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El camino perdido

Gustavo Martín Garzo

Tres breves libros le han bastado a Juan Eduardo Zúñiga para hablar con una hondura y un rigor raras veces alcanzados en nuestra literatura de la disolución moral, los afectos contradictorios y las ocultas responsabilidades de la Guerra Civil y la posguerra española. Su obra, breve e intensa, es comparable a la de todos los grandes moralistas, en el sentido que Camus da a esta palabra: los que tienen la pasión del corazón humano. Los relatos de Juan Eduardo Zúñiga se adentran en los caminos afectivos de la historia. No escribe para juzgar a sus personajes, sino para asomarse a sus conciencias y almas atormentadas y dar cuenta de sus presentimientos, sus miedos y sus anhelos amorosos.

Los relatos de Juan Eduardo Zúñiga se adentran en los caminos afectivos de la historia

Juan Eduardo Zúñiga es el jardinero más secreto de nuestra literatura. Pero lo suyo no son las flores que adornan nuestros paseos, sino las que crecen en la noche al borde de los abismos del arrepentimiento y la soledad, en los oscuros subsuelos donde viven los deseos humanos. Heredero de Dostoievski, sus personajes siempre buscan una redención que no termina de llegar. Pero, al contrario que el autor ruso, al que todavía asiste algún tipo de fe, Zúñiga piensa que la verdad que el hombre necesita para vivir no la puede obtener ni adquirir de nadie, y que tiene que producirla una y otra vez en su interior. Cómo producir esa verdad, es la búsqueda de todos sus personajes. A todos ellos les mueve la nostalgia de una humanidad perdida, la búsqueda de la belleza. Una belleza que no tiene que ver con la antigua belleza de los lugares sagrados, siempre relacionados con un absoluto inasible, sino con esa belleza humana que se confunde, como afirmaba Dostoievski, con la capacidad de amar. "Solo le interesaban las mujeres que sufren", escribe Joseph Frank, en su biografía sobre el autor ruso. Y también en esto Zúñiga sigue su propio camino. Un oculto romanticismo le lleva a interesarse por los seres que sufren, sí, pero a causa de sus deseos.

Ese romanticismo, que le sitúa en la estela de Turgueniev, su escritor más querido, es el tema secreto de la obra de Zúñiga. "El único viaje verdadero, escribió Proust, el único baño de juventud, no sería ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es". De ese viaje surge Brillan monedas oxidadas, el libro que Zúñiga acaba de publicar tras un silencio de siete años, y que es sin duda el mejor regalo de Reyes que usted hubiera podido recibir este año. Es un libro escrito por un autor pleno de juventud y energía, incansable en su afán de seguir explorando la infinita geografía de los deseos humanos.Muchachas que se pierden bajo la lluvia, maestros que descubren que lo que enseñan no vale nada, campaneros que ven en las heridas de los santos sus propias heridas, nobles que descubren que nada puede atar el corazón del amor, ancianas agonizantes que desaparecen bajo el peso de las riquezas que han acumulado inútilmente, músicos de jazz cuyos ojos son ventanas que se abren a plantaciones de sufrientes esclavos son los protagonistas de estos relatos. Juan Eduardo Zúñiga vuelve a hablarnos en ellos de la importancia del deseo y la memoria, de la ficción como responsabilidad, del anhelo de libertad, de la búsqueda del amor y su vinculación al sufrimiento. Pues en esa disyuntiva eterna entre dejar de amar y dejar de sufrir los protagonistas de estos relatos, como las grandes heroínas de las novelas rusas, siempre eligen el amor. Así son los amantes de Juan Eduardo Zúñiga, seres que buscan lo que no tienen, que obedecen órdenes que nadie da, que viven el amor como un deber tan desconocido como fatal e imposible de desatender.

En El campanero de San Sebastián, uno de los relatos, un hombre se hace cargo de las campanas de una iglesia, y ante la dificultad de subir y bajar cada día de la torre decide quedarse a vivir en ella. Una anciana le lleva de comer. Un día le ofrece una jarra de vino, y lo beben juntos. De los labios de la anciana brota entonces, por efecto del vino, una canción misteriosa que habla de esos caminos perdidos que llevan a hombres y mujeres a buscarse. Esa noche, trastornado por lo que acaba de oír, el hombre desciende de la torre. Ve entonces en las heridas de San Sebastián sus propias heridas, y comprende lo absurdo de su vida y de sus renuncias, y abandona la iglesia tratando de encontrar uno de esos caminos que nos llevan al reino del deseo.

Es un tema que se repite obsesivamente en los relatos de este libro. En uno de ellos, una muchacha repartidora de pizzas decide desnudarse sobre su moto como aquella dama medieval que recorrió sin ropa las calles de una ciudad sobre el lomo de su caballo. En otro, un noble se enamora de una gitana y lo deja todo para seguirla, y descubrir poco después que el corazón de las muchachas pide libertad. En otro más, una joven abandona el refugio en que un grupo de personas se protege de una tormenta y se interna bajo la lluvia llevada por su deseo de ser abrazada. En otro, en fin, el poeta Sá-Carneiro se enamora de una mujer y vive a su lado una aventura en que muerte y poesía terminan por confundirse. Todos ellos se rebelan contra su destino, quieren tener algo que no tienen. Zúñiga novela el fracaso de lo real para acoger nuestros sueños. Los caminos de la ficción son como ese camino perdido del que se habla en el cuento del campanero. Un camino en que placer y pena, vida y muerte, son hermanas gemelas que se roban la una a la otra.

En Desde los bosques nevados, su memoria sobre los escritores rusos, Juan Eduardo Zúñiga nos cuenta una hermosa historia de Pushkin y una amante que le regala su anillo. Pushkin muere en un duelo y un amigo encuentra el anillo en su bolsillo. El anillo termina en las manos de Turgueniev, que se lo regala a Pauline García-Viardot, por quien abandona Rusia para establecerse en Francia y a cuyo amor se mantuvo fiel hasta el fin de sus días. Cuando muere Turgueniev, Pauline dona el anillo a la Casa Museo de Pushkin, en Moscú. Pero alguien lo roba y el anillo desaparece para siempre.

En los cuentos de Zúñiga abundan las alusiones a las joyas. Pequeñas pulseras, delicados pendientes, broches luminosos, anillos secretos que provocan el deseo y la codicia. El anillo que Pushkin recibió de su amante nos dice que la tierra será un paraíso. Y algo nos hace sentir al leer los relatos de su último libro que ese anillo perdido ha estado en nuestras manos, no importa que solo el tiempo que duró su lectura. La negrura, el pesimismo de los relatos de Zúñiga, nunca es gratuito ni persigue condenar a los hombres. La literatura es para él el reino del deseo. Internarse en la oscuridad del mundo para descubrir en ella la memoria secreta de esa luz que necesitamos para seguir viviendo.

Gustavo Martín Garzo es escritor.

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