Aniversario

Twitter cumple cinco años en la máxima expresión de su valor, convertida en la red social más habitual de todos aquellos que nunca han pertenecido a una red social. El reenganche para muchos de los sordos a los cantos de progreso de otras iniciativas tan populares como Facebook. Los 200 millones de cuentas en todo el mundo ejemplifican esta adicción al micromensaje, nunca superior a 140 caracteres, límite marcado por la capacidad de los textos de móvil.
La compañía, fundada en 2006 por Jack Dorsey, Biz Stone y Evan Williams, tanteó las posibilidades de lucrarse con la publicidad, pero escogió el camino de otras hermanas, aceptando las inversiones de capital riesgo, convirtiéndose también en un juguete especulativo. Las redes sociales que han respondido a iniciativas de medios consolidados han sucumbido frente a la utopía de independencia que proponen fundaciones más anónimas. La mejor campaña de promoción de Twitter ha sido asociarla como arma fundamental en las últimas revueltas populares contra regímenes autoritarios, pero nunca queda del todo claro si esta glorificación también podría llevarnos a alabar la pedrada o la ametralladora portátil, tan fundamentales en el desarrollo de una protesta como su modo de convocatoria.
Twitter es ágil, cercano, flexible, impertinente y a veces un campo minado de meteduras de pata. Se ha convertido en la manera de llevar encima los teletipos de cualquier agencia, con enlaces de información ampliada, y muchos periodistas se han asociado por lo que tiene de veloz relación con la noticia. Ayer una ácida periodista italiana recordaba que la última vez que los aviones de su país sobrevolaron Libia fue a para conmemorar los 40 años de Gadafi en el poder, en 2009. La parte más patética del invento tiene que ver con la autopromoción. Famosos que mantienen una falsa cotidianidad con los seguidores, una confraternización de pega. El espejismo del contacto directo, la propaganda con rostro humano en la era de la desconfianza, la sospecha y el rechazo aparente de todo dirigismo. La popularidad, botín en nuestros días, empobrece con su buzoneo lo utilitario de esta red. De cualquier modo, como casi todo avance, será presa de una mejora, de una evolución. Porque hay algo en todas estas plataformas que susurra: aún no, aún no hemos llegado al final.
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