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Columna
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La memoria de Vicent

Esta tarde tendré el gusto de presentar en Valencia un libro con cuya lectura he disfrutado mucho: Aguirre, el magnífico (Alfaguara), la última obra de Manuel Vicent. Se trata de la insólita aventura de un hijo de madre soltera que refugia su ambición en un seminario de Comillas, primero, y en otro alemán, más tarde, hace compatible la sotana con su pedantería de intelectual redicho, se rodea con acierto de quienes pueden favorecer su ascensión social, ejerce de cura singular con fama de buen sermonero, puestas sus aptitudes al servicio de la contestación al franquismo, implicado en ella y, merodeando las cercanías del poder cultural y político, termina en Duque de Alba y por ende en miembro de las diversas academias reales con más prólogos que libros. Para mí es la historia de una burla, construida con un cinismo bien cultivado y una capacidad sobresaliente para la impostura, llena además de jugosas anécdotas que Vicent narra con la buena prosa que le es propia y con el humor que administra de modo tan ameno como sabio.

La Valencia que asoma en la obra de Vicent aparece aquí de un modo episódico pero esencial

Bastaría lo que este libro tiene de biografía de Jesús Aguirre, personaje realmente ingenioso y a veces desvergonzado, con frecuencia desmesurado, disparatado también; lo suficiente como para que Vicent no tenga que añadir esperpento al esperpento. Pero este relato emplea su condición biográfica como hilo conductor de una obra más ambiciosa. Y lo es no solo porque la mera descripción de la aventura personal de Aguirre supone una indagación en la condición humana que va más allá del sabroso anecdotario, sino porque es un hermoso ejercicio literario de memoria de la España que va de 1971 al 2001 y un repaso excelente de la España de la transición desde los cenáculos madrileños de la cultura. Además de un ejercicio de la propia memoria de su autor. Por eso, la Valencia que siempre asoma en la obra de Vicent aparece aquí también de un modo episódico pero esencial. Y digo esencial porque al relatar las relaciones que por su conocimiento del alemán tuvo Aguirre con los participantes en el llamado contubernio de Múnich, evoca al periodista valenciano, Vicente Ventura, uno de aquellos represaliados, y confiesa entonces su manera de concebir la literatura en sus inicios de escritor, más cerca de la emoción de la naturaleza que del radical compromiso con la política que exigía, por ejemplo, Joan Fuster. Se desliza en esas páginas una desenfadada poética del autor, que si bien ha superado con creces la falta por entonces de argumentos cómicos o tenebrosos, dice él, poéticos o vulgares, de aventuras y personajes, ha logrado mantener siempre la prevalencia de la literatura y su estética sobre otros postulados. Dice que Ventura lo consideraba un frívolo porque solo le interesaba "la bajamar extasiada que hacía aflorar los erizos en los fondos de roca cerca de las calas, la luz inmóvil del mediodía que condensaba el aroma de brea en el muelle, donde los gatos dormían sobre las redes tendidas. Tal vez ser escritor -concluye Vicent- consistía en saber expresar con las palabras exactas la sensualidad de la bruma dorada que se levantaba y se abría hasta dejar un sol blanco suspendido en la mente". Y entrando en el detalle de su visión del mundo, con Dénia como escenario y con el recuerdo de paso de Raimon o de Andreu Alfaro, que allí acudían a veces, Vicent nos ofrece algunas de las más hermosas páginas de este libro por las que no aparece Aguirre, pero sí Franco en el yate Azor por las aguas de Dénia. Y la España de Aguirre que pasó por Valencia, aunque no pasara Aguirre. Todo lo que digo refuerza su idea de que este libro no es exactamente una biografía. Claro que no, exactamente no. Pero también es una biografía. No en vano, Aguirre, el día en que presentó al Rey a Vicent le dijo al monarca que este era su futuro biógrafo. Y no se equivocó. También el Rey le contestó a Aguirre: "Coño, Jesús, si lo cuenta todo, vas aviado". Y tampoco se equivocó: Vicent lo cuenta todo, hasta lo más íntimo que se conoce del homosexual que llegó a Duque de Alba. Pero, eso sí, lo cuenta con la elegancia con que el escritor valenciano emplea su narrativa para describir la vida.

Aguirre era mordaz, cínico, irónico, culto y lúcido. Si cautivó a la duquesa supongo que sería porque ella no era refractaria a esas condiciones. Pero ser así se paga. Algunos atribuyeron a los Alba la culpa de la depresión de los últimos años de Aguirre, aunque es más fácil pensar que fuera víctima del propio personaje que nunca encontró en vida a su verdadero autor. Vicent, el autor que sí encontró al personaje, describe en este libro la escalada a un sarcófago que se consumó al fin cuando el Duque de Alba fue enterrado en su aristocrático mausoleo de Loeche. Quizá empezó a morir antes, no sé si cuando empezó a tomarse en serio o cuando se cansó de reír. Tal vez llegara a aburrirse de ser Duque de Alba y Cayetana le impidió que nos lo contara a sus amigos.

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