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Columna
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Olivetti

David Trueba

La nostalgia es una inútil guía para criticar el progreso. Los adolescentes de hoy descubrirán su viejo iPod al fondo de un cajón en una mudanza y recordarán con ternura sus primeras canciones descargadas, como otros echan de menos la gramola de sus guateques. La calidad y la inteligencia no siempre son la mejor receta para perpetuarse. Si uno pasea por La Habana, donde la necesidad mantiene en circulación los enormes coches norteamericanos de los cincuenta y sesenta, comprobará que los avances tecnológicos y las optimizaciones de consumo no han traído más bellos diseños de automóvil ni más espacio confortable en el interior. Son otras las prioridades del progreso. Si la foto digital ha sustituido a la foto en papel no es porque sea mejor, más perdurable ni permita mayor expresividad, es porque es más barata y accesible.

Olivetti, la emblemática firma de nuestras máquinas de escribir de la infancia, aquellas sobre las que aporreamos nuestros primeros delirios literarios, ha anunciado que va a fabricar tabletas digitales. Luchará contra la publicidad gratuita que siempre acompaña en los medios cualquier lanzamiento de la adorada Apple.

El iPad 2 ha vuelto a disfrutar de riadas de propaganda por la cara, en algo que ya casi es digno de estudio. Presumo que Olivetti será un competidor menor. Lástima que en 1969 muriera Marcello Nizzoli, podría haber dado con una tableta a la altura de sus máquinas de escribir que fueron durante años la bandera del mejor diseño italiano.

En las tardes felices, mi hijo se instala a los pies de la mesa para teclear curioso sobre una paleolítica Hispano Olivetti, mientras yo termino este artículo. Cambian las máquinas pero persiste el orden de teclado Qwerty. La denominación Qwerty proviene de las seis primeras letras que uno encuentra en la segunda fila de cualquier teclado. Se popularizó gracias a las máquinas de escribir Remington hace casi ya 150 años y es la matriz que siguen nuestros dedos pese a la evolución de los ingenios para escribir o navegar.

La persistencia de la distribución básica de teclas diseñada por Christopher Sholes a partir de estudios sobre combinación de letras y frecuencia de uso en la escritura, demuestra que, pese a las apariencias, el progreso no es una ruptura sino una rara continuidad.

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