Escritura a lo Pollock
Esta vez no es una novela lo que nos entrega Manuel de Lope, sino la simulación de lo novelesco mezclado con la intuición de un hecho singular, el fragmento de vida personal, un fogonazo de la memoria o la inteligencia, etcétera, y un recurrente trasfondo histórico: la guerra de Irak. Azul sobre azul es un libro abierto, texto sin centro de gravedad, incluso dando a veces la sensación de texto sin autor. A primera vista podría parecer que está en la línea difuminada de literatura introspectiva, de expansión del yo, de reflexión intelectual: como lo están libros de españoles publicados recientemente: Lugares donde se calma el dolor, de César Antonio Molina, y Visión desde el fondo del mar, de Rafael Argullol. Y sin embargo, aunque pareciera pertenecer a esta familia de literatura sin territorio definido o sin territorio a secas, lo cierto es que el autor de Bella en las tinieblas comparte con aquellos libros solamente su forma externa, su vocación fragmentaria: no así su pulsión filosófica, su memoria privada, su relato intelectual. En Azul sobre azul la escritura se desliza en busca de la comunión del hombre con la historia. De ahí su tono documental, intrahistórico. Es verdad que hay un sujeto narrador, como los hay en los dos títulos citados más arriba, aunque con distinta función en Molina y Argullol. Manuel de Lope es el narrador de Azul sobre azul. Pero no es el avalador estético de lo que ocurre, no es la voz fascinada por el timbre de su propia voz emocionada por lo que descubre (y urgida por la necesidad de contar su descubrimiento): en el libro de De Lope habla el acontecimiento (pasado o presente) en su estado más inmediato, menos destilable, la voz del autor apenas se limita a documentar o a trasladar lo que sus ojos o sus oídos captan de la realidad o la vida (en su milagrosa o miserable existencia).
Azul sobre azul
Manuel de Lope
RBA. Barcelona, 2011
492 páginas. 24 euros
En la página 129 De Lope nos da la clave de su método de trabajo en este libro. Alude al dripping, esa forma de pincelar sus telas que tenía el pintor norteamericano Jackson Pollock (el mismo pintor, por cierto, que Menéndez Salmón recrea en su última novela): de una cosa a otra. Esa forma de salto, de estar aquí y en una fracción de segundo estar en otra parte: es la mecánica de la digresión. Hablé al comienzo de esta nota de Irak. Nos informa el autor que la clave de los pilotos norteamericanos cuando disparan sobre sus propios efectivos es "blue on blue". En este libro, los sucesos recurrentes son las noticias sobre la guerra de Irak. El mensaje es claro: relatemos lo que relatemos para gozo de nuestros sentidos y nuestra inteligencia, no tiene ningún valor, ni estético ni ético, si olvidamos lo que va sucediendo en ese desdichado país: algo así como ese "no os olvidéis de Tahití" con que cierra sus historias diarias el dibujante Forges. Así también se revela la ironía ineludible que se esconde bajo un título tan lírico.
Azul sobre azul es un compendio de cuestiones humanas. Algunas más relevantes o impactantes que otras. Pero todas con la impronta del hecho en sí, mucho más que la impronta de quien los consigna y cómo los consigna. Manuel de Lope nos relata lo que ve y lo que le cuentan en algún momento o lugar de su vida. En sus viajes o en su memoria. El lector de este libro se quedará con una información u otra, con una anécdota o un recuerdo o una sentencia. Yo me quedaría con todo lo que se nos cuenta, aunque me impresionó la historia de esa mujer taxista que le narra a De Lope su historia sentimental durante un viaje de Sitges a Barcelona. Una perla emocional y narrativa en donde con maestra sobriedad, el que cuenta se cobija bajo su notarial escritura no fuera que nos alejara del pathos necesario para digerir la historia. A veces sucede así: aparece alguien o algo, avatares que hay que interpretar o diagnosticar y es entonces cuando la voz que nos narra se aleja: la experiencia de la vida o de la inteligencia "in situ" no necesita que la arropen.
El tiempo y el espacio en este bello libro son el tiempo y el espacio de su escritura. Las coordenadas de quien escribe apenas se insinúan tras una descripción casi monástica: una brisa, un tiempo de lluvia o nieve. Hitos casi invisibles en medio de la luz y las sombras de la vida y el pensamiento que nos rodea.
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