Pakistán ante el abismo
El asesinato del gobernador Taseer demuestra que, a medida que se extiende el extremismo islamista, el espacio para una puesta al día liberal está desapareciendo y que quienes la apoyan corren grandes riesgos
El comienzo del año ha sido desdichado para Pakistán. El 2 de enero cayó el Gobierno de coalición, hundiendo al país en la crisis política. Dos días después, el gobernador de la provincia de Punjab fue asesinado por su guardaespaldas, un extremista islámico que aparentemente actuó en connivencia con otros miembros de las fuerzas de seguridad. El gobernador Taseer, un liberal notorio, fue asesinado por pedir el rechazo a las draconianas leyes paquistaníes contra la blasfemia. Estas últimas adversidades vienen a añadirse a una insurgencia generalizada, a la tremenda destrucción causada por las inundaciones del último verano y al inminente colapso económico. Recientemente, el FMI paralizó un importante préstamo a Pakistán debido a su incapacidad de cumplir con su reforma económica y el país se enfrenta al fantasma de la hiperinflación. Pakistán se encuentra al borde del abismo.
La comunidad internacional necesita reequilibrar su ayuda para construir un Estado civil
Las cambiantes políticas norteamericanas en Afganistán pueden tener serias repercusiones
Los últimos acontecimientos en Pakistán prometen más miseria para su gente, así como una mayor inseguridad para el mundo. En los últimos años, Pakistán se ha convertido en un centro del terrorismo islámico. Mientras el extremismo religioso y la violencia militante acentúan su presa sobre el país, la amenaza para la inseguridad internacional no puede sino crecer. Lo que Pakistán -y el resto del mundo- necesita desesperadamente es de un Gobierno fuerte y realmente democrático en Islamabad, que pueda tomar el control efectivo de la política antiterrorista y garantizar la seguridad del armamento nuclear de Pakistán. Pero esta parece ser una posibilidad cada vez más distante.
Así que ¿qué va a pasar ahora? Días atrás, los socios de la coalición anunciaron que volverían al Gobierno. Sin embargo, lo harán a cambio de la renuncia del Gobierno a las reformas económicas imprescindibles para asegurarse los préstamos del FMI y para mantener la economía bajo control. Con el Gobierno atrapado ahora entre la necesidad de reformas y la necesidad de mantener unida a su débil coalición, no está nada claro cuánto tiempo pueda sobrevivir o si podrá emprender las reformas políticas y económicas que el país necesita desesperadamente. La buena noticia es que, de momento, se ha evitado la posibilidad de unas elecciones anticipadas. En las circunstancias actuales, unas elecciones resultarían extremadamente violentas y divisivas, al tiempo que una distracción de los apremiantes problemas del país. Por supuesto, en Pakistán la posibilidad de un golpe militar nunca puede descartarse y si la política parlamentaria entra en un punto muerto, ello podría convertirse en una excusa para el regreso de los militares al poder.
Más grave incluso que esa crisis política ha sido la respuesta al asesinato del gobernador Taseer y lo que sugiere para el futuro de Pakistán. El asesino del gobernador ha sido aclamado por muchos paquistaníes como un héroe. No solo por los extremistas, sino por los principales partidos políticos religiosos, por buena parte de los medios y por muchos paquistaníes comunes y corrientes. La suposición, largo tiempo mantenida, de que la "mayoría silenciosa" de Pakistán es básicamente liberal ha quedado en entredicho. Es más, incluso políticos de partidos moderados han sido sorprendentemente suaves en su condena del asesinato, aparentemente sin interés para su propia seguridad. El asesinato del gobernador Taseer demuestra claramente que en Pakistán, a medida que se extiende el extremismo islámico, el espacio para una puesta al día liberal está desapareciendo y que quienes apoyan esa transformación corren grandes riesgos.
