Si sí o si no
A Christina Rosenvinge le encantan las dualidades, y ahí radica su mayor encanto o, como en toda buena ambivalencia, su dimensión más irritante. Con ella seguimos sin saber si considerarla emergente o consagrada, popular o maldita, neoyorquina o danesa, cheli o de Fuerteventura. Anoche presentaba La joven Dolores, su aclamado nuevo disco, pero tampoco nos queda claro si sumarnos al coro laudatorio (hay motivos) o rebelarnos frente a la sensación de retraimiento severo. Canta en un murmullo que puede parecer sensual o pavisoso. Y a veces suena anglófila, como Edie Brickell, pero también le priva la cultura francesa. En este último caso, no sabemos si emparentarla más con (perdón) Carla Bruni o con su amigo Benjamin Biolay. En fin, un auténtico lío.
Ah, las indecisiones del ser humano. Por ejemplo, Weekend, una de las mejores canciones de su nuevo trabajo, aborda su sonada ruptura con Nacho Vegas en un tono que se asemeja al sarcasmo pero deriva en afable indulgencia. Ahora que lo pensamos, si Christina nos gusta (cuando nos gusta), quizá sea por eso: por su indefinición. Ignoramos si sí o si no porque ella se comporta de modo impreciso, contradictorio. Como una metáfora de la vida misma.
Al público le sucede algo similar. Abarrota la Joy Eslava y sus dos anfiteatros, pero no acaba de entrar en calor. De hecho, tanto La distancia adecuada como Anoche conservan mayor predicamento que el cancionero de nuevo cuño. En el que, insistimos, encontramos sustancia: la añoranza desolada de Jorge y yo, el lirismo de Desierto (con los mejores compases para Aurora Aroca, la violonchelista), la inopinada armonía en el estribillo de Mi vida bajo el agua.
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