Nos debe algo más que una explicación
La vicepresidenta de la Generalitat, Joana Ortega, está convencida de que su affaire ha quedado zanjado. ¿Realmente lo cree? Hace unas semanas todo un delfín de la canciller alemana Angela Merkel tuvo que dimitir de sus responsabilidades políticas por haber plagiado su tesis doctoral. No hace mucho un cargo de Izquierda Unida renunció a ser cabeza de lista en la Comunidad de Madrid por haber consignado en su currículum unos estudios de medicina que nunca tuvo. Este caso me recuerda que el año pasado en Valencia una mujer fue descubierta cuando se hacía pasar por médico. La patraña duró cinco meses antes de que fuera desenmascarada. Se podrían citar más casos de parecida catadura, suficientes como para ser considerados algo más que aislados ejemplos de impostura. El Diccionario de la RAE define la impostura como "fingimiento o engaño con apariencia de verdad". El agente de este fingimiento o suplantación, como le llama también el María Moliner, sería el impostor, al que también el María Moliner no le disimula un ápice la vergüenza de serlo: "Se aplica al que engaña haciéndose pasar por lo que no es o por alguien que no es". Hace algunos años una conocida presentadora de una televisión privada nos sorprendió con una novela que al poco tiempo se descubrió que era un plagio sin miramientos de una conocida autora norteamericana de novelas rosas. Cito este caso porque precisamente uno de los argumentos que esgrimió la televisiva escritora fue que todo era una lamentable confusión debido a un error informático. Esos errores informáticos siempre me han llamado poderosamente la atención. Trato de hacerme una idea de cómo un error informático puede introducir en mi ordenador una novela que nunca escribí, y no me cabe en la cabeza. Bueno, sí que me cabe, tampoco soy tan tonto. Lo que no me cabe en la cabeza es que la impostora o impostor, que también los hay en estas literarias materias, crean que alguien los va a creer. O que nunca los van a descubrir.
Mientras que unos se ponen lo que no les corresponde, otros se ven obligados a quitarse lo que tanto les costó alcanzar
El currículum de Joana Ortega decía (lo dijo durante los últimos cinco años) que es psicóloga. Luego se descubre que no lo es. Ante tal chasco, la vicepresidenta se excusa diciendo que sí, que es verdad, que no es licenciada, pero que para serlo solo le falta una materia y que todo fue debido a un "error de transcripción". Lo siento por la vicepresidenta Ortega, pero a mucha gente esto le puede recordar el error de la presentadora de televisión (a la que, dicho sea de paso, luego del infortunio de su sonada impostura la empresa la premió con un programa que durante unos cuantos años llevó su nombre). Supongo que la señora Joana Ortega sabe que nadie se va a creer lo del "error de transcripción". Otra cuestión es que, sabiéndolo, a ella le dé lo mismo, para decirlo suavemente. Se podría enfocar esta delicada materia desde un punto de vista más atractivo. Por ejemplo, se podría uno preguntar qué lleva a esta señora a mentir, de la misma manera que nos podríamos preguntar por la falsa doctora de Valencia o el falso estudiante de Medicina de Madrid o la falsa escritora que presenta programas en televisión. Podríamos conjeturar móviles insondables, y llegar a demoledoras conclusiones sobre la condición humana. Pero me temo que un encuadre de esta naturaleza sería ponerles a estas desdichadas cuestiones de inmoralidad pública un perfume literario y filosófico que no se merecen. Yo no sé si la vicepresidenta ha leído un reportaje, en este mismo diario, sobre cómo algunos licenciados españoles prefieren rebajarse su currículum: sostienen estos que si se muestran demasiados preparados, eso los priva de un puesto de trabajo; apuestan por una forzosa humildad en la exposición de sus aquilatadas competencias para ver si así les cae algo. Debería leerlo nuestra vicepresidenta. Sabría que el sistema tiene estas tristísimas paradojas. Y así se enteraría de que mientras que unos se ponen lo que no les corresponde, otros se ven obligados a quitarse lo que tanto les costó alcanzar.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario
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