Estos acontecimientos deberían ser una llamada al despertar de la clase política moderada de Pakistán. El país se halla aún en un proceso de transición democrática y su clase política es débil, dividida y plagada de corrupción. Sin embargo, los partidos políticos dominantes, junto con la élite política de Pakistán -sus periodistas, abogados y otros- se unieron para derrocar la dictadura militar del general Musharraf en 2008. Solamente puede esperarse que estos grupos reconozcan la amenaza para la democracia, para la seguridad y tal vez para la propia existencia de Pakistán de la situación actual y puedan unirse en la protección de los valores democráticos y administrar la seguridad del país y sus retos económicos. Más allá de las crisis de las semanas recientes, el Estado paquistaní cuenta con un buen número de problemas profundos y conectados entre sí. De manera especialmente crítica, se enfrenta a una militancia islámica en permanente expansión, lo que supone una amenaza para todas las áreas de la vida nacional. Además, se da un pernicioso desequilibrio entre las instituciones militares y la gobernanza civil, con un control efectivo por parte de los militares de muchas de las áreas de la vida política y económica. Mientras tanto, los años de régimen militar han debilitado y corrompido a las instituciones civiles de gobierno, incapacitándolas para cumplir con la ciudadanía. Esos problemas, por supuesto, están íntimamente conectados con la "guerra contra el terror" pilotada por Estados Unidos. La insurgencia talibán no solamente ha cruzado la frontera que separa Afganistán de Pakistán, mezclándose con conflictos locales preexistentes, sino que las acciones norteamericanas en Pakistán siguen avivando el extremismo y socavando la democracia.
Lo que está claro es que el apoyo antiterrorista norteamericano a Pakistán no está funcionando. Ese apoyo se ha centrado fundamentalmente en fortalecer a los militares paquistaníes. Ha incrementado los desequilibrios de poder entre las instituciones civiles y militares y debilitado el control democrático de la política de seguridad de Pakistán. Es más, el enfoque antiterrorista de las fuerzas armadas paquistaníes es en sí mismo incoherente e ineficaz. Los militares han utilizado la mano dura contra algunas redes organizadas, han acordado tratados de paz con otras y han proporcionado apoyo a otras más, en particular a las que operan en Afganistán e India. Los abusos generalizados por parte de los militares en relación con los derechos humanos, incluidas desapariciones y ejecuciones extrajudiciales, han alimentado el resentimiento y el extremismo entre la población local.
La comunidad internacional necesita reequilibrar su ayuda a Pakistán. Eso significa no solamente fortalecer su capacidad militar, sino ayudar a construir un Estado civil que pueda tomar el control efectivo de la seguridad y resolver los agravios -pobreza, exclusión e injusticia- que llevan a la población al extremismo. Es de capital importancia asegurar que el sistema judicial, la policía y la Administración pública paquistaníes sean capaces de proporcionar a la población servicios básicos y seguridad, así como de sustentar el crecimiento económico y la creación de puestos de trabajo. Sin embargo, incluso si la comunidad internacional quiere reforzar su ayuda a Pakistán en esos terrenos, el Gobierno paquistaní requeriría de la voluntad política y de la fuerza imprescindibles para acometer las reformas necesarias. Dada la situación política actual, eso no parece probable.
Supone un reto considerable a las soluciones a los problemas de Pakistán tanto el que lo sean a largo plazo como el que escapen parcialmente a su control. Construir un Estado democrático eficaz que pueda combatir el extremismo y servir a sus ciudadanos será un proceso lento y difícil, y que depende en parte de un cambio de enfoque de la ayuda internacional. Mientras tanto, las cambiantes políticas norteamericanas en Afganistán pueden tener severas repercusiones para la seguridad de Pakistán.
Sin embargo, existen algunos terrenos en los que la acción internacional puede marcar una diferencia pequeña, pero inmediata. Uno de ellos es el de poder proporcionar mayor asistencia a las poblaciones desplazadas y directamente afectadas por el conflicto, cuya situación las hace vulnerables al reclutamiento por la insurgencia. También el de poder reforzar el apoyo a las organizaciones liberales de la sociedad civil paquistaní que promueven los valores democráticos y se enfrentan al extremismo. Pero incluso si el actual Gobierno puede resistir, las fuerzas liberales paquistaníes mantienen su coraje y la comunidad internacional redobla sus esfuerzos, Pakistán tiene ante sí un año de tremenda incertidumbre.
Clare Castillejo es investigadora de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo (Fride). Traducción de Juan Ramón Azaola.
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