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Columna
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Encuestas y apuestas

Los generales romanos consultaban a los augures antes de las batallas y, en vísperas electorales, los partidos consultan a los encuestadores. Ningún general se iba a la guerra sin sus adivinos. El general que combatía respaldado por los buenos augurios, bajo auspicios favorables, se lanzaba a la pelea con la misma moral que el partido que concurre a las elecciones bendecido por las encuestas. Los augures interpretaban el vuelo de las aves, el movimiento, el apetito, el canto de los pájaros, y las encuestas adivinan la voluntad de todos los votantes oyendo la opinión de un mínimo puñado de gente. Ahora mismo los augures conjeturan una victoria del PP en las elecciones municipales y autonómicas, incluso en plazas donde el PSOE ha sido sagrado, cuestión de familia, tradición y patrimonio.

Son temibles las encuestas, entre la ciencia y la adivinación, entre la profecía y el presentimiento. Recogen opiniones y las devuelven convertidas en augurio, es decir, propaganda a favor del partido premonitoriamente vencedor. No sé si por el peso de las encuestas o de la realidad brutal (en la que las encuestas están incluidas), el PSOE de estos días parece cansado, con todos los síntomas del agotamiento crónico, fatiga inmensa, plomo en los pies y en el cerebro, descompuesto, inseguro, agotado, o acabado. El aparato socialista, exhausto, atraviesa una zona de turbulencias y se dirige imperturbable hacia la tormenta. Algo que parecía imposible hace dos años, la eventualidad de perder las elecciones, es hoy posible, por increíble que se nos antoje la derrota de un partido que cumplía todos los requisitos para ser eternamente el primero, al menos en el sentido en que las cosas humanas se eternizan.

Treinta años en el gobierno producen siempre los mismos efectos inevitables: el partido dominante se convierte en una red de intereses económicos y profesionales, se funde con el Estado y su burocracia fiel, y con ayuda de la radiotelevisión logra que la publicidad se confunda con la realidad. Aquí, incluso los inconformistas tenían que serlo de acuerdo con los distintos inconformismos que recetaban las distintas consejerías de la Junta, según el momento. Y así resulta imposible perder unas elecciones. Una victoria de la oposición sería un fenómeno paranormal.

Pero la incredulidad de que pierda las elecciones un partido tan institucional como el PSOE andaluz se resquebrajaría definitivamente si las municipales de mayo fueran tan fatales para los socialistas como temen algunos, socialistas incluidos. Los ciudadanos valoran el empeño admirable y desmesurado que han puesto los socialistas en demostrar que sus políticas no tienen nada que envidiarles a las de la derecha, superándolas por la derecha si llega a ser necesario, cueste lo que cueste, porque el poder verdadero es una cosa y la política otra, y la política no pinta nada cuando manda el dinero. Y, en consecuencia, habrá más de un votante que se pregunte aquello que planteaba Manuel Vázquez Montalbán hace unos años: si en determinada coyuntura las decisiones políticas han de ser objetivamente de derechas, "¿no sería más sensato que las aplicara la derecha?".

El ambiente de hundimiento socialista, auspiciado y amplificado por politólogos y encuestadores, lo difunde sobre todo el mismo PSOE, al que desfondan hasta sus propios sondeos. Pero, pese a las encuestas, creo que las apuestas, si las hubiera, con dinero por medio, darían a los socialistas como favoritos para gobernar en Andalucía después de las elecciones autonómicas de 2012, otra vez, quién sabe si rebajados a la categoría de gloriosos perdedores triunfantes. Ahora bien, si los resultados de las municipales son terroríficos para el PSOE, incluso se les volverían en contra las apuestas para 2012.

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