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Columna
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Dieguito

Tengo un amigo que es todo un licenciado en chistes. Dieguito no sólo sabe chistes, los recuerda y los cuenta; es que, además, los escenifica con una dosis de interpretación que no tienen que ver con el método Stanislavski, sino con la inteligencia natural, con el savoir faire de los franceses. No, Dieguito no es andaluz, como quizás habían creído adivinar en el arranque de esta historia, porque el tópico ha decidido conceder la gracia al mundo andaluz -lo que es verdad, pero no es toda la verdad-, olvidando que el mejor chistoso, es decir contador, escenificador y filósofo del chiste era un catalán llamado Eugenio, al que la muerte se lo llevó demasiado pronto para que le alegrase su mala vida.

Dieguito, te lo encuentras y tiene un chiste a mano, unos largos, otros cortos, unos sencillos, otros complejos y algunos con efecto retardado, de esos que centran todas las miradas en el autobús cuando rompes a reir, sin venir a cuento y piensan que te has vuelto loco.

Si algún día fuera el jerifalte que nunca seré o trabajo en la agencia de selección en la que nunca trabajaré, sólo contrataría a tipos que supieran contar chistes, porque eso me garantizaría varias cosas en un solo examen: sentido del humor, el menos común de los sentidos, ingenio, dotes de interpretación, descaro, desvergüenza y atrevimiento. Para eso, algunos efectúan setenta examenes, doscientos dibujos crípticos de donde extraer la personalidad del interfecto. Un chiste es la mejor prueba de cómo es cada uno, tanto del que lo cuenta, sobre todo, como del que lo escucha y lo celebra. Hay que saber contar un chiste, pero también hay que saber recibir un chiste, algo menos común de lo que creemos. Lo que no hay que hacer es cometer un chiste. También tengo otro amigo que suele decir que a él sus padres le enseñaron los cinco sentidos, no el del humor. Y tengo otro amigo -y van tres, pero tengo más- que dicer que él sí tiene sentido del humor, pero poco.

Quizás es que ni uno ni otro conocen a Dieguito y no se lo han topado en cualquier calle de Bilbao en cualquier día, haga frío o haga calor. La verdad es que este país derrocha ingenio, porque un chiste es la quintaesencia del ingenio, sólo superado por las frases lapidarias de las grandes personas. Alguien que sabe contar chistes es un líder en potencia, sobre todo si los saca de la nada, del reverso de la realidad, no como algunos malos políticos que retuercen la realidad, que es cosa bien distinta y que suele resultar poco humorística. Desde luego, muchos de ellos no hubieran superado mi proceso de selección si fuera el que jamás seré.

Por cierto, el último de Dieguito. Uno que llega borracho a su casa y le dice su mujer en la puerta: "Anda que de dónde vendrá Paco..." A lo que responde él: "Pues de Francisco". No me negarán que Paco es un filósofo en potencia. Y Dieguito, su profeta.

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