Mediterráneo sin orillas
Primarias de alcaldables socialistas para Barcelona. No está mal que tantos quieran ser alcaldes de esta ciudad en cambio constante. Aunque no se perciba a simple vista lo barcelonés -género neutro plural- bulle y las constantes vitales de la ciudad electrizan el aire. Solo los cenizos en busca de protagonismo ignoran que los barceloneses vibran con el caos de la nueva época. Solo el espíritu gallináceo teme el futuro. Desde Barcelona se observa, se analiza, se mira y se plantean tantas preguntas como escasean respuestas. Es estimulante: los interrogantes crecen.
A esta orilla del Mediterráneo se mira con atención el otro confín del mar, el incendio, contenido aún, del mundo árabe. Egipto atrae miradas, pensamientos y los árabes, ese misterio, actúan como espejo. ¿Es cierto que tan solo quieren democracia, lo mismo que nosotros? Occidente ha creado un estereotipo de lo árabe que se presenta como incompatible con la democracia. ¿En qué medida el estereotipo prevalece sobre la realidad? ¿Por qué crece la imagen del radicalismo islámico cuando se liquida la guerra fría? ¿Quién y cómo se ha decidido que el nuevo enemigo de occidente se oculta entre los árabes? ¿Qué hubiera pasado si el 11-S no hubiera existido? ¿Es el desafío árabe un reto a la cultura occidental? ¿Saben los egipcios que el orgulloso occidente se humilla ante el poder del dinero y que los mercados abominan del Estado del Bienestar que es lo mejor que la vieja Europa aporta al mundo como estilo de vida? Y ¿quiénes somos, los de esta orilla, para imponer a nadie nuestro modelo?
Desde que Thatcher anunció en 1980 que "los pobres lo son porque ellos quieren", hay un largo camino, pero aquí estamos
En el fondo, pero en primer término, la demografía: Egipto produce cada año un millón de niños. El dibujo del horizonte y del futuro se precisa, a fin de cuentas lo escriben los humanos: el Mediterráneo es un mar pequeño, árabes y barceloneses no están tan lejos. ¿O sí? ¿Saben ellos que aquí estamos hechos un lío? Solo faltaba que el primer ministro británico, David Cameron, 44 años, anunciara "el fracaso de la sociedad multicultural en el Reino Unido", como si los occidentales fuéramos incompatibles con todos los demás. Hablo de Cameron porque aquí somos dados a imitar los comportamientos de los ricos del Norte y lo que diga el primer ministro -que, ignora la diferencia entre multiculturalidad, o mera superposición de culturas, e interculturalidad que define las relaciones entre culturas- legitima nuestras propias barbaridades.
Desde que Margaret Thatcher anunció, en 1980, que "los pobres lo son porque ellos lo quieren", el recorrido ha sido largo, pero aquí estamos. Como el honorable consejero de Sanidad pidiendo productividad y resultados a los médicos. ¿Se trata de contabilizar los muertos o las curaciones? ¿Será quizás mejor médico quién visite a 80 personas en una hora que quién solo sea capaz de atender a cuatro? Cabe deducir que el sofisticado debate sobre ese triángulo de las Bermudas -tan excitante para nuestras Escuelas de negocios- que forman productividad, resultados y austeridad no está diseñado para cerebros preocupados por cosas tan primitivas como la subsistencia y la libertad.
Para nuestros tecnocráticos gurús lo que mueve a los egipcios y a los árabes mediterráneos no es el pan o el libre movimiento, sino Facebook. ¡Claro! ¡Facebook, excitante virtual, Viagra subversiva, la madre de todas las revoluciones! Ni Spielberg lo hubiera planeado mejor: Mark Zuckerberg, desde California, mueve a los manifestantes de la plaza egipcia. ¿La tecnología organiza el mundo? ¿No hay evidencias de su enorme poder? En este momento mil ojos de satélites controlan el más mínimo movimiento de esas masas árabes en busca de su Lenin real y desconocido. Paradójicamente, solo confiere credibilidad a esta enorme movida la más pedestre realidad: que miles de personas salgan a la calle y se congreguen en una plaza donde la televisión pueda llevarlas a todos los hogares del mundo. Por eso Egipto es Barcelona y Barcelona, primarias incluidas, es Egipto.
Margarita Rivière es periodista.
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