El freno franco-alemán
La encrucijada europea no puede ser más dramática. Dos crisis colosales se han cruzado en el camino declinante de la Unión Europea. De una parte, la devastadora crisis financiera, reveladora de las debilidades de una unión monetaria sin unión fiscal y menos todavía proyecto político. De la otra, la súbita erupción en la frontera meridional de un volcán revolucionario que inflama los precios del petróleo y amenaza con lanzar sobre las fronteras europeas oleadas de inmigrantes. Son crisis que se alimentan mutuamente: la Europa corroída por la crisis apenas tiene tiempo y atención para atender a la geopolítica cambiante, aunque el previsible incremento de los precios de la energía termine gravitando negativamente sobre unas economías tan dependientes del crudo árabe.
Las crisis no son extrañas para los europeos. No se muere de crisis, sino que se vive y saca provecho de ellas. Con una condición, que esta vez no se cumple: alguien debe tirar del carro hasta sacarlo de la rodera. En el caso europeo, quienes venían sacándonos del barrizal una y otra vez eran precisamente quienes antaño solían meternos en él, los dos vecinos más enconados del continente y responsables de las crisis de peor estilo y resultados, las bélicas. Francia y Alemania, después de combatirse 80 años, convirtieron su reconciliación en el motor de la construcción europea, de forma que sin un buen funcionamiento del tándem no tendríamos unificación del continente, ampliación hasta 27 miembros, el euro, el Tratado de Lisboa y tantas y tantas cosas. Tampoco España se hubiera integrado ni recibido los sustanciosos fondos de cohesión que han impulsado nuestras infraestructuras y nuestro crecimiento.
Casi desde el principio, el presidente francés y el canciller alemán, con independencia de su color político, han coordinado sus posiciones y tomado decisiones a dos cada vez que Europa era incapaz de salir por sí sola del bache. Mientras la pareja ha funcionado, la norma ha sido la discreción: que no se note esta especie de directorio dual para no ofender ni a la Comisión Europea ni a los otros socios. Hasta ahora mismo, en que Merkel y Sarkozy convocan descaradamente conferencias de prensa conjuntas e indican a los otros europeos cómo deben organizar sus políticas fiscales, bancarias, sociales y laborales de cada uno de los países del euro.
Esto ya no es el clásico eje franco-alemán, sino una nueva situación en que Alemania manda y Francia se pega desesperadamente a ella para no perder comba, movidas por los intereses electorales tanto de Merkel, en año de difíciles elecciones regionales, como de Sarkozy, a un año de las presidenciales, y en la pendiente de los sondeos ambos. París y Berlín son ahora un freno para Europa. No tiran ante la crisis árabe y tiran en una dirección dudosa en la crisis de gobernanza del euro.
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