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Columna
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El 'voto Camps'

Manuel Rivas

Todos hemos quedado muy reconfortados después de que la Providencia haya decidido por fin que el señor Camps sea de nuevo candidato a la presidencia en la Comunidad Valenciana. Casi se me saltan las lágrimas con la alegría expansiva de Rita Barberá. Hemos estado en vilo, con los huevos de corbata, dispensando, angustiados con el silencio de Mariano Rajoy. Ahí se ve que nuestro hombre toca poder. En ese dominio hipnótico de los tiempos. Donde antes parecía que Mariano venía despistado de Sanxenxo, ahora tiene el aire de un habitual en el hotel Oráculo de Delfos. Dicen que no arrima el hombro. Lo arrima. Todo lo que puede. Pero a quien acaricia el poder ya no le interesa el estropicio. Ni siquiera que Zapatero se marche. "Cayó en el mar la hora", decía el poeta Prados. La sensación es que a Zapatero le están dando un tiempo de propina los unos y los otros. Es un eccehomo. Y lo ha asumido. Se le ve en la cara. Por un lado, ejecuta las medidas impopulares. Su condición socialdemócrata amortigua la indignación del pueblo. Y hasta permite que la derecha celebre el carnaval haciendo la ola bolchevique. El calvario de Zapatero, tal como están las cosas, también conviene a los suyos. Todos los clavos son para el crucificado. Cuanto más se personalice la crisis, más inmune estará un futuro candidato socialista. Porque ya todos saben, sabemos, que Zapatero se irá. Quien no se irá es Camps. En el hotel Oráculo, a Rajoy le contaron que el imputado por corrupción va a arrasar en las elecciones. Mientras escribo, tengo presentes los 25 mandamientos para periodistas que ha publicado un veterano editor de The Guardian, Tim Radford. En el sexto aconseja colocar un cartel de autocrítica en el escritorio: "Nadie tiene por qué leer esta mierda". Cuando empiece la campaña, y vengan con los programas, se lo pienso regalar a los políticos.

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