Calendario político
Llega el domingo y un portavoz del PP en un mitin convocado en un extremo del país, y otro del PSOE en el extremo opuesto, y también durante un mitin, se acusan recíprocamente de insultar. Llega el lunes, y un portavoz popular desde la sede de la calle de Génova, y otro socialista desde la de la calle de Ferraz, retoman en un espacio cerrado la cantinela que el domingo entonaron en un espacio abierto, insistiendo en idéntica acusación. Llega el martes, y les pille donde les pille, los portavoces responden de nuevo a la cantinela del domingo, solo que esta vez en la versión del lunes. Llega el miércoles, y, caramba, la sesión de control al Gobierno promete una cantinela diferente, solo que, por alguna fatalidad indescifrable, acaba siendo la misma que han entonado los portavoces desde el principio de la semana, y otra vez se acusan de insultar. Y llega el jueves y después el viernes y nos plantamos en el sábado, víspera de otro domingo en el que, desde sus respectivos mítines en extremos opuestos del país, los portavoces iniciarán con recíprocas acusaciones de insultar la semana entrante.
Si es por los ciudadanos, más vale que a los portavoces no se les ocurra cambiar. Después de tantos años acostumbrados a este ritmo inalterable, la aparición de una idea, de una sola idea, en un mitin de domingo podría provocar tal trastorno en los hábitos tan duramente adquiridos que los ciudadanos acabaran por no saber en qué día viven. Sobre todo si esa idea, para colmo, sigue coleando el lunes y el martes aún da que decir. Y mucho más si el miércoles, de pronto, aparece otra idea colándose de rondón en la sesión de control al Gobierno. Y teniendo en cuenta que en los tres días que faltan para llegar al consabido mitin del domingo todavía podrían aparecer nada menos que otras tres ideas imprevistas, el riesgo de confundir un día con otro se volvería directamente inmanejable.
Mejor así, dónde va a parar. La tranquilidad de saber que aunque uno no tenga a mano un calendario, ni ordinario ni político, bastará escuchar a un portavoz como quien oye al cuco de los relojes para decirse "hoy es martes porque se acusan recíprocamente de insultar. O no lo es, pero qué importa".
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