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Reportaje:Las colecciones de EL PAÍS

Territorio Comanche

Ramón Lobo

Hay tres formas de morir en una guerra, escribe Arturo Pérez-Reverte en Territorio Comanche: "Cuando sale tu número, como en la tómbola", "cuando llevas poco tiempo y todavía no sabes moverte bien" y porque "al cabo de cierto tiempo ya te toca". Escrito entre agosto de 1993 y febrero de 1994, el libro es un homenaje a uno de los mejores camarógrafos de guerra del mundo, José Luis Márquez (ex de TVE), y a través de él a un modo de entender la profesión.

"La memoria de un reportero siempre es la memoria de un largo álbum de viejas fotos, de imágenes que a veces se funden unas con otras, de recuerdos propios y ajenos. (...) Si no muere antes o logra salirse a tiempo, un reportero jubilado es como un marino viejo: todo el día apoyado en la venta recordando".

Arranca en Bosnia central, en los combates entre los javeos (croatas) y la Armija (musulmanes). Arranca ante el puente de Bijelo Polje convertido en frontera, en primera línea, y cuya voladura es inevitable para frenar el avance enemigo. Márquez y Barlés (trasunto del autor) están apostados ante él, donde llueven las granadas de mortero y suenan las balas sobre un muerto, Sexsymbol, que se parece a todos los muertos, en espera de la gran explosión que Márquez necesita grabar.

Entre el principio del libro y el final, la carrera loca entre los cuarenta y tantos segundos que separan estar vivo a quedar despedazado, Pérez-Reverte realiza un recorrido por sus viajes de la mano de Barlés en el que rinde homenajes a grandes reporteros y ajusta cuentas con los que considera domingueros de la guerra.

Territorio Comanche es uno de esos libros que debe leer un aspirante a periodista. Es un buceo emotivo y a menudo emocionante sobre un mundo que desaparece, el de los reporteros que viajan a los lugares donde suceden cosas aunque sea muy caro ir. El problema en la era de Internet no está en la ausencia de desgracias, sino en que nadie parece dispuesto a pagar porque se las cuenten de forma honesta, fiable y profesional. Gentes como Márquez, prejubilado, han dejado de existir. Los periodistas no van a las guerras, o van muy poco tiempo, o se empotran limitando la sorpresa. Sin paciencia no hay realidad.

"A medida que las guerras se hacen largas y a la gente se le pudre el alma, los periodistas caen menos simpáticos", escribe Pérez-Reverte. Solo cuando el periodista empieza a caer mal es cuando está realizando bien su trabajo. "A un periodista no lo asesinan casi nunca: lo matan trabajando en un lugar donde la gente pega tiros, y hay un barullo muy grande, y anda suelto mucho hijoputa con escopeta que no tiene tiempo ni ganas de pedirte la documentación".

Cuenta Pérez-Reverte que a Márquez, Barlés y tantos otros les gustaba vivir así, lejos de casa, de la comodidad de la ciudad, siempre de caza, en busca de imágenes, palabras, de grandes historias que contar con el miedo metido en el cuerpo, "esa sensación en la cara interior de los muslos y en el estómago que da saberse solo en tierra de nadie", con la esperanza de que cada plano, cada foto, cada frase sirviera para algo, no para cambiar el mundo, solo para saber cómo es el que pisamos, un mundo cruel, injusto y repleto de gente despreciable que se lucra con la desgracia ajena. La guerra es siempre la misma, escribe en Territorio Comanche: "Un par de desgraciados con distinto uniforme que se pegan tiros el uno al otro, muertos de miedo en un agujero lleno de barro, y un cabrón con pintas fumándose un puro en un despacho climatizado, muy lejos, que diseña banderas, himnos nacionales y monumentos al soldado desconocido mientras se forra con la sangre y la mierda".

Mañana viernes, por solo 7,95 euros con EL PAÍS, Territorio Comanche.

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