Ley y tabaco
Han pasado ya unos días. Y las reacciones a la legislación antitabaco en lugares públicos ya se han producido en cantidad y diversa calidad. Si alguien en el Ejecutivo o en el Legislativo quería satisfacer una pulsión sádica con esta ley, o está en pleno goce, o ya ha pasado el clímax. Yo no soy fumador, no me gusta que fumen a mi lado, cuando un amigo me pregunta si puede fumar, yo me sacrifico; no por masoquismo sino por no molestar o incomodar a nadie. Pero mi reflexión es sobre el proceso legislativo, una ley que provoca tanto disturbio, tanta reacción, tanto malestar debe ser que está hecha lejos de la realidad. Y me apetece recordar que la ley no debe transformar la realidad, solo regularla. En este sentido la anterior ley era correcta dejando espacios a los fumadores sin que molesten. Espacios que costó mucho dinero crear, después de aprobar la anterior ley.
La ley no debe cambiar la naturaleza humana ni la convivencia ordenada libremente, solo debe ordenar el conflicto cuando se produce. Y en este sentido no se producía. La gente si no quería entrar en un lugar ahumado no entraba y el fumador iba a su sección. En esta cuestión el derecho a la propiedad debe primar, en mi casa, aunque sea un bar, quien decide si se fuma o no, soy yo. Pero como ya se sabe que en este país la propiedad no es un derecho, sino una concesión del Estado, pues pronto nos dirán lo que tenemos que cenar. Me preocupa cómo se hacen las leyes y no dejo de repetirme lo que dijo Bismarck de las mismas. Decía que eran como las salchichas, es mejor que no se sepa de qué están hechas.
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