Una musa del nuevo jazz nórdico
Si no fuera por un festival como Ellas Crean, difícil sería escuchar a Sidsel Endresen en Madrid. El acontecimiento en cuestión tuvo lugar ayer en el auditorio del museo Thyssen-Bornemisza, entre cuyas paredes no es la primera vez que suena música de jazz. Allí se pudo escuchar ayer a la diva nórdica, conocida, según y dónde, como "la Patti Smith escandinava". Cabe preguntarse qué sustancia alucinógena ingirió quien la bautizó así.
Vino Endresen a Madrid acompañada por un dj ilustrado, Jan Bang, conocido entre la posmodernidad por sus colaboraciones con Jon Hassell, David Sylvian, Brian Eno...
Sidsel Endresen es una cantante de jazz en la medida en que pueden serlo Maria Joao o Urszula Dudziak. Como ellas, la noruega parece tener un ejemplar de 1.000 efectos de sonido escondido bajo la camiseta. Hay que ver las cosas que salen por su boca; los sonidos más inauditos, los más extravagantes.
Por su música, se la sitúa entre las musas del future jazz -también conocido como nu jazz-, promovido por su compatriota y colaborador recurrente Bugge Wesseltoft desde el sello Jazzland. Endresen viene a ser una especie de Juliette Greco en versión escandinava y jazzística. Un dato: la protagonista de la noche y Wesseltoft se dieron a la fama interpretando el tipo de canciones (Try) que uno podría esperar en un atardecer en el ibicenco Café del Mar, si no fuera porque en semejante lugar no se escucha otra música que no sea la de la casa. Nada que ver con lo que pudo oírse en su visita de anoche.
Con el aforo de la sala casi al completo, hubo quien salió proyectado desde la butaca hacia el infinito y más allá, y quien, al primer tema, ya estaba consultando el resultado del Getafe-Athletic por el móvil. Lo que tiene asistir a un espectáculo como este. Música difícil, experimental, pero también fascinante, todo depende de cómo se mire. Endresen -mucho más que una cantante de jazz- y Bang -nada que ver con los djs al uso- se mueven a sus anchas por un universo escueto y remoto, allá donde las palabras pierden su significado y los sonidos carecen de una identidad musical precisa. Su música dibuja paisajes desolados de un lirismo desnudo que uno, con razón o sin ella, asocia inevitablemente a una cierta sensibilidad nórdica. Al final, los aplausos fueron más que las deserciones. El público madrileño es así de agradecido.

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