas y las seguridades acerca del camino a seguir. Tras superar los siete años de Gobierno de izquierdas, CiU no ha regresado a donde estuvo de manera ininterrumpida 23 años. Es otra Cataluña, otra España, otro mundo. Y no sirven en ese escenario los trucos y las maneras de los veteranos. Si ya fue duro encontrar a los que merecieran el calificativo de "mejores" y quisieran dejar la piel en momentos poco propicios al glamour del poder, más duro ha sido apercibirse de que las alegrías del regreso al puente de mando se esfumaban en cuestión de días.
Le queda a CiU la perspectiva de la independencia como una Ítaca en la que encontrar alivio a las asperezas actuales
CiU no tiene un proyecto político capaz de responder a las exigencias tremendas que impone el cambio de época. No puede servirle de consuelo que tampoco lo tengan sus adversarios más directos. Lo cierto es que los partidos que siguen tratando de aferrarse al paradigma del pacto democristiano-socialdemócrata de la posguerra no entienden que sus coordenadas ya no funcionan en un escenario económico en el que la política no es capaz de domeñar una economía exenta de escrúpulos y moralidad alguna, una economía que se siente suficientemente libre como para atacar donde y cuando le convenga, encontrando refugio seguro en las decenas de enclaves libres de peajes fiscales. Zapatero hubiera sido un buen presidente de izquierdas en un escenario de pacto fiscal y de políticas redistributivas, pero no ha logrado encontrar nuevas claves de respuesta política en un escenario de economía desatada y codiciosa. CiU es un producto genuino del centro derecha catalán de la transición política que miraba con un ojo a Suecia y con el otro a Madrid. Le queda ahora la perspectiva de la independencia como una Ítaca en la que encontrar alivio a las asperezas actuales. Pero Duran, al que le estorban los valores que no sean rentables, le decía sin tapujos y sin respeto alguno al nuevo Pujol independista: "Estoy en activo y debo tener los pies en el suelo".
Los primeros 100 días han sido un pequeño resumen de lo que nos espera. CiU y su Gobierno tratan de recuperar la centralidad perdida. Buscan volverse a situar como un polo de seriedad y madurez en el escenario estatal, mostrándose disponibles para todo lo que sean "intereses de Estado". El relato en Cataluña busca asimismo la seriedad y el sentido de responsabilidad. Pero el problema es que el patio no está para equilibrios. Los intereses que tienes detrás, aquellos a los que se les lanzó un guiño con lo de business friendly, te piden que aproveches el lío para avanzar lo que en situaciones de normalidad sería mucho más complicado. Pero cualquier político avezado, y Mas lo es, sabe que, si abre muchos frentes (personal sanitario, maestros, funcionarios, hipotecados, parados...), no habrá quien controle el tema. Deberían ser capaces de reequilibrar los mensajes y la petición de complicidades. No se puede ser tozudo en eliminar el impuesto de sucesiones que beneficia a unos pocos y luego ser tozudo en pedir a todos los demás (que son muchos) sacrificios sin fin. Unos consejeros aciertan más que otros en el tono y en su perfil, pero convendría que Mas asumiera más protagonismo en la reconstrucción de una política de acuerdos que situara prioridades. Y para ello es necesario entender que el escenario es mucho más complejo. Pedralbes y fotos no son el camino. Contar con alcaldes, bajar la escala a cada territorio, acuerdos concretos por sector, más trabajo de cirugía fina que mensajes grandilocuentes. Y ahí es donde se verá la capacidad de reconstruir la política en este país para dar respuesta al desafío de una economía que busca la irresponsabilidad como su escenario natural.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB
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