Europa funcionará
Puede que la tormenta financiera europea haya pasado su pico más turbulento, pero la crisis no ha terminado. Ahora los inversores están esperando al 25 de marzo, cuando los líderes de la eurozona están llamados a anunciar un paquete crucial de medidas y cambios institucionales a lo que ya se está llamando el "Gran Acuerdo".
Existen dos escuelas de pensamiento acerca de lo que pasará después. Una de ellas es esencialmente pesimista sobre lo que puede conseguirse. Alega que la moneda única fue originariamente un proyecto político, y que la eurozona tuvo defectos de diseño económico desde su concepción, incluyendo unas provisiones débiles para controlar los déficits del sector público, ningún mecanismo para hacer frente a los problemas regionales, y ninguna forma de evitar la divergencia competitiva dentro de la unión. La crisis reciente se toma como prueba de que la eurozona está muy lejos de llegar a ser una zona de divisas óptima que está condenada al fracaso.
Mientras se mantenga la voluntad política, la unión monetaria continuará avanzando
El otro bando, al que nosotros pertenecemos, acepta el diagnóstico, pero no la conclusión. Estima que las instituciones y las políticas de la eurozona pueden ser y serán arregladas. Existen tres razones por las que consideramos que no se dará una ruptura total ni parcial.
En primer lugar, los costes económicos de abandonar el euro serían enormes. Un lugar seguro, la Alemania del nuevo marco, podría ver cómo su divisa se apreciaría por encima del punto de la competitividad, dañando sus exportaciones y provocando la recesión. Mientras tanto, las depreciadas economías de Europa del Sur verían cómo el coste en divisa nacional de su alta deuda denominada en euros se dispararía, provocando fallos, quiebras bancarias, un colapso de los préstamos y recesión.
La segunda razón va más allá de lo económico, hasta lo político. Aquí la UE y la eurozona han tenido un éxito más allá de las expectativas. No solo han contribuido, según lo previsto, a vincular a los países miembros, sino también están demostrando ser un poderoso imán para los países de Europa del Este; muchos de ellos hacen cola tratando de unirse a la UE y después a la eurozona.
Es difícil, por tanto, imaginarse a la canciller de Alemania y al presidente de Francia, los dos protagonistas clave, sin tomar todas las medidas posibles para mantener la eurozona intacta. Presumiblemente, tampoco ellos desean ser recordados como los mandatarios que estuvieron a la cabeza de la desintegración de la eurozona o incluso su dilución o fragmentación.
La tercera razón es que, en nuestra opinión, es factible arreglar, en gran parte, las deficiencias de diseño originales de la eurozona. No estamos ingenuamente asombrados. Uno de nosotros contribuyó a algunas de las primeras estimaciones de los costes de la convergencia europea. Y el otro contribuyó a las cinco pruebas de evaluación por parte del Ministerio de Hacienda de Reino Unido que llevaron a la decisión de que este país todavía no estaba preparado para adoptar el euro.
Aunque todavía es incierto lo que contendrá el "Gran Acuerdo", parece probable que tendrá muchos de los componentes necesarios. Es probable que se establezca una supervisión más estricta de los presupuestos nacionales por parte de la Comisión Europea, con un peso más parecido, de los déficits y de la deuda. Casi seguro habrá una mayor cooperación y alineación de la política del mercado financiero, política bancaria y regulación a través de un paquete político micro y macro prudencial a nivel europeo. Parece que las reformas son similares con respecto a la resolución transfronteriza de bancos y testamentos vitales, así como la vigilancia y control del crédito. Y ya se ha acordado en principio un mecanismo permanente de resolución de crisis.
El asunto de la competitividad intraeuropea es el asunto que podría suponer el mayor desafío. El aumento de los costes relativos y los precios en las economías periféricas han contribuido, y han sido exacerbados, a los problemas de estas economías. Y, además, ambos han contribuido a los desequilibrios que han surgido dentro de la eurozona. La resolución de este problema tendría que conllevar el acuerdo con los sindicatos más grandes, y la alineación de varias regulaciones de mercado de productos con las mejores prácticas, en lugar de con los intereses particulares nacionales. Algunos países se resistirán a esto con firmeza.
En la medida en que el "Gran Acuerdo" se muestre como esperamos, la eurozona está en condiciones de convertirse en una unión monetaria más robusta, quizás incluso con unos instrumentos o prácticas más sólidos para controlar los presupuestos de sus Estados miembros individuales que los que el Gobierno federal de Estados Unidos tiene con respecto a sus Estados.
El camino futuro de Europa no será sencillo. Parece que Europa aprovecha una crisis para llevar a cabo las reformas que son necesarias para evitar la crisis. Incluso dentro de unos años, la unión monetaria no habrá conseguido ser totalmente sostenible. Pero a medida que estas reformas institucionales se hagan operativas, la unión será menos propensa al tipo de problemas que la han estado afligiendo, y estará más capacitada para tratar con los nuevos tipos de asuntos que pudieran surgir. Por tanto, puede que esta crisis no sea la última. Pero mientras que permanezca la voluntad política (y apostamos porque así sea), la unión monetaria europea continuará probablemente avanzando, paulatinamente, hacia la sostenibilidad.
John Llewellyn es socio en Llewellyn Consulting y antiguo jefe de estimaciones y análisis político en la OCDE y Peter Westaway es economista jefe de Europa en Nomura, y anterior responsable de División en el Banco de Inglaterra y funcionario del Ministerio de Hacienda.
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