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Columna
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A Dios rogando y...

Carlos Boyero

Existe una volcánica propensión a la violencia física en un hombre cuyas decisiones y conducta solo obedecen a lo que le dicta el Altísimo, a las exigencias de su ortodoxa fe, a la espiritualidad como modelo de existencia. La ira santa concentrada en el puñito de Ruiz-Mateos atentando contra las tecnócratas gafas de su usurpador Boyer, acompañada del zarzuelero grito "te pego, coño" es una imagen con inmarchitable poder grotesco. Dos décadas más tarde esa furia justiciera amenaza con la autoinmolación, con pegarse un tiro en su acorralada sesera, en el caso de no poder devolver hasta el último euro a los bondadosos ahorradores (¿qué tendrá que ver la bondad con el ahorro?) que confiaron en él. Pero hay un inconveniente, aclara, para consumar el suicidio y es que su religión no se lo permite ya que es pecado abandonar este mundo por decisión propia. Sería una putada haber pasado la existencia haciendo méritos para ganarse un sitio de lujo en el cielo y quedarse sin él por algo tan pecador como meterse un balazo para salvar el honor.

Lo que más te sorprende ante el presunto fraude de Nueva Rumasa es la escasa memoria de la ley para vigilar la libertad condicional de los delincuentes grandiosos, que la desidia o el olvido permitan que se repitan las antiguas estafas. Aquí y allá. Que sepamos, entre los responsables de que las clases medias y bajas de cualquier parte tengan problemas de insomnio ante su presente y su porvenir, solo está en la cárcel Bernard Madoff. Ningún político, ningún banquero, ningún intermediario. Los cínicos afirman que los apocalipsis financieros son cíclicos. No sería raro que los que han montado el actual estén ya preparando el próximo.

También es graciosa la historia de las monjitas robadas. Las que guardaban debajo del colchón millón y medio de euros. Imagino que pensando en el retorno de los rojos. Me admira que los que pasan su vida hablando con Dios sepan compaginar tanta fe con la forma de amasar dinero. Aunque sea sucio.

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